Cariñosamente acarició a Bruno antes de treparse. Justo cuando creí que no podía estar más pasmada, el caballo blanco se inclinó ante mí. Parecía hacer una venia. Sin duda se comportaba con mejores modales que Jon. De pronto se dio la vuelta, torcía su cabeza para verme. Comprendí que me invitaba a treparme sobre él. Sonreía atontada, observándole.
—No tenemos todo el día, ¿quiere subirse al caballo?
Miré a Jon sin poder apartar mi encanto por su comportamiento. Hizo un gesto en señal de que me diera prisa.
No me costó subirme en el enorme potro, seguía acuclillado ante mí. Suavemente se enderezó. Sutilmente Jon se aproximó al potro, le acarició la cabeza mientras le susurraba algo cerca de la oreja.
Rompí a reír pese al inmenso amor que por él sentía. Sin duda creí que desvariaba.
—¿Qué hace? ¿Habla con animales y les impone reglas también?
Se volvió a mí con expresión indiferente.
—No Princesa, no hablo con todos los animales, aunque eso no es lo difícil. Lo complicado es que no todos obedecen— Disintió soberbio, mostrando una risa displicente.
Solté una carcajada, en la cual predominaba la ironía. Fue muy directa su indirecta. Jon con toda su arrogancia y frialdad, me seguía fascinando, nada opacaba su imponente figura y su espectacular preciosidad.
En respuesta no pude hacer nada, excepto imitarlo. Se movió con Bruno al frente esperando que, hiciera por avanzar.
—¡Vamos Galimatías, adelante! —Ordené, sujetando las bridas.
Hice mil intentos al azotar las correas, al moverlo o empujarle la cabeza, pero no logré que el caballo avanzara ni siquiera un sólo paso. Jon se dio media vuelta con el caballo, diciendo en voz alta:
—Galimatías, iremos al norte, marcha.
El albino potro obedeció trotando lentamente hacia adelante. Quedó al lado de Bruno, yendo al mismo ritmo de marcha que él. Logró dejarme en completa estolidez; me hizo sentir muy tonta. Estreché la mirada. Jon mostró una mordaz sonrisa al notarme resentida.
—Gracias Jon, por no avisarme que el caballo tiene mejor conducta que usted. —Me quejé compungida.
Parecía que disfrutaba verme tan ofendida, se asomaba a sus labios un gesto divertido.
—No seguirá órdenes suyas, pero creo que le agrada— Contestó Jon, distendiéndose su seriedad.
—Creí que no debía usar ningún tipo de magia o hechicería. ¿Qué le hizo al pobre caballo para que no me obedezca?
Dejó de sonreír. El disgusto se dejó entrever en su mirada directa.
—Sí, y así debía ser. Hasta yo imagínese, estaba convencido que había comprendido, pero por las circunstancias todo tomó un rumbo distinto. Ambos sabemos que en cuanto a seguir reglas creo que Galimatías es más perspicaz.
Esa encantadora sonrisa volvió aparecer.
Tenía razón, aunque mi orgullo se sintiera apuñalado.
—¡No puede compararme así es ridículo! —Exclamé con evidente desagrado.
—No Princesa, en ningún momento, es evidente, Galimatías es muy entendido.
Jon siempre sabía de qué manera demostrar que la inteligencia no estaba de mi parte.
A pesar de nuestras diferencias y lo directo que solía ser, me parecía asombroso seguir a su lado. Mi corazón aturdido me avisaba que faltaba muy poco para separarnos.
Respiré profundamente dejando atrás cualquier cosa que me hiciera sentir lejos de él. Plácidamente ambos potros se dirigían con buena disposición al frente, el suelo se volvía empinado. Subían hábilmente por altos collados, iban como si conocieran el camino de toda la vida.
—Mejor dígame cómo es que un hechicero, es su mejor amigo.
—No hay razón para que se preocupe por mis amistades— Contestó secamente.
Reconocí que Jon volvía a retomar esa imparcialidad que parecía tener filo, pero en sus ojos resaltaba cierta melancolía. ¿Acaso Jon sentía lo mismo que yo? Si el viaje estaba por terminar en breve, prefería despejar todas mis dudas. Necesitaba saber más de él. Lo avisté muy seria.
—Jon, ¿por qué razón evade que conozca más de usted? ¿Por qué me lo evita? —Reclamé alzando la voz.
—Son ideas suyas, ni siquiera sé porque lo dice.
Tragué saliva ante su actitud apática, me sentí alterada de pronto.
—Porque todo el tiempo trata de aislar cualquier información que me revele algo de usted. No lo siento justo, además sabe demasiado, creo que es algo que me confunde. Y aunque lo niegue una o mil veces, sé que es así —Mi voz sonaba más a lamento que a un reclamo, surgía de lo más hondo de mi propio corazón.
Se volvió a mí con esa mirada intensa.
—Las cosas entre usted y yo son así: usted es una Princesa yo un siervo. No existe ni una sola posibilidad de que una futura Reina se deje llevar por una travesía; una que en muy poco tiempo terminará. No tiene sentido que se interese en algo insignificante.
Me enfadó. Tragué una bocanada de aire para sosegar mi disgusto. No quería enunciar algo de lo cual me podría arrepentir luego.
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Editado: 22.07.2021