Will, Melina y Antonio estaban sentados alrededor de la fogata, cansados y apesadumbrados. Después de que los demonios desaparecieron, entre los tres ayudaron a las personas lesionadas. Will utilizó su magia para construir una pequeña cabaña donde Melina se encargó de curar a los heridos; Antonio, entretanto, junto a algunos otros, sofocaba el fuego que aún ardía en las casas, tratando de salvar lo más posible de la aldea.
Una vez que terminaron de subsanar el daño que dejó atrás el ataque, era momento de discutir su siguiente paso y tomar una decisión sobre qué hacer para rescatar a sus amigos prisioneros. Era muy claro para los tres que debían actuar pronto, de lo contrario Baltazar cumpliría su amenaza, no había duda alguna; pero, ¿qué hacer? Todavía no estaban preparados para iniciar el ataque contra Namtar y Daría; además, si los enfrentaban ahora, seguramente provocarían la furia de Baltazar, y mataría a Gregorio y Lena antes de que pudieran entrar a rescatarlos.
Así, los tres observaban el fuego meditando, sabiendo que no tenían opción alguna. Will se incorporó y dijo resignado: —Creo que es obvio lo que debemos hacer, debo entregarme.
Antonio y Melina alzaron la cabeza simultáneamente.
—¿Qué?, ¿lo dices en serio? —preguntó Antonio estupefacto.
—Sí, no hay otra alternativa.
—¡No, Will! Es una pésima idea —intervino Melina.
—Seguramente es una trampa —dijo Antonio—, ¿cómo podemos confiar en que liberarán a Gregorio y Lena si te entregas? ¡Los tres acabarán siendo prisioneros! Debe existir otra opción.
Will sacudió la cabeza. —No conocen a Baltazar tan bien como yo, no saben qué tan cruel y despiadado es. Esta vez nos ha vencido, debo hacer lo que pide.
—¿Y si buscamos una forma de entrar al castillo y rescatarlos? Entre los tres podremos escabullirnos dentro y liberar a Gregorio y Lena sin que sepan que estuvimos ahí —sugirió Antonio.
—¿Has visto el Castillo Negro alguna vez?
Antonio titubeó. —N-no.
—Es una fortaleza vigilada y resguardaba por criaturas de las sombras y hechiceros oscuros mucho más poderosos que aquellos con los que hemos luchado aquí fuera. Olvida ya cómo vamos a encontrar el lugar donde tienen prisioneros a Lena y Gregorio, ¿cómo supones que entraremos? Además, olvidas que tanto Daría como Namtar viven ahí.
—Podemos intentarlo —dijo Antonio poniéndose en pie.
Will replicó suavemente. —No, sería una misión suicida, nos atraparían a todos. Lo mejor será entregarme. Si Baltazar no cumple su promesa y no los libera, entonces busquen un plan alterno.
—Will, no puedo permitir que hagas eso, ¡los matarán a los tres! —vociferó Antonio alterado.
El dragón sonrió con tristeza. —Ése es un riego que debo tomar, sé que ellos harían lo mismo por mí.
Antonio lo miró con aprehensión, sabiendo que tenía razón. Sin otra palabra, Will dio media vuelta para iniciar su camino al Castillo Negro esa misma noche.
—¡Espera! ¡Tengo una idea! —gritó Melina súbitamente, levantándose.
—¿Cuál? —dijo Antonio.
—Yo iré.
Will se detuvo en seco y la miró confundido. —¿Por qué irías tú? Baltazar me busca a mí, sólo a mí, ni siquiera imagina que tú sigas con vida.
—¡Exacto! Yo iré al castillo pretendiendo que soy alguien que desea unirse y servir a la oscuridad. De esa forma puedo averiguar donde tienen prisioneros a Gregorio y Lena y, en cuanto lo sepa, mandarles un mensaje para liberarlos. No sólo eso, una vez dentro puedo aprender más sobre el ejército de Namtar, descubrir algún punto débil; con esa información será más fácil enfrentarlos y organizar a nuestro grupo.
Will dijo muy serio: —Melina, tú estás destinada a derrotar a la oscuridad, pero todavía no estamos preparados, nuestro grupo no está listo. Sería tonto que te arriesgaras antes de tiempo.
Melina sacudió la cabeza, molesta. —Es mucho más arriesgado que vayas tú, Will. Como dices, a ti es a quien buscan… y a quien seguro asesinarán en cuanto vean. Es mejor que vaya yo. Puedo utilizar mi magia para disfrazarme, ¡nunca sospecharán quien soy! Tenemos que sacar de ahí a Gregorio y Lena, pero no a costa de tu vida.
—Vale —dijo Antonio seriamente—, entonces yo iré contigo.
—No. Tendría que ir ella sola —intervino Will—. Verás, Antonio, es más complejo que sólo llegar y decir que se desea servir a Namtar. No se puede engañar a las criaturas del castillo únicamente con palabras.
—No entiendo, ¿a qué te refieres?
—Los demonios y demás criaturas del castillo tienen la habilidad de ver el corazón y la mente de las personas. Melina tendría que usar un hechizo muy poderoso para disfrazar su alma y aparentar ser una verdadera seguidora de las sombras. Sólo ella tiene la magia suficiente como para lograrlo sin ser descubierta —explicó Will.
Los tres callaron por unos momentos, considerando la idea de Melina. —No me gusta tu plan —dijo Antonio palideciendo—, creo que es peligroso y estás arriesgando tu vida, pero…
—…es nuestra única oportunidad —terminó Will.
Melina asintió lentamente.
***
Lena abrió los ojos y retrocedió apanicada al tiempo que soltaba un aullido de terror: frente a ella se encontraba una mujer fantasma con la cabeza invertida y un gesto retorcido. Al ver el miedo de Lena, el fantasma abrió los ojos huecos aún más y rió macabramente, haciendo eco en el pasillo.
—Tranquila, no te hará daño —la consoló Gregorio poniendo su brazo alrededor de sus hombros en actitud paternal.
Lena miró a su alrededor confundida. Estaban sentados dentro de lo que parecía ser un pequeño calabozo oscuro. Por la rendija de la puerta brillaba una luz tenue y se escuchaban los pasos de una pesada criatura caminando de un lado a otro.
—¿Dónde estamos? ¿Qué pasó?
—¿No lo recuerdas? Un batallón atacó la aldea y nos apresó. Nos lanzaron un dardo con una especie de veneno ligero para traernos aquí —explicó Gregorio amargamente—. Me alegra que hayas despertado, estaba preocupado por ti.