En la profundidad de un bosque oscuro, adentraba mis pasos. El viento mecía con fuerza mis cabellos, la hojarasca y las vastas frondas de los ramajes. No hubo temor en mí al mirarlo aparecer al frente, incluso con toda la oscuridad de la noche empañando el bosque veía con claridad su mirada, cautivándome. Se formó en las comisuras de sus labios una sonrisa. Una capa tan oscura como la misma noche rodeaba su cabeza, hombros y espalda, se abría justo por el pecho dejando ver su torso perfectamente esculpido en cuanto el viento la movía. Mencioné su nombre en un susurro. Abrí los ojos llenos de lágrimas. Había soñado con él.
Con la respiración agitada por la turbación, me volví al lado para tranquilizarme, pero mi corazón dio un salto dentro de mí al darme cuenta que se había desaparecido.
—¡Joaquín!
Lo llamé varias veces sin que nadie acudiera. La luz de la vela se apagó de repente, dejándome en completa oscuridad. Me puse de pie, sabiendo que algo no marchaba bien. Aún concebía la esperanza que se hallara afuera, quizá como yo, se le había espantado el sueño. Me puse de pie para buscarlo.
Moví las cortinas para salir, pero la noche hacía lucir indudablemente un tétrico panorama. Caminé alrededor de la tienda sin alejarme, podía distinguir únicamente lo que la luz de la luna iluminaba. Volví a la entrada y esperé un rato, sintiéndome cada vez más desesperada.
De pronto vi que entre la maleza a una distancia prudente alguien se asomaba. Me sentí aliviada hasta observar que detrás de ese, más le seguían, parecían corpulentos y muy altos. Se acercaban sin dejar de mirar hacia donde estaba. Por un momento llegué a pensar que Joaquín andaba con ellos, y tal vez volvían de cazar o juntar madera para el fuego.
Varios de ellos sostenían armas en sus manos. El brillo aterrador centelleó ante la suave luminiscencia de la luna. No quería entrar en pánico, pero cualquier pensamiento positivo se evaporó en cuanto quien los encabezaba me señaló, y el resto se movió más aprisa.
Una vocecita de la nada surgió internamente. Huye Alexia, huye. Esperé hasta cerciorarme que ninguno de los que se aproximaban se pareciera a Joaquín. Corrí rodeando la tienda al darme cuenta que todos eran desconocidos. Iba en dirección hacia el resto del campamento, mientras escuchaba pasos ir precipitadamente, siguiéndome.
Todo estaba tan oscuro como en el resto del bosque. El único ruido ajeno al canto de los grillos o cigarras, eran mis pisadas. Me di cuenta que buscar auxilio en personas que no conocía, propiciaría únicamente más inconvenientes sino es que, ellos mismos los habían enviado a darme una muerte segura. No encontré otra forma de sobrevivir más que seguir en mi escapatoria.
Corrí tan rápido como mis piernas me lo permitían. Atravesé el campamento, dirigiéndome hacia el otro lado, donde el bosque volvía expandirse. Me adentré en el espesor de su frondosidad, intentando a toda costa ocultarme.
Los oía hablar y correr tras de mí. Cada paso que daba al pisar la hojarasca y las ramas delataba mi ubicación. Con la mente hecha un nudo y el corazón apretado, me dejé caer de rodillas.
—Niña, ¿dónde te escondes?
La voz masculina retumbó a mi alrededor. La escuché no muy lejos de donde estaba inclinada.
Me quedé paralizada por un momento, retomando aliento. Al sentir un poco alivianado el pulso en mi sien, noté que me hallaba al pie de un matorral espeso sin muchas ramas; a tientas me aseguré.
De rodillas y sigilosamente pude atravesarle. Di hacia un lugar húmedo con un tronco vacío de un árbol que se había caído. Se hallaba hueco en su interior, aunque su corteza era resistente por lo que me recosté apoyando la espalda y la cabeza.
Con estertorosas inhalaciones rezaba para que no me encontraran. Algo sigiloso se movió ante mi cara. No pude reaccionar ante su sagacidad, una mano envuelta por protecciones oscuras cubrió mi boca. Me estremecí violentamente, sin poder emitir ni siquiera un pujido.
—¡Cálmese!
Identifiqué su voz al instante. Mi corazón saltaba como loco, pero ahora ante el escepticismo que emergió desde lo más profundo de mí. Pensando en la idea de no estar alucinando, no opuse resistencia. Me soltó cuidadosamente.
—¿Jon? —Pregunté escéptica volviéndome a un lado para verlo.
Estaba acuclillado por detrás de mí, me encontré con su profundo mirar.
—Sí, pero si sigue hablando, atraerá a esos tipos— Susurró en voz casi inaudible.
— ¡Dios mío! Jon es usted...
Colocó su dedo índice en sus labios, señal que no hablara más. Le obedecí de inmediato.
Cautelosamente echó una mirada su alrededor, sin mover nada más que la mirada, al cabo de un rato se puso de pie tomándome en brazos. Sus pasos avanzaban con sigilo, no escuchaba otro sonido particularmente ajeno a lo usual en un bosque. Acerqué mis labios a uno de sus oídos.
—Jon ¿qué hay de ellos??
Su andar siguió siendo preciso al avanzar. Se inclinó volviéndose a mí.
—No pueden regresar a su hogar, no quedó nada.
—¿Quiénes nos atacaron? ¿Por qué?
—Invasores. Ahora guarde silencio.
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Editado: 22.07.2021