Reina Efímera

¡Un gran obserquio!

Al siguiente día, me dirigí a la cocina, no por hambre sino por dolor, tenía unos calambres horribles en el vientre.

—Buenos días —Saludé a todas en la cocina.

—¡Oh, su majestad! Disculpe el desorden hacemos pan de maíz.

—No, por favor, descuida, la cocina debe ser como un lienzo, y el desorden es necesario, expresa el verdadero arte al cocinar.

Me acerqué a ellas al verlas hacer mi pan favorito.

—¿No les molesta que pase con ustedes el día?

—No, si a usted no le molesta —Contestó una de las cocineras más adulta.

Después de observarlas un momento, me di cuenta que hacían más trabajo de la cuenta. Había otra manera de cocinar el pan de maíz sin tanto esfuerzo.

—Ya veo, eso dificulta la preparación.

Todas me veían perplejas. 

—Por favor, pasen ese mandil. Les mostraré como hacer unos postres y el pan de maíz. ¡Así que, comience el arte! —Dije sonriendo.

Fue tal mi alegría al ayudarles que el dolor fue cediendo poco a poco. Tomé el maíz, lo pusimos a cocer mientras hacia el dulce para adornarlos. Me veía como ellas sólo que más feliz y segura de lo que hacía, disfrutaba mucho poder cocinar. En poco tiempo teníamos hechos el panecillo y el dulce.

—¡Alteza, eso se ve exquisito!

—Gracias, pero eso no es para la gente de la nobleza, doy la orden que preparen té y lo comamos —Ordené, pasando una jarrilla.

Al cabo de un momento todas comíamos felices en la cocina. 

—Marta, estamos esperando el té. ¿Qué pasa? —Preguntó Sarbelia a grandes voces entrando a la cocina.

—Sarbelia, no nos interrumpas (tomé la jarrilla) déjanos comer tranquilas.

Serví más en nuestras tazas. Parecía que a Sarbelia se le saldrían los ojos de sus cavidades.

—¡Oh por Dios! Hija la jarrilla de té era para usted la llevaría a su habitación.

—Pues ya ves, estoy por terminar de comer con las encargadas de la cocina.

—¡Bueno que alegría mi niña! Creí que odiaba la cocina.

Suspiré.

—En algún momento, yo también creí lo mismo, pero es fascinante. Pasaré el día con ellas les diré de qué manera harán la comida para el día de la boda, tú te encargarás de mi vestido.

Sarbelia salió disparada, mientras yo paseé todo el día en la cocina, mostrándoles otros platillos. Justo al atardecer me marché. 

—Me sorprende tus habilidades en la cocina, todo el mundo en el castillo alaba tus dones —Exclamó mi padre al verme, me lo encontré al salir.

—Es algo que me gusta hacer. Sé que te preocupan los preparativos, pero debes quedarte tranquilo ya todo está listo.

—Alexia ayer no quería ofenderte, debía aclararte esas dudas que te hacen creer cosas que no son.

—¿Según tu qué es lo que creo? —Le eché la vista muy seria.

—Pienso que te sientes muy agradecida a él.

—Sí, y lo estoy. Porque no dejamos ese tema en el ayer. 

—Cariño, por favor.

—No. En verdad, pierdes tu tiempo, padre. Si lo que temes es que deje plantado a Esteban puedes dormir quieto y sereno. 

Tragó una bocanada de aire.

—Antes que duermas, quiero que me acompañes a fuera.

—Padre estoy exhausta, quiero dormir.

—No te hagas de rogar, seré breve.

— ¡Uff! Bien, vamos —Respondí de mala gana.

Me guío al jardín que estaba al lado de la torre de homenaje. Quedé boquiabierta al ver tanta gente iluminado la salida hacia el jardín. Esteban estaba junto a un bello potro blanco, no sabía si me había vuelto loca, pero era idéntico a Galimatías. Salí a su encuentro totalmente conmocionada.

—Alexia, este es un pequeño regalo de bodas. ¡Quería que fuera una sorpresa!

—¡Dios mío, es hermoso Esteban! —Dije acariciando la cabeza del caballo, alrededor del garguero llevaba un cinto donde sobresalía un anillo.

—Esto es para ti, simbolizo mi compromiso contigo.

Se acercó al caballo y desajustó el anillo que colgaba del cinto, luego lo colocó en mi dedo anular de mi mano izquierda. Era una sortija muy hermosa. Sonaron aplausos.

Estaba perpleja viendo a mí alrededor; había muchas personas, quizá del pueblo o no lo sé. Esteban se veía muy bien y en su mirada denotaba el gran amor que sentía por mí. Frente a todos me besó tiernamente.

No pude ni siquiera negarme, selló sus labios con los míos. Mi padre nos veía complacido. Todas aquellas personas entraron al castillo y la música comenzó a sonar. 

—Esto fue hermoso Esteban, no tengo palabras.

—Es tan poco para alguien como tú —Dijo tomándome de la mano.

Mi corazón estaba sensibilizado a más no poder. Quería llorar, de alegría, de emoción, de inseguridad y de melancolía.




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