—¡Salvaje!, ¿qué estás haciendo? La próxima vez apunta la flecha hacia ti —gruñó Will colérico asustando al hombre, haciendo que huyera sin importarle recapturar a la esfinge.
Antonio se lanzó tras de Fausto y sus hombres, pero no los pudo alcanzar ya que tenían caballos muy veloces y se habían perdido en el bosque. Viendo que era inútil seguir persiguiéndolos, enfundó su espada de nuevo y caminó hacia donde estaba su amigo examinando a la esfinge. —¿Crees que esté bien? —preguntó Antonio.
—Eso parece, la flecha sólo la golpeó en la pata delantera.
Antonio asintió y observó a la esfinge con cuidado. Aunque sabía de la existencia de las esfinges, Antonio nunca se había topado con una y le daba curiosidad. Tenía el cuerpo de un puma grande, el rostro de una joven y alas de águila; sobre su frente tenía un símbolo plateado en forma de espiral. Existían muchas leyendas que hablaban sobre la maldad de las esfinges, decían que hacían perder la cordura a las personas, y que podían fulminar a cualquiera con la mirada, pero Antonio sabía my bien que eso no era cierto y no tenían por qué temerle.
La esfinge abrió los ojos lentamente y miró a Will con sorpresa y un poco de desagrado. —Una visión verde, con fuego que hierve… en todos casos sigues mis pasos: eres el medio del pingüino, el final de él, un frío y fatuo se añade, con una red terminante, ¿poco entiendes del contrario de socorro? —dijo la esfinge desafiante.
Antonio hizo una mueca de confusión. —¿Cómo que un pingüino y un fuego que hierve? ¿Qué acaso tienes hambre? No sabía que las esfinges comieran pingüinos hervidos.
La esfinge lo miró con desdén. —La “i” no dio lo que “ta” esperaba.
Antonio estaba aún más perplejo. Se acercó a Will y dijo preocupado: —¿Será que la golpearon en la cabeza? Suena más chiflada que una cabra.
Will no hizo caso, estaba concentrado en otra cosa. Para sorpresa de Antonio, el dragón no parecía estar confundido por las palabras de la esfinge; al contrario, las entendía y respondió coherentemente: —Ya te he dicho que mi nombre no es Wilfred: me llamo Wilgradnedfredolx y puedes decirme Will. Sabes, también, que no voy a permitir que te hagan daño, no importa que tanto te moleste que alguien esté cuidándote. Y, por favor, no le digas “idiota” a mi amigo Antonio.
Antonio se rascó la cabeza desconcertado. —¿Qué está pasando? ¿Cómo entendiste lo que dijo?
—Porque Cáer y yo nos conocemos desde hace muchos años —dijo Will señalando a la esfinge con la cabeza—. Verás, Antonio, las esfinges hablan en acertijos, todo es cuestión de acostumbrarse y aprender a descifrar el significado oculto de la adivinanza.
—¡Ah! —respondió asintiendo, aliviado—, ya entiendo; estaba empezando a preocuparme por los dos… ¡Sí, es un desagrado conocerte Cáer! Debo decir… es decir… no quiero no decir… que es lo contrario de malo que mi amigo… hum… hiciera algo diferente a ignorarte —añadió Antonio lentamente, mirando a la esfinge.
La esfinge frunció el ceño ante su comentario.
—Sí… es decir… ¡digo no! No es lo bueno, sino lo malo… que sí estuviéramos ausentes.
Will contuvo la risa y explicó amablemente: —No es necesario que tú le hables en acertijos, Antonio, entienden perfectamente bien a qué nos referimos. Es sólo que ellas no pueden evitar hablar en adivinanzas.
—Ya, ya comprendo —respondió Antonio un poco avergonzado—. Te pido una disculpa, Cáer, es la primera vez que me encuentro con alguien como tú. Como decía, fue una suerte que Will estuviera cuidando de ti, aunque te moleste, pues de lo contrario esos hombres te hubieran tomado prisionera.
Cáer sonrió enigmáticamente. —Ajeno es ese veneno entre los presenta-dilemas; el peligro no crema al libro que carece de esos temas.
—Otra característica de las esfinges —explicó Will rápidamente ante el gesto de frustración de su amigo— es que no tienen sentimientos y, por ello, no se preocupan por su vida o por su bienestar. Les da lo mismo lo que pase a su alrededor.
—¡Eso debe ser horrible!
—Esa es su naturaleza —dijo Will agriamente encogiéndose de hombros—, para ellas no es horrible; al contrario, piensan que es un carga atesorar a las personas o la vida.
Cáer asintió, confirmando las palabras de Will. —Tras el solsticio, acaba lo que debe y viene lo que sigue —dijo ella firmemente, haciendo alusión a que era momento de partir. La esfinge trató de incorporarse para irse pero, con un aullido de dolor, volvió a caer al suelo y cerró los ojos.
—¿Estás bien? —le dijo Antonio aprehensivamente, acercándose a ella.
—Extraña sensación en mi interior, algo se mueve sin revelar lo que debe —respondió Cáer.
Antonio frunció el ceño. —¿Habrás comido coles?, ¿será que tienes gases?
—¡No! —respondió Will—, dice que está herida.
—Cierto, cierto, había olvidado que uno de los hombres te lanzó una flecha —dijo Antonio y examinó cuidadosamente su herida—. Parece ser que la flecha te lastimó la mano. Si así quieres, puedo curarte.
—Entre el riesgo y el timón yace el principio, escondiéndose entre éstos y otros ornamentos; será un bien recibido —dijo, y añadió bajando la mirada, apenada: —Sin escrúpulos, al desconocido mal he llamado; el pero sin lo último, debo al don.
Antonio miró a Will. —Dice que sí, por favor; y pide un disculpa por haberte llamado idiota.
—No hay cuidado —respondió Antonio sonriendo—. Curaré tu herida con mucho gusto, aunque primero tengo que ir por algunas cosas a la villa; tu herida es más profunda de lo que creía y, si no la limpiamos bien, podría infectarse. No tardaré mucho, espérenme aquí. Trata de no moverte, Cáer —dijo Antonio mientras montaba su caballo y se alejaba.
***
Antonio cabalgó hacía la villa. Era un pequeño pueblo escondido en el bosque, donde vivía la gente que se rehusaba a servir a Namtar. Sus habitantes cuidaban los unos de los otros y se protegían contra los constantes ataques de las criaturas de las sombras, tratando de vivir en paz en medio de toda la oscuridad que los rodeaba.