Tardo aproximadamente treinta minutos en llegar a su casa donde Helen ya lo esperaba con el rostro iracundo y con una mirada de honda preocupación.
-¿Dónde estabas? Tengo horas tratando de saber de ti. Hable con Nelly y ella dice que su amiga Chloe te vio pasar del brazo de una tal Samantha. ¿Es verdad todo eso?
-Sí, Helen, es totalmente cierto.
-¡No me llames Helen! Sabes que me disgusta. Desde niño te lo repetí cada día y, no obstante, sigues con tu proceder.
-Lo sé, madre.
-¿Qué hacías con ella?
-Pase la tarde con ella y su madre.
-¡Tú tienes un estricto compromiso con Nelly, que no puedes echar a un lado!
-Sí, Helen, no lo romperé; te lo aseguro.
-Eso espero, porque si no que vergüenza con Mallory.
-¿Cómo sabes que su madre se llama Mallory? Desconocía que supieras su nombre.
-¡No lo sé! Quizás tú lo mencionaste alguna vez.
-No recuerdo habértelo dicho alguna vez. Lo que si sé es que nunca has accedido a conocer a su madre; por eso mi extrañeza de que conozcas su nombre.
-Dime algo con absoluta franqueza, ¿te gusta esa chica Samantha? Se verdadero conmigo, te conozco extensamente.
-Es una chica muy inteligente y hermosa.
-¡Esa no es la respuesta a mi pregunta! Contéstame con completa certeza; soy Helen, tu madre.
-Sí, Helen, me atrae muchísimo.
-¡Lo sabía! ¿Cómo paso? Se supone que ‘la tierna luz que te inspira’ es Nelly, no Samantha.
-¿Así que leíste mi carta? Pero nunca la entregaste. ¿Por qué, madre? Tú me garantizaste que se la darías a Nelly.
-Me dio miedo que Nelly se enterara que tienes una áspera problemática mental. Simplemente fue por eso.
-Entonces, ¿Nelly no sabe nada de mi enfermedad?
-Nada; es preferible que viva en la ignorancia sobre el trastorno que padeces. ¿Puedes imaginar todo el deshonor que nos acarrearía?
-¡Tú solo sabes de tu honor! Pamplinas es lo que es.
Con una cólera que lo inundaba Albert se dirigió hacia su habitación.
-¡Regresa! Aun no terminamos. Eres un maleducado. ¡Toda la educación maternal que te di la convertiste en puras bagatelas!