Reina Efímera

Embrujada

Con el cuello torcido para ver a mis espaldas, aprecié la interminable enramada verde que habíamos atravesado, si bien el cielo estaba nubloso la impactante vista en la cima del monte seguía siendo sublime.

Respiré hondamente el aire fresco que danzaba por doquier, alborotando mi cabello. La tranquilidad asentó cualquier atisbo de miedo, pero tal calma dejó de ser un breve rato después. Al frente entre matorrales y gruesa maleza una vivienda alzaba su antigua fachada. 

Jon animó al caballo a trotar más a prisa, lo detuvo justo en la entrada. Antes que pudiera decir algo, de un brinco se desmontó.

El recelo fue lo primero que llenó mis pensamientos al mirarla cubierta en gran parte por parches verdes de musgo y vegetación ya bastante crecida. Llamó a la puerta un par de veces, sin que nadie atendiera.

—Princesa, puede bajar.

Desconcertada, obedecí. Una de sus manos cubrió con elegancia el picaporte, la empujó con suavidad. Me quedé en el umbral, esperando a ver alguien, aunque muy bien sospechaba que considerarlo ya era absurdo.

A grandes pasos allanó el lugar, cautelosamente revisó habitación por habitación. Una oleada de pavor me recorrió entera al dar unos cuantos pasos hacia al interior.

El ambiente gélido, poniéndome la piel de gallina, me recordó lo mal que la había pasado hacía un rato.

—Es ideal, nos quedaremos. Hay dos habitaciones. Usted dormirá en la del fondo, me quedaré en esa de allí —Señaló a una que mantenía la puerta medio abierta.

Completamente confundida ante su disposición de quedarnos, le dediqué una mirada inquieta.

—Jon, ¿no cree que es un poco irracional dormir separados? Estamos solos en esta casa, además a noche…

—¿Quiere que durmamos juntos en la misma habitación? —Alzó una de sus cejas, corroborando lo abrupto de sus palabras al interrumpirme.

—Bueno, ¿porque no? Al cabo que usted está aquí para acompañarme.

—No lo creo, Princesa.

Mi persuasión se frustró ante su rotunda y fría negación. Fue como dar de narices ante un muro sólido.

—Jon, pero…

—No, ya hemos faltado a varias cosas, es mejor resguardarnos.

Fruncí el ceño. Por un momento tuve la certeza que Jon no estaba muy bien de la cabeza. Me dejó con la indiferente contestación, dándose la vuelta de inmediato. Se dirigió con pasos alargados hacia donde divisé un fogón y algunas ollas.

Esperé un momento con los brazos cruzados, sin verlo asomarse siquiera. Luego de un rato, supuse que lo ideal sería conocer la habitación que me había designado. No pude ni moverme, un escalofrío recorrió mi espalda y el terror llenó mi mente, cualquier idea o intento resultó en una carrera. Llegué al pórtico sin ningún deseo de volver a entrar.

Soplaba mis dedos en un intento de recobrar el calor de mis manos y la calma. No fui capaz de buscar a Jon, ni menos aún llamarlo. Interiormente me cuestionaba a sí misma. ¿Cuál era la definición exacta ante el pavor que me causaba la casa?

Sus pasos cortaron cualquier cavilación, mi mirada se encontró con su figura apareciendo al frente, después de un largo rato. El desconcierto siguió en su expresión al mirarme petrificada en la entrada sobándome las manos.

—No hay nada de valor, salvo unos sacos de harina y una vasija con aceite.

Mantenía una mirada atemorizada por encima de sus hombros, en dirección a la oscura habitación de la cual él había salido. Echó la cabeza atrás con gesto intrincado.

 —No me diga que le aterroriza la cocina.

De súbito, solté una irónica sonrisa. Estreché la mirada al ponerme seria.

—¡Qué retorcido sentido del humor tiene, Jon!

Se mostró insensible ante mi comentario. Con un nudo creciéndome en la garganta, pasé a su lado, dirigiéndome a la habitación que me había propuesto. 

Empujé la puerta, las bisagras rechinaron ante el esfuerzo, dejándome pasar. Las tablas que la circulaban estaban en mejor estado que lo ya visto en la fachada. Una ventana destacando al extremo derecho, una cama junto a una cómoda y unas repisas, en resumidas cuentas.

No resultó tan malo como pensaba, tomé asiento sobre las mantas cubiertas de polvo que descansaban sobre la cama, me resultó muy grato. Había pasado un tiempo desde que no sentía un colchón así de mullido.

Sentada tan a gusto, pude armonizar lo positivo y lo bueno en mi mente. Solté la respiración, estornudando posteriormente varias veces. Tuve que ponerme de pie, evidentemente no podría dormir en una habitación en desuso desde hacía tanto tiempo. Las motas de polvo bailaban ante la claridad de la luz.

Revisé la cómoda en busca de algo que pudiera servirme para limpiar. Encontré unas mantas limpias. Usé la menos desteñida para cubrir la cama y usarla por la noche. Me entretuve limpiando a como mejor pude, sin ponerle mucha atención al gran objeto semicircular que cubría uno de los estantes.

Me agaché para recoger todas las mantas que estaban sucias y de pronto cayó algo. Una bolsita de terciopelo azul descansaba sobre el suelo sucio. La tomé en manos, sacando cuidadosamente lo que contenía. Gemí al reconocer el mismo amuleto que Tamira me había obligado a recibirle.




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