Reina Efímera

Penumbra

La oscuridad me asusta, sus ojos me ven

Esperé a Sarbelia, acostumbraba atenderme y ayudarme para dormir plácidamente. Solía arroparme también y con un beso me deseaba las buenas noches. Pero a diferencia de lo acostumbrado, pasó un rato y tardaba más de lo usual. Preferí desvestirme por sí misma y quedarme con mi camisón para acostarme, me metí a la cama, cubriéndome con las cobijas.

Sin que lo quisiera en el completo silencio y la comodidad percibí el cansancio hacer su efecto; el sueño adormeció mis párpados. Casi a punto de alcanzar esa tranquilidad para soñar, algo tronó escandalosamente.

Abrí los ojos de golpe, alejándose de mí cualquier sosiego. Me recosté, acomodándome el cabello. Me di cuenta que la puerta estaba medio abierta.

—¿Sarbelia?

Respiré hondo al no tener respuesta. Pensé que quizá conversaba con alguna de las mozas antes de entrar. No aparté mi vista del pórtico. Aunque instintivamente apreciaba a alguien ya dentro de la inmensa alcoba, lo cual me ponía de a poco los pelos de punta, y la piel de mis brazos erizada.

Quizá a causa de lo que recelaba, la oscuridad de la noche me pareció más tenebrosa y profunda que lo acostumbrado. Si bien la luz de la luna se deslizaba tenuemente por las ventanas, no conseguía iluminar por completo la habitación. De pronto en mi temor y en la honda sugestion miré algo moverse por el lado del fondo de la alcoba. Parpadeé un par de veces, insegura de lo que había percibido. Con la respiración ya sacudida, mantuve mi atención sobre la puerta.

Desde que era niña no apreciaba tal terror apoderarse de mí y alzarse con eficancia por encima de mi razón.

Me estremecí entera al apreciar la puerta somatarse, cuya pesada madera salvajemente tronó contra el pórtico cerrándose de inmediato. Se me formó a la misma velocidad en la garganta un grueso nudo, especialmente al notar que nadie la había empujado.

Mis manos que sujetaban la cobija tiritaron y no a causa del frío de la noche. Quise respirar hondo para calmarme, pero fue en vano, la luz de la luna me confirmó lo que sospechaba, no estaba sola.

Sintiendo como el terror iba en aumento, salté de la cama para ir en busca de Sarbelia, pero no pude ni poner mis pies en el suelo, casi en el aire brazos fuertes dominaron mi impulso, volví de espaldas contra el colchón.

Grité aturdida moviéndome frenéticamente, sin conseguir nada excepto más fuerza por parte de quien me atrincheraba. La mano que me tenía contra la cama, me estampaba con una fuerza asombrosa con tan sólo hacer presión sobre mi pecho. Los gritos repletos de horror, cesaron en cuanto una de sus grandes manos cubrieron por completo mi boca. Mis ojos se inundaron de lágrimas, mientras mi mente hecha un nudo no comprendía como alguien había irrumpido así en mi alcoba sin que nadie se lo impidiera; el castillo obligatoriamente se mantenía escoltado de noche y día, principalmente las habitaciones imperiales.

Otro escandaloso estallido resurgió, haciendo vibrar los cimientos y todo lo que había en mi alcoba. Aprecié los característicos repiqueteos de metal chocar contra metal, bullicio y algarada. No me quedó duda que tal agitación detallaba el inconfundible ambiente de guerra y batalla; tan parecido a esos relatos sangrientos de horribles conquistas que solía contarme mi padre.

Intenté reconocer a quien tan rudamente me imposibilitaba huir. Mis ojos se fijaron en lo que podía ser su rostro, pero la oscuridad con eficacia no me lo permitió, noté únicamente un capuz sobre sus anchos hombros, ya que por la fuerza con la que me agazapaba evidentemente se trataba de un hombre.

Prontamente pese al escándalo, escuché el eco de pasos aproximarse a la puerta de mi alcoba. Mi vista atribulada fijó su atención hacia la entrada con la esperanza que se tratara de la guardia imperial, pero mi cuello bruscamente se encorvó. Con violencia arrastró mi cuerpo hacia la cabecera, cubriéndome con la cobija. Aunque quise gritar de nuevo no pude; la sentía inflamada y lastimada; me pareció imposible al sentir gran dolor, pero coloboró lo suficiente no intentarlo en cuanto quedé acomodada boca abajo sobre sus hombros.

—¡Abran en nombre del Rey! —Exclamó una voz exigente desde el otro lado de la puerta.

Sentí tener valor de moverme; y aunque lo hice desesperadamente al saber que podrían haber ido en mi auxilio, no conseguí nada, excepto dolor. Mi abdomen hundido contra lo duro de sus hombros reprimió mis movimientos. Rápidamente se acercó a uno de los muros y prontamente una fantástica entrada surgió. Fácilmente cruzó el umbral a pesar de tenerme a mí a cuestas.

Antes de sellarse el muro, mientras bajaba el graderío, vi la puerta de mi alcoba ser derribada.

― ¡Suélteme! ¡Déjeme ir! ¿A dónde me lleva? ―Prorrumpí con agonía. Todo quedó a oscuras.

Lo único que se distinguía en la penumbra y el abrumador silencio era el rumor de sus pasos al avanzar. Seguía sostenida con una fuerza impresionante, andaba con presteza sin quejarse ni mencionar media palabra en la completa oscuridad.

― ¡Será ejecutado! ¡Le ordeno en nombre de su Majestad el Rey que me suelte en este momento!

Mi pecho resentido, brincaba enérgicamente. No le molestó en lo absoluto mi amenaza. Quedé fatigada ante el esfuerzo de hablar con la garganta adolorida. Escuché siseos a mi alrededor; al fondo, la negrura se convirtió en una tenue perspectiva.




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