Temblor y ansiedad
Hablamos de muchas cosas, la mayoría de situaciones graciosas que me han sacado más de una carcajada. Uziel no solo es inteligente, ocurrente y divertido. Encuentro también es sensible ante ciertos temas, que su trabajo lo apasiona, y que le disgusta el maltrato a los animales. Con molestia me cuenta que así llegó Coco a su vida, estaba descuidado, herido y mal alimentado. Comenta que muchos perros y gatos ha atendido en ese estado, pero que fue con él con quien tuvo un sentimiento diferente. Una conexión especial.
Miro a Coco que está acostado cerca de sus pies, durmiendo, o quizás escuchando atento a su dueño.
—Se parecía mucho a un perro que mi abuelo y yo encontramos en el campo una tarde que paseábamos. Tenía una pata rota y estaba lleno de pulgas. Lo llevamos a la casa para curarlo y darle de comer... Nunca más se fue, se llamaba Amigo. —Sonríe con cierta nostalgia. —Así le decía mi abuelo, porque no lo dejaba ni a sol ni a sombra. Lo seguía ahí a donde fuera. Y ahí quedó, con ese nombre. —Baja la cabeza y contempla a Coco por un momento. —Por un momento pensé que no lograríamos convivir, este peludo era bastante rebelde y receloso, desconfiado y bullicioso. Gracias a las clases de Adán se pudo mejorar su carácter, y ahora es todo un señor Coco.
Sonrío con ternura mirando al par. Coco entonces alza la cabeza, Uziel descubre sus ojos detrás de su abultado pelo blanco, dejando lo que parece una mirada de agradecimiento por parte del perro.
—Hacen un gran equipo —opino, riendo después cuando Coco se levanta y posa sus patas en el regazo de su dueño para restregarse contra él.
—Sí, la verdad que sí. Aunque tengamos problemas cuando deja sus cosas esparcidas o su pelo en cada esquina del departamento. —Bromea Uziel.
Los ladridos de Coco, como en protesta, no se hacen esperar, haciéndonos reír.
El sonido que proviene de la cocina nos distrae a los tres. Debe ser el horno. ¿Tan pronto pasó el tiempo?
—Ese ruido anuncia nuestra cena. —Manifiesta Uziel pidiéndole a Coco que se baje para ir a comprobar.
Se levanta y yo lo sigo.
—Hhhmmm, esto ve muy bien. —Expresa sacando la fuente del horno para apoyarla en la mesada.
—Veamos si se cocinó por dentro. —Me entrega un cuchillo y tenedor y corto un poco. —Está en su punto justo. —Se lo enseño.
— ¿Puedo? —Pregunta apuntando el pequeño trozo que corté.
—Sí. —Respondo despacio.
Se aproxima con lentitud al tenedor que todavía sostengo, y tengo que hacer un esfuerzo gigante para que mi mano no tiemble.
Sopla una, dos veces, y luego sus labios se abren para capturar la porción. Mi saliva se espesa y el aliento se atasca en mi garganta.
Santo Dios, ¿Por qué esta tortura?
Mastica alejándose despacito, sin dejar de mirarme en un ningún momento.
—Es lo más rico que probé en mucho tiempo. —Musita, y mi piel termina de incendiarse.
Sonrío acalorada.
—Llevemoslo a la mesa entonces antes que empiece a enfriarse —casi estoy tartamudeando.
CONTROLATE...
Agarro la fuente apurada por querer salir de su cercanía, pero con la misma premura la suelto cuando esta me quema las manos, haciendo que gima por el ardor y me sienta una boluda de dimensión descomunal.
Neuronas, ¿Pueden dejar su estado de embobamiento?
— ¿Estás bien? A ver, mostrame. —Se acerca preocupado.
—No pasa nada, estoy bien.
—Dejame ver, dame tus manos. —Pide extendiendo las suyas.
Le muestro mis palmas rojas.
—En serio no es nada. Con cuidado las agarra, examinando serio. — ¿Ves? No fue...
—Esperame un segundo. —Interrumpe saliendo de la cocina.
Me quedo parada mirando mis manos, mis dedos rojos punzan debido a mi estupidez.
—Ay Maia, sos todo un caso... —me quejo de mí misma.
—Acá está —vuelve sosteniendo un pote de crema. —Dame las manos.
—Uziel, no hace falta que...
—Maia. —Me corta, mirándome fijamente.
Hago lo que pide, percibiendo como mi cara se pone roja ante su atención.
Con suavidad lava mis manos que se alivian gracias a la frescura del agua. Después las seca con mucho cuidado, y acto seguido abre el potecito y con su dedo índice agarra la crema con aroma a menta.
—Esto va a aliviarte.
Lo dudo... Pienso cuando comienza a esparcir la pomada sobre mis dedos y mis palmas. Respiro hondo varias veces, y no por el ardor, sino por él. Por sentir sus manos y dedos con delicadeza tratarme.
Mi interior tiembla, salta y baila al tenerlo a escasos centímetros. Gracias al cielo mi exterior lo oculta, bueno, al menos en gran parte ya que la humedad en las manos que él ahora maneja; delatan mis nervios.
—Perdón, fui una tonta. —Expreso, más por llenar el silencio tenso que nos envuelve.
—No lo fuiste... le pasaría a cualquiera.
—A vos no creo. —Intento bromear.
—A mí te aseguro que sí... Y más si me distraen. —Posa sus ojos en los míos sin soltarme, sus dedos yendo entre los míos con pausa.
Durante una fracción de segundo me pierdo en su mirada, oscurecida y ligeramente dilatada. Sin embargo no dura mucho cuando siento uno de sus dedos delinear un de las cicatrices que tengo en la mano derecha.
La retiro, recordando instantáneamente el día que me lo hice...
—Gracias. —Digo dando un paso atrás.
Uziel se queda desconcertado un instante, pero luego asiente colocando la tapa sobre el pote, cerrándola.
—Yo llevo la asadera. —Avisa.
Afirmo moviendo la cabeza, dirigiéndome hacia la mesa puesta.
Me siento, de pronto sintiéndome sombría. Bajo la vista hacia lo que él segundos antes tocó, y que quedó en mi piel luego del choque en el que casi Hernán nos mata.
Permanezco ahí, en el recuerdo de ese horrible día, hasta que percibo a Uziel acercarse.
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Editado: 11.10.2022