Regalame tu Sonrisa (libro 2)

✧ 26 ✧

Historia de terror 

 

 

 



 

Paso las horas siguientes intentando conciliar el sueño, pero mis pensamientos y frustración no me dejan. Lo que ocurrió antes —y lo que no ocurrió mejor dicho — con Uziel; me tiene en este estado de impotencia y culpabilidad.

Impotente porque lo deseo, porque estando en sus brazos sintiendo sus besos, sus caricias y su calor, producen en mí una excitación jamás sentida anteriormente. Pero es solo un segundo, un recuerdo que se cruza y todo acaba. Avanzo tres pasos para retroceder cuatro gracias a ese pasado que se obstina en permanecer presente en mi cabeza.

Y llega la culpa. Culpa por mí y por él, aún más.

No fue la primera vez que pasó, en cada instante que pasamos juntos esa necesidad de llegar más lejos crece. Hay ganas, tengo ganas de sentir nuevamente esa entrega, ese abandono en otro cuerpo, pero mi mente me traiciona.

¿Cómo hacer a un lado esa historia que formó parte de mi vida tanto tiempo? ¿Cómo puedo vencer el miedo, la vergüenza que me causa haber vivido todo aquello? ¿Merece Uziel estar con alguien tan marcada?

Quisiera, desearía tanto en este momento poder borrar de mi memoria el recuerdo de Hernán, y darle a Uziel la bonita versión de mí que merece tener.

Amanece, y después de no haber logrado dormir, elijo dejar de luchar y salgo de la cama. Los sombras debajo de mis ojos indican el insomnio, y para no enojarme más de lo que ya estoy; aparto la mirada del espejo.

Desayuno algo ligero, aunque la verdad no tengo muchas ganas. Mientras tanto reviso mi trabajo en mi computadora con música tranquila de fondo. En ese momento entra mi amiga, con aire relajado y sonriendo.

— ¡Buen día buen día! —Su algarabía consiguen que sonría apenas y la salude en susurros. — ¿Qué tal, tortolita? ¿Quedó algo para mí? Tengo un hambre terrible.

— ¿Uno solo? —bromeo a pesar de mi estado sombrío. —Quedó, tenés que calentar leche nada más.

—Hummm... ¡Qué rico! —Expresa agarrando de la bandeja sobre la mesa una tostada que unté con manteca y mermelada. — ¿Estás trabajando?

—Revisando detalles —corrrijo, aunque no hay diferencia. —Qué onda vos, ¿Todo bien con Adán? ¿Pelearon mucho?

— ¡Bien! —Contesta desde la cocina.

La escucho mover las cosas, abrir la heladera y la alacena, dos minutos después se sienta para desayunar.

—Creí que te quedabas un rato más con él hoy.

—Ah sí, pero tiene que salir. Me invitó pero ni loca, no quiero conocer a su familia todavía...

— ¿Por?

—No quiero —es su simple respuesta. Alza sus hombros. —A su debido tiempo.

No digo nada, y ella tampoco agrega más.

— ¿Y vos? Tenés cara que no dormiste nada... ¿Juegos entretenidos con tu veterinario? —Dice con vocecita pícara.

—No. —Respondo, y lo hago de forma cortante.

— ¿Pasó algo? —Inspecciona mi expresión.

Rehuyo de su mirada manteniendo la mía en la pantalla.

—Nada. —Durante unos segundos nada dice, pero me observa, esperando. Finalmente la miro, y lo que trataba de esconder no perdura. —No pasó nada... Aunque podría haber pasado... —Añado con decepción.

Nat apreta sus labios, su rostro suavizandose por el entendimiento.

—No te sentirás...

— ¿Culpable, avergonzada, enojada? ¡Sí, sí! —Expulso malhumorada. — ¿Cómo debería sentirme, eh? ¡Quiero y no puedo, quiero y no puedo! —Mi cara se calienta, y me arden los ojos por las lágrimas, pero no dejo que caiga ninguna.

—Maia... No te castigues, no tenés por qué apresurar las cosas. ¿O acaso él... ?

—Él no me exige nada, si es eso lo que ibas a decir —la corto.

—Bueno, no iba a decir eso exactamente... Pero capaz que, sin querer te lleva a... —se detiene, como buscando las palabras.

—Nat, Uziel es... Tierno, atento, y de ningún modo me impone, sin querer o no, esa situación. Solo... Solo se da. Ya sabés, es algo inevitable cuando vas conociendo a alguien y pasan cierto tiempo juntos. El... El sexo forma parte de eso, de conocer al otro, ¿No? Algo natural.  —Bajo los ojos, jugando con el mantel. —Me gusta, y quiero eso, pero de un momento a otro... No puedo, y eso es... ¡Es tan molesto!

— ¿Y qué te detiene? —se aproxima y baja un poco la voz, medio susurrando. — ¿Pensás en Hernán?

Cierro mis dedos índice y pulgar sobre una miga de pan y la desarmo.

—Sí... Es una mezcla de cosas.

—Todavía no le hablaste de él.

—No, todavía no. Y no creo que lo haga pronto. Me... Me avergüenza y lo sabés. Me jode decirle todas las cosas que dejé que Hernán me hiciera.

— ¡Pero vos no lo dejaste, ese es el punto! Ese gusano fue y es el único responsable, él es el enfermo que te jodió a vos. ¿Por qué te empeñás en echarte la culpa de algo que no tenías cómo manejar? Nadie puede tener el control sobre alguien así.

—Yo tendría que haberlo dejado desde el momento uno cuando todo empezó.

— ¿Y quién te asegura que las cosas hubieran sido distintas? Ese tipo era un psicópata, no creo que haciendo algo antes cambiara su actitud.

—Nunca voy a saberlo, puede que tengas razón o no. Como sea, no lo supero y a veces me pregunto si lo voy a conseguir. Y más por el hecho de que no termina, él sigue vivo, si despierta...

—Si despierta se va preso, porque nadie lo va dejar escapar a eso. —Declara con aplomo. — Y Mai, ya lo estás superando... Estar acá, trabajar de lo que nos gusta, vivir en donde nos gusta, estar con este par de amigos tan... lindos. Es una forma de superarlo.

—Pero tuve que dejar mucho atrás. Mi casa, mi familia, lo que conocí toda mi vida. —Repongo nostálgica.

—Sí, sí. Pero decime, ¿Te arrepentís ahora, lo cambiarias ahora que conocés a Uziel?

Me quedo quieta sopesando su pregunta, a pesar de que la respuesta es obvia.

—No, creo que no. —Digo reflexiva.




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