Relámpago sin alma

El precipicio

Calculo que tardarían unos tres minutos en arribar al cubículo del profesor. Ahora estaba metido en un problema de características mayúsculas. Su mente aceleraba buscando una manera de deshacerse de Nelly. Cuando vio, ella y él estaban frente a la puerta del profesor. Ella lo inquirió:

-¿Tocaras o solo observaras la puerta como si fueras un novato?  

Ante tal cuestionamiento únicamente atino a decir:

-No te lo quise decir en el camino amor, pero el proyecto del profesor Bernabé y yo es algo secreto porque implica una solución novedosa para un problema de Hilbert.

 Apenas pudo terminar la frase cuando el profesor abrió la puerta observando con sorpresa a los dos. La única palabra que alcanzo a emitir Albert fue un hola entrecortado que a oídos de Nelly sonó como el de un niño que sabe que lo reprenderán por alguna travesura.

-Albert viene a trabajar el problema de Hilbert.

El profesor miro por un brevísimo instante entretanto hurgaba en su cerebro, porque, evidentemente, había olvidado un trabajo tan importante.

-¡Sí, claro! Adelante Albert, apurémonos.

Nelly se despidió de ambos no sin antes declarar:

-No te demores mucho amor, recuerda que tenemos cena de jueves con tu madre.

 

En el interior de su cubículo el profesor Bernabé frotaba sus manos como si padeciera un intenso frio; mientras observaba a Albert tratando de deducir que lo condujo a elaborar tal mentira.

¿          Qué pasa muchacho? Desconocía que eres capaz de la mentira, y menos con Nelly, que ha resultado ser una novia prodigiosa y con una empatía que asombra a todo el mundo. ¿Sabes?  Cuando era de tu edad tuve una novia que era plenamente introvertida. Se llamaba Adeline. Aún recuerdo cuando la vi por vez primera. Era una mañana fría, probablemente a siete Celsius, cuando entro al salón de derivadas parciales con un vestido lila que la hacía ver como hija de una diosa. Un lugar estaba desocupado junto al mío y sin preguntar nada procedió a sentarse, no sin previamente analizarme, como tratando de encontrar alguna imperfección en mi carácter. Ese día nuestro maestro dicto una lista de derivadas sin aludir que nos examinaba para determinar si éramos competentes para continuar en su clase. No olvido que Adeline se levantó casi en media hora, entrego su hoja de resoluciones y salió, tal como llego, sin pronunciar ni un monosílabo. Pensé: ¿Acaso supone esta desconocida que este examen es un juego de azar? En mis adentros simulaba varios escenarios: en uno ella sollozaba lento por sus nimios puntos, en otro sufría un sincope al oír el veredicto de su reprobación y en el último salía apresuradamente del salón de parciales para perderse en el fondo de uno de los pasillos de la facultad. No obstante, al siguiente día nuestro maestro nos citó en su salón para comunicarnos nuestro resultado. Yo estaba ciertamente algo engreído, casi escuchaba al profesor felicitándome por mis inéditas soluciones. Pero lo que escuche solo fue: “Felicidades srita. Adeline. Hace varios lustros que no leía soluciones tan extraordinarias”. Sali del salón muy decepcionado e intranquilo. Todos, excepción de Adeline, estábamos bajo la espada de Damocles. Era inminente nuestra suspensión de la clase de derivadas parciales. Sentado en el banco de piedra que esta frente a la biblioteca meditaba y concluía que mi suspensión era segura. Y tú sabes lo que eso significa: el exilio y el ostracismo de nuestra pasión, las Matemáticas. Sumergido en mis tenebrosos pensamientos oí una silente voz que me decía: “Hola, mi nombre es Adeline”. Al escuchar el nombre una compulsión de ira me poseyó. Mi inmediata decisión fue voltear para dirigirle la mirada más iracunda que hubiese visto en su vida. Todo lo contrario: mis gestos de cólera se esfumaron en cuanto la vi. Me observaba como si fuera yo la primera ecuación en derivadas parciales de carne y hueso. Ahora traía puesto un vestido azul cielo que destacaba su cuello, sus brazos y sus piernas. No pude dejar de notar que la tersura y blancura de su piel eran magnificas. De la compulsión de indignación pase a la pulsión freudiana. A partir de ese fascinante episodio Adeline y yo fuimos inseparables, hasta el punto de que presentamos juntos nuestra programática de maestría. Tú conoces un poco de nuestra historia: nuestros esponsales, nuestra vida familiar, así como el hecho que destruyo mi vida, la separación definitiva de Adeline. ¿Y cuál fue la razón de tan dolorosa separación? ¡Exacto! Una simple y esquiva mentira.

 

Albert escuchaba al profesor con tintes filosóficos, concluyendo que si continuaba por ese camino su romance con Nelly se iría al mismo precipicio.

 

 



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En el texto hay: misterio, personajes sobrenaturales, amor

Editado: 27.08.2023

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