Nací en la ciudad de Payon, hogar de la arquería y las artes marciales. Debido a la falta de minerales, los habitantes fueron obligados a utilizar la madera y su propio cuerpo como método de defensa. Actualmente, la ciudad está rodeada de grandes murallas, útiles contra los enemigos que pueblan el bosque. La única entrada se encuentra al sur de la ciudad, vigilado por guardias de elite que cuidan el puente, cuya construcción se debe al hombre utilizando rocas como base y madera en la parte superior, dejando por debajo el río que viene del noroeste por las orillas de Izlude, una ciudad satélite dependiente de Prontera, la capital.
Cuando tenía seis años, mi papá siempre me contaba una historia antes de dormir, todavía recuerdo su forma de narrar, era como si él mismo lo hubiera vivido, nunca pude pegar un ojo hasta que terminaba el cuento, porque si lo hacía, me arrepentiría ya que jamás me contaba la misma historia. Me habló sobre las murallas, de mis ancestros, y de criaturas tan poderosas que podrían destruir el mundo si quisieran, claro que en ese entonces yo creía todo lo que me decía.
Una vez me contó sobre un familiar de varias generaciones, se llamaba Rurik, al parecer sobrevivió ante el ataque del dragón Nidhogg mientras exploraba el Niflheim, pero que en algún momento desapareció sin dejar rastro.
En el momento que cumplí siete, mis padres me llevaron hasta arriba de la muralla, nos quedamos toda la tarde viendo el panorama mientras platicábamos sobre cosas cotidianas.
—¿Cuál es tu sueño, hijo? —decía mi padre mientras me abrazaba. Después de pensar un poco, le respondí.
—Quiero recorrer el mundo contigo, y con mamá también —dije, y el rio. Entonces di un gran bostezo y caí rendido al sueño.
Al día siguiente amanecí en mi cama, y una carta descansaba sobre mi almohada. Por temas personales no hablaré de todo el contenido, solo de lo más relevante. Al parecer, ocurrió un problema con uno de mis tíos y tuvieron que salir de la ciudad para verlo, no sin antes pedirle a un amigo de la familia que me cuidara, quien resultó ser el director de la Academia de Arquería de Payon, su nombre era Yves.
A pesar de ser bastante viejo, Yves fue muy flexible conmigo, me regañaba siempre que lo desobedecía y cuando cumplía con las tareas compraba jugo de uva como premio. Hubieran sido buenos momentos de no ser por mis padres, los cuales no volvían.
—Regresarán pronto —decía siempre antes de cambiar de tema.
Le pedí que me contara de ellos, quería conocerlos más que nunca. Me habló de mi padre, trabajaba en su academia como profesor de artes avanzadas en arquería, tenía fama de ser el profesor más odiado y amado por sus estudiantes, debido a la gran dedicación a su oficio, tan así que muchos reprobaban por sus métodos excesivamente estrictos. Yves me preguntó si quería especializarme en arquería, contesté con un no, pues ya había pensado unirme a artes marciales. Sonriendo, puso su mano sobre mi cabeza y me dijo "Todavía tienes tiempo para pensarlo, ¿De acuerdo?".
Yo era muy travieso y nunca le prestaba atención a la clase, por culpa de esto era castigado constantemente. Un día, el castigo se alargó tanto que el sol ya estaba por esconderse. Yves siempre me decía que estar solo en la noche es peligroso, entonces tomé mi mochila y salí corriendo de la escuela para llegar lo antes posible a casa.
La noche llegó en un instante, veía cada vez menos y por la velocidad a la que iba no pude distinguir a un hombre que pasaba, entonces mi cabeza chocó contra su estómago. Ambos terminamos en el suelo. En el momento que mi dolor fue desapareciendo, me levanté y me acerque al hombre para ayudarlo, la sorpresa fue inevitable cuando me tomó del cuello y me arremetió contra la pared.
—No creerás que te dejaré ir después de ese golpe, mocoso —dijo esto, levantando el puño y llevándolo contra mi estómago. Sentí como el aire salía de mi cuerpo.
No podía respirar, mis pulmones estaban vacíos y una sensación de desesperación me cubrió por completo. Miré la cara de mi agresor, estaba completamente roja de ira, empecé a llorar del miedo. No sabía si saldría vivo de esto, instintivamente usé mis manos para quitar la del agresor, sin éxito. De un instante a otro, me soltó.
—Bah, no eres más que un mocoso estúpido. Lárgate —dijo mientras yo recuperaba el aliento, el hombre me dio la espalda y caminó como si nada hubiera pasado.
Por primera vez en mi vida, me sentí indefenso y frustrado, pudo haberme matado si quisiera. El sentirme tan impotente me hizo reaccionar. Limpié las lágrimas de mi cara y corrí tan rápido como pude hacia él, listo para golpearlo. El dio media vuelta extrañado por el ruido que producían mis pisadas y dándose cuenta de lo que iba a hacer, me dio un puñetazo en la cara. Caí al suelo, el dolor era tremendo y mi cuerpo no se movía.
—De verdad eres estúpido —gritó enojado mientras me levantaba de la camisa, luego se quedó inmóvil por un momento. Empezó a reír—.Vaya, pero si eres su hijo —dijo cuando vio mi nombre impreso en el uniforme.
Mientras utilizaba su mano izquierda para tomar mi camisa, usó la derecha para sacar algo del bolsillo. No pude ver con claridad que era hasta que me lo puso en la cara; una navaja.
—Tu papi acabó con mi futuro, así que yo acabaré con el de su hijo, ya sabes, para estar a mano. Pero primero un poco de dolor, como signo de nuestra amistad —declaró.
Lo que pasó después fue tan horrible que aún hoy tengo pesadillas, el maldito hijo de puta me clavó la navaja en el ojo izquierdo, una y otra vez sin descanso. Yo pataleaba y pataleaba para poder escapar, pero era imposible, lo único que podía hacer era gritar desesperadamente. La sangre se combinaba con las lágrimas, la tortura se volvía eterna, no podía soportarlo, entonces me desmayé.
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