Déjenme decirles que en cuanto a experiencias vividas con mi padre, no tengo muy buenos recuerdos por relatar.
Hay un par inolvidables... Como cuando me hizo orinar con un correazo bien puesto por encima del jean cuando tenía como 13. O cuando me regaló unas buenas marcas de lazo en mis nalgas cuando tenía como 7, pero esos... Son otros cuentos.
El que tengo en mente incluye a toda la familia.
Cierto día en vacaciones pasadas en la finca (que si mal no recuerdo les mencioné que odiaba) mi padre decidió en un buen día de fin de semana, llevarnos a un lugar donde nacían aguas termales.
Obviamente yo estaba super emocionada debido a varios hechos por supuesto.
Primero: Era el primer paseo familiar que realmente me motivaba. Ya que no involucraba sentarse en una silla frente a una tienda y ver pasar por dos o tres horas seguidas a la escasa gente que se movía por esos lados (el 99% de ellos, borrachos).
Segundo: Sabía de buena fuente que este lugar no tenía mosquitos infernales (cuya presencia en ese lugar debido al clima es infaltable).
Tercero: Siendo una chica en pleno desarrollo de su preadolescencia, tenía la vana pero marcada esperanza de por lo menos alimentar mi vista ante la presencia de cuerpos masculinos.
Este último, cabe resaltar, era una esperanza bien remota, teniendo en cuenta el lugar en el que nos situábamos topográficamente, pero ya saben... La esperanza es lo último que se pierde.
Así fue como super emocionada, motivada y demás, recorrí pacientemente todo el trayecto hasta las anheladas aguas termales.
Al acercarnos al lugar comencé a notar un leve olor a huevo cocido que fue incrementando a medida que el recorrido culminaba.
Pero no dejé que algo tan mínimo como el olor arruinara mis expectativas, no señor. Había leído que el olor era una característica común en este tipo de lugares por lo que no le dí mucha pelota al asunto.
Y nada más llegar me di cuenta de que el esfuerzo realmente valía la pena. El lugar era precioso.
En la parte superior habían grandes piedras por donde caía el agua en cascada e iba a dar a un pozo con agua azul celeste.
De verdad, era hermoso.
Mas adelante, siguiendo el curso del agua que rebosaba del pozo, noté una segunda laguna en la parte inferior. El agua fría de la primera iba a dar a una piedra gigantesca y allí caía en cascada sobre las aguas termales.
De donde provenía el olor a huevo cocido.
No había mucha gente y tal vez media hora después de que llegamos al lugar, este quedó completamente solo.
Personalmente me daba igual, lo único que me importaba en ese momento era disfrutar de aquel pequeño paraíso.
Jugué, nadé y me divertí como una cría pequeña en el primer pozo y llegada la tarde, decidí darle una oportunidad al agua caliente.
Mi madre y yo nos encaminamos hacia dicho lugar y teniendo cuidado de no pisar las piedras llenas de musgo baboso, logramos descender hacia nuestro destino.
Aunque un gran chorro de agua fría caía justo en el lugar en el que nos encontrábamos, cuando metí un pie en el agua, pude notar que seguía permaneciendo muy caliente.
-Au mierda- chilló mi mamá sacando el pie que había metido en el agua.
Obviamente me burlé un rato. Y es que, aunque yo también me había quemado, no pensaba admitirlo frente a ella.
Y fue en ese momento en el que ambas reparamos en el chico que se encontraba en medio de aquel pozo con el agua por encima de su cintura, estático allí como si estuviese meditando.
-¿No se le quemaran las pelotas?- preguntó "disimuladamente" mi madre.
Afortunadamente si el chico escuchó, disimuló bastante bien.
De todas formas en ese momento yo solo pedía que me tragara la tierra.
Mamá siempre se ha caracterizado por ser demasiado sociable, por lo que no tardó mucho en hablarle al chico y preguntarle cómo demonios hacía para soportar tan altas temperaturas.
Resultó entonces que sí había una estrategia después de todo, puesto que una vez te metías rápidamente en el agua caliente, poco a poco tu cuerpo se acostumbraba a la temperatura.
Obviamente el primer minuto fue severa quemonada la que nos dimos, pero luego pasó tal cual como dijo el chico.
Entonces...
Ventajas:
Tu cuerpo se acostumbraba al agua caliente.
Desventajas:
Si te mueves, te quemas.
Así que en ese instante el motivo de la meditación del chico cobró sentido para nosotras.
No nos movíamos, no pasaba nada.
Sin embargo, a pesar de considerarme tremendamente osada, preferí soportar las altas temperaturas cerca de donde caía el chorro de agua fría.
Ya saben, por si acaso.
El resto de la tarde se pasó de volada. Todo chévere, todo bacano.
Exfoliación y apertura de poros. Tratamiento para la piel con aguas termales y... Llegó la hora de la salida.
Mi padre comenzó a llamar a mamá, pero ambas estábamos tan a gusto en el agua caliente que no le dimos pelota a su llamado, hasta que finalmente mi madre accedió a sus súplicas.
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Editado: 01.08.2018