Regalame tu Sonrisa (libro 2)

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Muy afortunado

 

 

 

Salgo del cuarto que compartimos con Maia en casa de su hermano, y como cada mañana desde que llegamos hace cuatro días, me tropiezo con Noan, que está sentado frente a la puerta de su pequeño dueño. Me agacho, le acaricio la cabeza y después se acerca para que lo alce. 
 


 

—Es muy temprano todavía para que Tomi salga, así que vení, vamos afuera. —Camino con él en brazos y bajo las escaleras.
 


 

Entramos en la cocina un minuto después, y me detengo cuando veo a Beltrán sentado en una banqueta frente a la isla central, tomando mate y leyendo unos documentos que son de su trabajo. Lo sé porque lo hace todos las mañanas. 
 


 

—Buen día. ¿Otra vez frente a la puerta de Tomás? —Apunta al cachorro. 
 


 

—Buen día. Sí, ahí estaba, plantado esperando a su dueño. 
 


 

—Es un escurridizo, lo había dejado afuera. —Niega con la cabeza, poniendo atención otra vez en el papel en su mano. 
 


 

Sonrío, y me acerco a la puerta que lleva al jardín. Dejo ahí a Noan, y vuelvo sobre mis pasos. 
 


 

— ¿Querés unos mates o preferís otra cosa? Ahí hay café —apunta detrás suyo. 
 


 

—Acepto los mates. —Me siento enfrente de él, mirando los papeles esparcidos en la barra.  
 


Permanecemos callados un rato, hasta que deja a un lado el documento que revisaba y me mira.

—Quisiera hablar con vos sobre algo que Maia me planteó. Saber tu opinión. —Dice sin preámbulo.

—Sí, claro, decime. —Lo observo atento.

Asiente mientras ceba distraído.

—Anoche que nos quedamos acá los dos, ella me comentó que quiere ir a ver a Hernán —apenas dice eso, frunzo el ceño. —Supongo por tu cara que no te dijo nada.

Me pongo tenso, porque así es.

—No. No me dijo. —Confirmo incómodo.

—Me lo imaginé —tuerce el gesto. —A mí también me sorprendió, porque a pesar de que ese tipo está coma, no me gusta la idea de que ella se acerque a él.

— ¿Te dijo por qué quiere verlo?

Se encoge de hombros.

—Dice que solo lo pensó, todavía no está segura . —Ahora el que asiente soy yo, y no digo nada. — ¿Qué pensás de eso?

Suspiro.

—Lo mismo que vos. No me hace gracia —declaro, reflexionando el por qué no me comentó nada. —Pero si es lo que ella quiere... —Me entrega el mate y le doy un sorbo.

— ¿La acompañarias si te lo pide?

—Sí. —Respondo sin dudar.

Afirma con un movimiento de cabeza. 
Nos volvemos a quedar callados, cada uno pensando.

Se aclara la garganta, atrayendo mi atención.

—También hablamos de vos. De su relación —advierte, y sonrío. Sabía que llegaría el momento en que sacaría el tema. Durante estos días se mantuvo cordial y educado, pero siempre con la barrera alta y analizándome con esos ojos negros, cauteloso. —Como te podrás imaginar, le pregunté de todo... bueno, no todo. —Hace una mueca, y al entender, me rio. Él también al final. —No confiaba en vos... para ser sincero, todavía no lo hago. No puedo, y no es nada en contra tuya, pareces un buen tipo y Mai habla solo maravillas de vos, sin embargo...

—Beltrán, te entiendo. En serio que lo hago, y no me molesta.

Me contempla un instante, fijamente, y yo no soy menos y le sostengo la mirada con firmeza.

—Por mucho tiempo ella me mintió, y yo metido en mis problemas no supe ver a tiempo lo que pasaba. No hubo ni hay día en que no me lo reproche. Maia... ella aguantó demasiado hasta que casi... —resopla, removiéndose en su asiento. Quiero decirle que lo entiendo, que no hace falta que se explique, pero en vez de decir algo lo dejo hablar, creo que lo necesita, así que lo escucho con atención. —El día que tuvo ese accidente, yo creí... Creí que la perdía. Creí que iba a volverme loco, mi hermana... esa nena, esa adolescente, esa mujer que intenté cuidar lo mejor que pude después de la muerte de nuestros padres; estuvo a punto de morir, y todo por un hijo de puta que se sentía con derechos sobre ella. Pero la culpa que yo mismo sentí por no haberlo detenido, fue mayor. Fue enorme. —Susurra abatido.

—Beltrán, yo...

—La veo bien, feliz, radiante. Con esa sonrisa que tiene, que nunca se la había visto antes hasta ahora. —Me corta, serio. —Sé que la cuidas, sé que la querés porque te veo cómo la mirás, y sé que si está así es gracias a vos, a lo que comparten. Pero no puedo evitar que una parte de mí no consiga fiarse. Con él estuvo muchos años, y mirá todo lo que le pasó... —Sigo sin decirle nada, solo dedicándole algún que otro asentimiento. —No quiero compararte con él ni mucho menos, sin embargo, la realidad es que llevan solo unos meses juntos, y está lejos de mí. Perdón, pero es inevitable que dude y me preocupe por ella.

—No tenés porqué explicarme, o pedir que te disculpe por algo que de verdad comprendo. Tengo hermanas, y si alguna de ellas hubiese pasado por algo similar, te aseguro que desconfiaría incluso más que vos. Ni siquiera los dejaría dormir bajo mi mismo techo. —Bromeo, tratando de relajar la conversación.

Sonreímos.

—Ah, pero esa es la estrategia para vigilarte mejor. —Su sonrisa se vuelve más amplia y orgullosa.

Nos reímos por lo bajo, y siento que el ambiente se torna más ligero, y entonces digo;

—Mirá, no voy a prometerte nada, y no porque no pueda hacerlo, sino porque prefiero decirte que te lo voy a demostrar. —Declaro, y añado con determinación:— Adoro a tu hermana, y si pensás que yo le hago bien, es porque todavía no sabés lo que ella me hace a mí. Maia es... lo mejor que pasó, y no la merezco, lo sé, pero la tengo, me dió una oportunidad, y solo con eso ya soy afortunado. Muy afortunado. —Nos miramos con fijeza, y sé que entiende lo que trato de decirle.




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