Lo primero que sintió antes de abrir los ojos fue la calidez de una manta sobre su cuerpo, luego pestañeó y vio el techo de la tienda. Debajo de ella había un trozo de piel que servía de cama, pudiendo notar lo frío de la nieve en su espalda pero, pese a eso, se sentía bien, como si la hubieran sacado del fondo de un estanque mugriento en el que había estado sumergida por mucho tiempo para poder respirar de nuevo.
– ¿Cómo te sientes?
Eylen giró la cabeza, y la comisura de su labio se elevo, dando paso a una sonrisa cansada.
– Wallen – dijo. El hombre la miraba con aquellos intensos ojos azules, mientras fruncía ligeramente el ceño.
– ¿Puedes levantarte? – Eylen elevó la espalda y, aunque su cabeza se sentía como un remolino lacerante, tenía el cuerpo más liviano y las extremidades desentumecidas – Te golpeaste la cabeza con una raíz al caer, pero nada grave…
– Me alegro de verte, Wallen – le interrumpió.
– Temía que no volvieras a hacerlo – Wallen le sonrió, un poco más relajado – Toma – le extendió una botella de aguamiel y un cuenco humeante de algo que no supo identificar, pero parecía una guarnición de verduras bañadas en una salsa negra con un fuerte olor a hierba buena y especias. Pese a eso, se metió la cuchara a la boca sin rechistar – ¿Está bueno?
Eylen asintió, mientras masticaba muy a gusto. No era del todo cierto, en realidad estaba muy condimentado pero, en aquel momento no podía darse el lujo de cuestionar la comida; estaba demasiado hambrienta que habría sido capaz de comer corteza de árbol.
– Entonces Rall debe estar mejorando sus aptitudes culinarias. Para mí todo lo que preparaba sabe a excremento de perro.
Eylen estuvo a punto de atragantarse con el aguamiel.
– ¿Rall está aquí?
– Sí – Wallen suspiró, y su pecho se tensó bajo el peto de cuero y las bandoleras que le ceñían – Farlyn nos envió a Soriath por provisiones. Acabábamos de alzar el campamento cuando… tú apareciste. Nos tenías muy preocupados, sobre todo a Rall. Creímos que regresarías a Risghar después de lo que pasó. De no ser por Nyra no nos dábamos cuenta de nada. Se las arregló para enviarnos una carta relatando lo sucedido.
– He estado intentando regresar – dijo Eylen, con la voz ahogada –, pero…
– Eylen – un hombre alto y moreno interrumpió en la tienda, que era tan amplia como para andar por ella bien erguido.
– ¿Cómo estás, Rall? – a Eylen se le hizo un extraño nudo en el estómago que le robó el apetito.
Rall, a diferencia de su hermano Wallen, tenía el cabello oscuro, al igual que la mirada. Tenía una cicatriz blanquecina surcándole de la frente hasta la mandíbula. Cuando Eylen los conoció en Risghar, nunca se imaginó que los dos hombres fueran hermanos, pero en varias ocasiones la defendieron de la agresividad de los rebeldes, que como siempre, pretendían pasarse de listos. Armaron varias peleas sangrientas por su causa, por encima de las protestas de sus compañeros: «Dejen que las putas hagan lo que saben hacer mejor» Rall y Wallen no eran hombres que soportaran aquel tipo de abusos, aun cuando las mujeres estaba ahí para eso; sin embargo, la única puesta a prueba ahí había sido Eylen, ella no estaba hecha para aquello y estaban al tanto de las circunstancias que la obligaban a hacerlo.
– Los dioses te han traído hasta aquí – Rall caminó con paso lento y se detuvo cerca de ella para tomar asiento sobre un tocón de madera –. Escucharon mis plegarias.
Eylen no pudo evitar bajar la mirada y solo asintió, esperando que Rall entendiera que era un agradecimiento silencioso.
– ¿Has hablado con Jorn? – inquirió Wallen.
– No la dejará viajar con nosotros – contestó su hermano. Eylen notó la tensión en su voz. De seguro se estaba reprimiendo para no insultar al chico.
– Ya me siento mucho mejor – intervino la mujer –, puedo continuar sola.
– No, no puedes – le dijo Rall. El tono de su voz la hizo callar por completo – Volveremos todos juntos a Risghar, lo quiera Jorn o no.
– ¿Hablaban de mí? – Jorn Varenys entró en la tienda. Tenía la piel clara, los ojos pequeños de color verde musgo. Llevaba el pelo, casi rubio, corto y desaliñado, como si una intensa borrasca hubiera arrasado con él. Las capas de piel y cuero que lo vestían lo hacían ver más musculoso de lo que en realidad era.
– Que listo – se mofó Rall, aunque mantuvo el gesto imperturbable, incluso cuando Jorn dejó caer la mano sobre su ancho hombro e hizo presión.
– Cuidado con lo que dices – le amenazó. Jorn tenía esa mirada arrogante y burlona que Eylen aborrecía tanto.
– ¿Por qué no la dejas viajar con nosotros hasta Risghar? – inquirió Wallen arrugando el ceño –. Me parece que hay espacio para uno más entre nosotros.