Al salir de la casa de Alice Albert procuro distraer su mente en algo más mundanal. Sin proponérselo miro a Samantha y entonces noto que era una mujer notablemente atractiva. A él su madre siempre lo educo con preceptos que prohibían mirar con deseo el cuerpo de una mujer. Constantemente le repetía lo prioritario que era suprimir los deseos sexuales porque, según ella y su doctrina, conducían directamente al pecado, y el pecado inevitablemente a la muerte.
Repentinamente el autobús freno y Sam necesito asirse del hombro de él. Albert sintió una mano cálida y perfectamente suave que transmitía un fuego que lo estaba inquietando. Mas adelante ella nuevamente estuvo a punto de caer por un tirón del autobús y él la sujeto por la cintura. Cuando Sam sintió las manos de Albert sus mejillas inmediatamente se tornaron rosáceas. Todo el camino no dijo ni una palabra, por lo cual cada uno concluyo que se hallaban en una situación poco agradable. Al llegar a las cercanías de la casa de Samantha Albert intento decir una disculpa, pero, a la par, ella también se esforzó en hacer lo mismo. Ambos se miraron momentáneamente y de la incomodidad pasaron a dibujar una sonrisa mientras se despedían ensoñadoramente.
Al llegar a su casa Albert advirtió que desarrollaba un vehemente sentimiento por ella. Después de algunos minutos su vehemencia se convirtió en angustia