Relatos

Su omega

Deborah vio un largo camino frente a ella no sabiendo si seguir o no por él. Miró detrás de ella comprobando que la gente que la seguía no estaba allí, mala idea pues estaban casi pisándole los talones así que la decisión fue fácil de tomar, siguió corriendo por el camino todo lo rápido que sus débiles piernas le permitieron.

 

Llegó a un claro al final del camino y no supo en que dirección ir ahora cuando los que la perseguían la alcanzaron. Cerró los ojos sabiendo que ese era su fin.

 

Despertó de golpe cuando un grito escapó de ella. Unos fuertes y cálidos brazos la llevaron a su pecho, se refugió en él sintiéndose segura.

 

— Ya pasó, bebé, tranquila— susurro el hombre que la abrazaba. Olfateo su cuello comprobando su estado de ánimo— estas a salvo, omega— Deborah lo miró con sus ojos llenos de lágrimas y un puchero en la boca.

— ¿Esta seguro, alfa?— Harvey la sonrió apartando el pelo de su frente con suavidad.

— Estoy muy seguro, bebé, nadie va hacerte daño mientras estés aquí— respondió pero sin decir todo lo que realmente quería decir— aun es muy pronto, omega, ¿por qué no tratas de dormir un poco más?

— Esta bien, alfa, pero no se vaya, quédese conmigo.

— No voy a ningún lugar, bebé, estaré justo aquí cuando despiertes.

 

Harvey se quedó despierto velando su sueño, como todas las noche desde que la encontró en aquel claro al borde de la muerte. Su lobo interior rastreó y encontró a los culpables no permitiendo que siguieran respirando.

 

No se arrepentía por lo que hizo, ahora su pequeña omega estaba bien, en sus brazos, y no permitiría que nada le pasará mientras viviera.

 

Deborah se acurrucó más cerca de su calor, él acaricio con suavidad su mejilla y besó su cabeza antes de frotar su mejilla sobre esta llenándola de su olor.

 

Todos en su manada estaban sorprendidos por el cambio que el poderoso y malhumorado alfa había cambiado desde que la pequeña omega estaba allí. Seguía siendo malhumorado pero lo controlaba en presencia de Deborah, sus instintos protectores le invadían en el momento que la omega estaba fuera de su casa, donde no podía asegurar que su seguridad no le fuera arrebatada.

 

Aun con toda la preocupación y lo que conllevaba cuidar a su omega nunca se había sentido más feliz que cuando la tenia abrazada mientras dormía y podía llenar su nariz de su olor tan dulce como lo era ella.



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En el texto hay: amor, relatos corto

Editado: 30.03.2022

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