Reina de sangre

Capitulo XIV: Paternalismo

Me remuevo en algo acolchado y suave; voy abriendo mis ojos y siento la luz impactar contra mi.  Mis párpados pesan y varias parte de mi cuerpo están adoloridas. Con movimientos sigilosos, me voy sentando en lo que percibo es una espaciosa cama y también, una muy femenina y rosa habitación. No exagero, las cortinas son rosas, los muebles tienen arabescos de esa misma tonalidad, las sábanas, cojines y hasta los alajeros.

Termino de sentarme y suelto un quejido al sentir una punzada en mi costado. Llevo una mano allí y me encuentro con varias tiras de tela ensangrentadas cubriendo la zona. Al frente de la cama, hay un espejo largo y me visualizo perfectamente. Tengo moretones en la cara y rasguños en los brazos; trago en seco y me cubro con las sábanas en el momento en que escucho que abren la puerta.

—Querida, despertaste —la reina Stella viene hasta mi en compañía de una joven que deduzco, es una doncella—. ¿Cómo te sientes?

Pienso que solo será quedará a un lado de mi, pero en realidad se sienta en el orillo de la cama y extiende una mano para tocarme el rostro. Yo doy un brinco pequeño, y me alejo. Ella retira su mano con un gesto apenado; no sé por qué hice eso, y ahora me siento un poco mal.

—Lo siento. —susurro débilmente y me cubro aún más.

—No te preocupes, linda —sonríe con calidez—. Dime cómo estás.

—Aturdida —confieso e intercalo mi mirada con la joven—. ¿Acaso me desmayé?

—Asi es. Erlend creyó que te habías dormido en el trayecto, era lógico por tu cansancio pero al llegar no despertabas y tu herida sangraba mucho más —señala a dónde ahora están las vendas—. Nos preocupamos y enseguida llamamos al médico del palacio. Gracias al cielo que nada fue muy grave, estás físicamente estable.

Asiento porque no tengo palabras para decir, miro curiosamente cada rincón de la alcoba y muerdo mi labio.

—Necesito entender que pasó —enseguida su expresión decae y un hueco se instala en la boca de mi estómago—. Hay tantos cosas que...

—Cariño —me calla de una manera sutil y posa sus manos en mi rodilla—, deja que Marley te ayude a tomar un baño, comas algo y te de ropa para que vistas. Luego, hablaremos de lo que pasó.

No puedo protestar, porque ella se va y me deja a cargo de la joven que ahora sé, que se llama Marley. Eso me hace pensar en mis doncellas y Demian. Y por supuesto llega a mi la ausencia de Erva; todo el rato que paso atendida por la doncella, tengo la mente volando por un centenar de temas y preocupaciones. Ahora mismo me siento tan extraña y vacía, pareciera que estuviera colgando en el aire sin saber que sucederá.

Al cabo de una horas, estoy aseada, ya no estoy famelica y visto un ligero vestido color ocre con mangas largas. Mi cabello va suelto, y mis manos... No hay guantes y eso me hace sentir aún peor.

—Disculpa —le hablo a Marley estando sentada en una esquina de la cama—. ¿No tendrán algunos guantes?

—¿Guantes, alteza? ¿De que tipo?

—No lo sé. Cualquier cosa que me cubra las manos.

Mi actitud la hace titubear, aún así, se regresa hasta unos cajones cerca del vestidor y busca en ellos lo que le pedí. Pasan varios minutos, hasta que vuelve con un par de guantes de encaje blanco y de verdad, lucho por no hacer una mueca de incomodidad. Termino por aceptar los guantes y me los coloco; es mejor esto que nada.

—¿Se me permite salir de la alcoba?

Marley parpadea y noto como la confusión pasa por su rostro.

—Si se siente en condiciones físicas, claro que sí, alteza.

Responde con despreocupación y yo asiento con la cabeza. Me pongo de pie y de nuevo está la punzada de mi costado; Marley viene hasta mi para ayudarme pero hago que se detenga levantando mi mano abierta.

—Puedo sola. —dicto y ella retrocede algo intimidada.

Abro la puerta y me traslado hacia el pasillo. Me quedo quieta unos segundos al ver tantos corredores dedico girar mi vista hacia la joven de tes morena.

—¿Podrías indicarme hacia dónde ir?

—Claro —pasa por mi lado y busco tomarme de brazo y lo quito—. Perdóneme.

—Solo guíame.

Aclaro y ella asiente. La sigo a una distancia apropiada y voy observando los muros de este palacio; hay demasiadas pinturas que retratan los antiguos reyes de Nezadian . Al parecer están ordenados según cada generación y cuando estamos descendiendo por la escalera que nos lleva al primer piso, veo el retrato del rey Patrick. Quedo estática en el último escalón apreciando el rostro del padre de Serkan, y me sorprende enormemente el parecido que comparte.

Ecos de voces se esparcen por un pasillo que deduzco, pasa por detrás las escaleras. Marley también las oye, pero esta forma una postura relajada y espera a que los pasos que ahora también se vuelto perfectamente audibles, terminen de acercarse a nuestra posición.

—¿Seguro que ella está bien?

—Alteza, ya le he dicho que si.

—Siento que solo me mientes para que me tranquilice, Erlend.

Las siluetas de los dos hombres que mantenían aquella conversación se detienen al vernos a la doncella y a mi. Serkan me examina rápidamente con la mirada y Erlend se mantiene a su lado con las manos detrás de la espalda, y una mínima sonrisa.

—Kelsey. —es lo primero que dice el príncipe de ojos oscuros.

Sin quitar mi mirada de él, termino de bajar el último escalón y paseo mis manos por la falda de mi vestido con algo de ansiedad. Esa sensación ajena a mi, que he percibido las últimas veces que he visto a Serkan, reaparece y está vez se liga con el azoramiento en mi cuerpo.

Él da zancadas hasta mi y en un solo impulso, el calor de su cuerpo rodea el mío y sus brazos se mantienen a la altura de los míos, apaciguando un poco el frío en mi piel. Mis pulmones retienen el aire y trago grueso al momento en que mi barbilla toca su hombro. Su cercanía en vez de incomodarme, más bien hace que encuentre de nuevo la armonía. Dejo mi mejilla reposar en su totalidad, en su hombro y doy un largo suspiro.




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