Reinos enemigos, Corazones aliados.

Capítulo 2: La Amenaza de Dravenholt

Al otro lado de las montañas que separaban Eldoria de sus tierras enemigas, se alzaba el oscuro y temido reino de Dravenholt. A diferencia de los campos dorados y las prósperas ciudades de Eldoria, Dravenholt era una tierra de fortalezas impenetrables, cumbres escarpadas y bosques que parecían devorar la luz del sol. La capital, Vhaelor, se extendía como una cicatriz sobre la roca negra, con sus torres de obsidiana alzándose desafiantes contra el cielo tormentoso. En su corazón, dominando la ciudad desde lo alto, se encontraba el castillo de los Vossler, una construcción tan imponente como su rey.

Pero Dravenholt no era solo sombras y guerra. Sus gentes, endurecidas por la adversidad, habían construido una nación donde la supervivencia era el mayor logro. En sus forjas, se creaban las armas más resistentes; en sus campos, solo los cultivos más fuertes prosperaban. Sin embargo, el acontecimiento más importante en la historia reciente de Dravenholt había sido la Rebelión de los Condes del Norte. Una traición que casi sumió al reino en el caos cuando varios nobles intentaron desafiar el dominio de los Vossler, creyendo que Rael no tenía el control absoluto. La revuelta fue sofocada con rapidez, pero no sin consecuencias: los traidores fueron ejecutados públicamente, y sus tierras, absorbidas por la corona. Aquel evento dejó una advertencia clara: desafiar a Rael Vossler significaba la muerte.

Rael Vossler había gobernado con astucia y puño de hierro, consolidando el poder de Dravenholt mediante conquistas, alianzas frágiles y el temor. Era un hombre calculador, un estratega nato cuya mente estaba siempre dos pasos adelante de sus enemigos. Pero lo que más lo diferenciaba de otros monarcas era su capacidad para percibir amenazas antes de que se convirtieran en peligros reales. Y en este momento, la mayor de ellas no era un ejército ni un rey rival, sino una princesa.

Saira Valenwood no era solo la heredera de Eldoria; era un símbolo de esperanza para su pueblo. A diferencia de otros gobernantes que se distanciaban de la gente, ella se mezclaba con ellos, hablaba con los comerciantes, escuchaba las preocupaciones de los campesinos y daba su apoyo a los soldados. Su presencia no solo inspiraba respeto, sino una devoción inquebrantable. Si llegaba al trono, su influencia podría trascender las fronteras de Eldoria y convertirse en el pilar de una alianza que amenazaría el dominio de Dravenholt. Eso era algo que Rael no podía permitir.

Saira Valenwood.

Desde su trono, Rael escuchaba los informes de sus consejeros y espías con una expresión inescrutable. Sabía que Eldoria no era su enemigo más fuerte en términos militares, pero la influencia que Saira tenía sobre su pueblo era un arma más peligrosa que cualquier ejército. No solo la amaban, sino que creían en ella. Era una líder natural, capaz de unir a su gente y de inspirar lealtad sin recurrir al miedo. Y en un mundo donde la guerra se libraba tanto en los campos de batalla como en los corazones de la gente, eso la convertía en una amenaza.

—Mientras esa niña continúe ganándose la devoción de su pueblo, Eldoria no caerá —dijo Rael, su voz tan fría como la piedra del castillo.

Uno de sus generales asintió. —Su influencia se extiende más allá de sus tierras. Hay reinos que comienzan a verla como un símbolo de estabilidad y justicia. Si no actuamos pronto, podría volverse una pieza clave en futuras alianzas.

Rael entrecerró los ojos. No podía permitirlo. Si Eldoria ganaba aliados, sus propios planes se verían comprometidos. Y si Saira llegaba al trono, sería aún más difícil doblegar ese reino. Había una solución evidente: debía apartarla del tablero antes de que fuera demasiado tarde.

Cerró los ojos por un instante, imaginando el enfrentamiento que inevitablemente llegaría. Se veía a sí mismo en el campo de batalla, su espada chocando contra la de Saira. Podía sentir la presión de su ataque, la velocidad de sus movimientos, la determinación en sus ojos. No sería una oponente fácil. La princesa, aunque no fuera una guerrera de profesión, lucharía con el fervor de quien protege lo que ama. Pero él era Rael Vossler. La experiencia, la estrategia y la fuerza estaban de su lado. La imaginó resistiendo, su respiración agitada, la sangre ensuciando su vestido real, hasta que su guardia fallara un solo instante. Y entonces, en un golpe preciso, su espada encontraría su camino. Saira caería de rodillas, derrotada, con la furia aún ardiendo en su mirada. No la mataría, no todavía. Primero, le haría ver cómo su reino se doblegaba, cómo su gente, por la que tanto luchaba, terminaba arrodillada ante su enemigo.

Rael abrió los ojos, su resolución más firme que nunca. La guerra no siempre se ganaba en el campo de batalla. A veces, la victoria comenzaba con un solo movimiento bien calculado. Y él estaba a punto de hacer el suyo.

—La princesa debe ser capturada —declaró con firmeza. —Si la tenemos, su reino también lo estará.

No necesitó decir más. Su consejo entendió la orden y los preparativos comenzaron en ese mismo instante. Pero Rael sabía que la fuerza bruta no sería suficiente. Necesitaba información, necesitaba asegurarse de que el golpe fuera certero.

Necesitaba conocer cada debilidad de la princesa Saira. Sus rutinas, sus hábitos, con quién hablaba y en quién confiaba. Quería saber sus miedos, sus deseos y cualquier duda que pudiera sembrar en su mente. ¿Era realmente la líder inquebrantable que su pueblo creía? ¿O había una fisura oculta bajo su fachada de nobleza? Si lograba encontrarla, explotarla sería su mayor ventaja. Información sobre sus aliados más cercanos, sus estrategias políticas, su visión del futuro de Eldoria... Todo eso sería crucial para desmantelar su influencia antes de que pudiera desafiar el dominio de Dravenholt.

Afortunadamente, ya tenía a alguien en Eldoria que le proporcionaba todo lo que necesitaba.

Un espía.

La idea de una red de espías no fue un capricho repentino, sino el resultado de años de observación y estrategia. Desde joven, Rael había entendido que la información era un arma tan poderosa como cualquier ejército. Había presenciado cómo reyes caían no por la fuerza de sus enemigos, sino por la ignorancia de sus propios peligros. Fue así como, con paciencia y astucia, comenzó a tejer una red de informantes que se extendía como una telaraña invisible, llevando secretos desde los castillos más impenetrables hasta la sala de guerra de Dravenholt.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.