Pocos días después de que Daría celebrara su noveno cumpleaños, los reyes dieron una noticia muy grata a todos: la reina estaba embarazada. La primavera siguiente Adalia dio a luz a un hermoso y noble niño al que llamaron Edelmar. Los nobles estaban felices con el nacimiento, ¡al fin tenían un heredero de sangre real! Ya no tendrían que romper con una tradición milenaria.
Nicolás y Adalia volvieron a decepcionar a los nobles. Aún con el nacimiento de Edelmar, dejaban en claro que Daría era la heredera a la corona por ser la más mayor de los dos. La alegría de los nobles no se borró por completo, creían que eventualmente lograrían que Edelmar, y no Daría, reinara sobre Derladia; sólo tenían que esperar y ser pacientes, con el tiempo seguramente Nicolás se daría cuenta de que el más apropiado que gobernara Derladia alguien con sangre real.
A Daría poco le importó esto. A estas alturas ya estaba acostumbrada al desdén de los nobles y, desafortunadamente, también al de sus hijos. En lugar de molestarse o sentirse triste, seguía los consejos del mago Tobías y no les prestaba atención. Además, con el nacimiento de su hermano, estaba muy emocionada y hacía menos caso a los comentarios o actitudes de los nobles.
Daría pensaba que al fin tendría alguien con quien ir en largas aventuras, alguien con quien escabullirse a la cocina y tomar bollos cuando nadie los viera, alguien más joven con quien compartir su colección de bichos, un amigo de su edad que la aceptase y no hiciese comentarios desagradables cuando creía que Daría no le escuchaba. Pero su hermano pronto se convirtió en una gran decepción: dado que era un bebé, pasarían años antes de que pudieran hacer algo juntos, por el momento sólo comía y dormía; peor aún, dado que era un bebé, Nicolás y Adalia estaban muy ocupados cuidando de él y no se interesaban por Daría; incluso el mismo Tobías estaba más atareado ahora con los asuntos del gobierno de Derladia y ya casi no salían a caminar por el bosque.
Daría se sentía más sola que antes, empezaba a temer que tal vez sus padres preferirían a Edelmar por ser su verdadero hijo; después de todo, los nobles argumentaban que eso era muy importante, ¿por qué no habrían de estar de acuerdo sus padres? Poco a poco ese miedo se empezó a convertir en enojo y rencor contra Edelmar, ¡si él no hubiese nacido las cosas no habrían cambiado! Sus padres la seguirían queriendo más a ella y los nobles eventualmente la hubieran aceptado; ahora, con Edelmar, todo parecía estar peor que antes.
—Mamá, ¿papá y tú piensan que Edelmar es un mejor hijo que yo? —preguntó Daría un mañana después de que Edelmar se había quedado dormido.
Adalia dio un vistazo rápido a Daría, sin quitar su atención del bebé. —No digas tonterías, ¿de dónde sacaste esa idea?
—Ya nunca pasamos tiempo juntos los tres. O están muy ocupados con Edelmar o están haciendo cosas aburridas del gobierno de Derladia — dijo Daría y alzó la voz —¡Nunca me hacen caso!
—¡Silencio, Daría! No quiero que despiertes a tu hermano.
—Está bien, no voy a gritar; sólo quiero hablar contigo, estar contigo; extraño el tiempo que pasábamos los tres juntos.
Adalia se recostó en el sillón, entrecerrando los ojos. —Hija tienes que entender que tu padre y yo tenemos otras prioridades, Edelmar necesita de nuestra atención y también necesitamos ocuparnos de los asuntos del reino. Cuando seas mayor lo entenderás.
Daría enfureció y protestó gritando: —¡No! Estoy harta de estar siempre en segundo lugar, ¡ojalá Edelmar nunca hubiera nacido!
Edelmar se despertó llorando, asustado por el enojo de su hermana. Adalia se incorporó rápidamente para cargarlo y tranquilizarlo. —¿Cuál es tu problema? ¡Mira lo que has hecho!
—Lo siento mamá-
—¿Por qué no puedes entender que estamos ocupados con tu hermano? No siempre puedes ser el centro de atención, ¡no seas egoísta!—respondió Adalia desesperada—. Sal de aquí antes de que me vuelvas loca.
Daría salió y corrió a su cuarto, sintiendo cómo se llenaban de lágrimas sus ojos. En uno de los pasillos encontró al mago caminando presuroso en la dirección opuesta, cuando vio a Daría se detuvo y le preguntó: —¿Qué pasa pequeña? ¿Estás bien?
—No, ¡los nobles tenían razón! No soy tan perfecta y tan buena persona como Edelmar, ¡jamás lo voy a poder ser! Sólo soy un problema para todos y sería mejor que no estuviera aquí, soy una decepción para todos.
—¡No digas esas cosas Daría! No son ciertas—dijo Tobías cálidamente, sabiendo que Daría estaba alterada por el nacimiento de Edelmar y que tenía celos por la atención que recibía—. Tus padres se sienten muy orgullosos de ti, pero tu hermano necesita más cuidados por ser un niño tan pequeño.
—¿De verdad lo crees?
—No sólo lo creo, ¡lo sé! Soy un mago, ¿cierto? Yo puedo ver dentro del corazón de otras personas. Pero no se necesita ser un mago para poder ver cuánto te aman tus padres y cuán seguros están de que tú serás una excelente reina algún día—le aseguró Tobías guiñándole un ojo.
Daría se sintió más tranquila. —Eso espero... —dijo en voz baja; sacudió la cabeza y preguntó, cambiando de tema: —¿Te gustaría ir a montar un rato? Estoy cansada de estar aquí dentro, necesito distraerme, y hace más de tres semanas que no hacemos algo juntos.
La sonrisa de Tobías desapareció. —Lo sé, pero temo que no puedo, hay unos asuntos que requieren mi atención—contestó al tiempo que se alejaba para retomar su camino—. Te prometo que saldremos otro día.
Daría permaneció parada sola en el pasillo, sintiéndose más triste y decepcionada que antes, cada vez más convencida de que ella, eventualmente, sería olvidada por todos.
***
Para el momento en que Edelmar dejó de ser un bebé y se convirtió en un niño juguetón, Daría era ya una joven de quince años a quien poco le interesaban los juegos infantiles, todos los planes que hizo respecto a su hermano nunca se cumplieron. Además, durante estos años, el resentimiento de Daría hacia Edelmar había crecido.
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Editado: 08.07.2024