En un instante, una avalancha de cuerpos salió disparada hacia el interior del bosque, mientras Maya seguía exactamente en su lugar, estaba llevando una cuenta regresiva en su mente, esperó cinco segundos exactos, para luego correr hacia la ruta del mapa.
Antes de sumergirse en la espesura del bosque, inclinó su rostro hacia el cielo y se encontró con la mirada de los cuatro dioses viéndola desde la altura, algunos con intriga y otros con burla; Maya no se permitió que la intimidaran, ellos estaban en su territorio y se los iba a demostrar. Dándoles una media sonrisa, simuló una reverencia y se introdujo en el lugar.
El frío de la mañana se filtraba en cada uno de los rincones del bosque mientras Maya apresuraba el paso sobre el terreno de grama, el camino trazado en el mapa era engañoso, para empezar debería pasar por un terreno donde el suelo aparentemente manso, se volvía inestable y las arenas se convertían en una trampa que aprisionaba el cuerpo hasta dejarlo inmóvil. Ella lo había averiguado hace algunos años de primera mano, por poco no había conseguido salir, y de solo pensar en que debía volver a caminar por ahí, hacía que se le revolviera el estómago.
Lo único que se escuchaba en los alrededores era la respiración agitada y sus pasos apresurados. Todo a su alrededor estaba silencioso, demasiado en realidad, Maya se sorprendió al no ver a ninguno de los demás competidores por la zona, no había demorado demasiado y estos terrenos no eran fáciles de recorrer con tanta prisa, sin embargo, no todos tenían la misma ruta y le llevaban una buena ventaja, o eso creía; aunque sinceramente ella lo prefería así, del contrario las pisadas torpes y apresuradas de los demás solo la atrasaría. Conocía el lugar y sabía que necesitaba ir pisando firme y con los ojos en el camino si no quería llevarse una sorpresa, la rapidez no lo era todo en una prueba como esa.
Cada vez se encontraba más cerca del terreno movedizo, su respiración estaba agitada y a pesar del clima cálido una capa de sudor cubría su rostro y humedecía su cuello, sus pasos fueron haciéndose cada vez más lentos y sus pies procuraban apenas rozar el suelo bajo ellos, haciendo el mínimo ruido posible.
Un enorme sauce se abrió paso ante sus ojos, y eso fue todo lo que necesitó para saber que había llegado al lugar. Con cuidado sacó el mapa que tenía doblado en el bolsillo trasero de su pantalón y observó el recorrido que este le pedía. Debía atravesar toda la zona hasta cruzarla por completo, después el camino se tornaba relativamente más tranquilo hasta guiarla a la falda de una montaña — Un suspiro salió de sus labios, antes de volver a guardar el mapa donde estaba — Sus ojos examinaron todo el terreno a su alrededor, en busca de algo que pudiera utilizar para guiar sus pies una vez se adentre en la arena.
En la esquina, al lado del sauce, un pequeño arbusto del que brotan lo que parece ser bayas secas, se encuentra levemente inclinado y oculto por las raíces del árbol. Cuidando sus pisadas, se acercó y tomó las suficientes bayas hasta tener ambos puños de las manos llenos y luego las introdujo en el bolsillo delantero del pantalón. Si la fruta era demasiado liviana no le serviría de nada, así que antes debía hacer una prueba.
Volviendo a situarse en la orilla, lanzó con fuerza una de las bayas hacia el terreno árido frente a ella. Un segundo, dos, tres… Nada, no pasó absolutamente nada. Volvió a sacar una baya y esta vez la arrojó en dirección opuesta a la anterior, un segundo, dos… entonces el suelo se abrió como una boca que recién despertaba y succionó la baya y junto a ella todo el suelo a su alrededor.
Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Maya y obligó a su mente a alejar los recuerdos de cuando fue ella y no la baya quien terminó dentro de aquella boca. Sacudiendo su cabeza se situó en todo el frente del terreno e inspirando una respiración profunda, volvió a lanzar la baya, pero esta vez justo frente a ella.
Sus pies se lanzaron con prisa donde el fruto había caído luego que el suelo se mantuvo en su lugar, de esa manera logró avanzar hasta llegar al menos a la mitad del terreno, lanzando y saltando; algunas veces la distancia era demasiado grande y debía obligar a su cuerpo a saltar con destreza y caer lo más acertado posible, a menos que quisiera terminar dentro de la arena. Justo como estaba ocurriendo en ese instante.
Todo a su alrededor se había convertido en un campo de batalla, estaba totalmente rodeada por las bocas de arena succionando todo a su paso, en ese momento solo tenía dos opciones: o se arriesgaba a saltar más allá de ellas para avanzar o, retrocedía y buscaba otro camino para cruzar. La idea de saltar podría ahorrarle tiempo, ella tenía agilidad, sabía que podría lograrlo, sin embargo, no tenía la certeza de que caería fuera de alguna de las trampas.
Dejando salir un gruñido de frustración, giró su cuerpo hacia la zona ya recorrida y saltó hacia la baya más cercana, una vez, dos veces, hasta haberse alejado lo suficiente para buscar otra ruta.
Los ojos de Maya se paseaban ansiosos por el terreno, calculando un recorrido rápido y eficiente para salir de ahí. Metiendo la mano en el bolsillo, sacó otra baya y la lanzó hacia su izquierda, rogando a los responsables de aquello que el terreno estuviera despejado. Y lo estaba. se impulsó sobre sus piernas, ya que estaba un poco alejado y tomando fuerza, saltó.
Su cuerpo aterrizó con destreza en el lugar y una sonrisa de suficiencia se dibujó en su rostro — Ella podía hacerlo, conocía el bosque — Con ese pensamiento en mente, Maya siguió repitiendo la misma acción una y otra vez, acercándose con rapidez al final del terreno movedizo, no quedaba más de metro y medio de distancia entre ella y el prado verde libre de trampas, su mano viajó con ansias hacía el bolsillo de su pantalón y todo su mundo se paralizó al notar que este se encontraba vacío, palpó con desespero el otro bolsillo solo para notarlo igual que el anterior.