Llevamos varios años en este viaje, travesía o trabajo, como mejor quieras llamarlo, no importa ya. Cuando me reclutaron no tenía nada, mantenía a mi hermano menor como podía.
Mi habilidad y pasión eran las peleas, mis destrezas y tácticas de combate eran las mejores, tanto que era llamada "La Dura". Me pagaban por verme luchar, eran peleas arregladas en las cuales me hacían perder la mayoría de las veces. Por supuesto que al principio mi orgullo resultaba más herido que los golpes que recibía, pero cuando nuestras bocas pedían alimento, el estómago gruñía de hambre y nuestros cuerpos una manta por las noches, todo eso debía olvidarse. Mi condición de desventaja por ser mujer, y peor aún, de color, no me permitían pedir ni demandar nada, por supuesto que podía intentarlo, ya lo había hecho, pero sin buenos resultados.
El hombre que me eligió para ser parte de su tripulación vio un futuro en mí, una vida fuera de la miseria en la que estaba sumergida, a mi hermano no me lo pude llevar, pero aseguré su vida con la mía, le pedí un pago adelantado a mi nuevo jefe y con eso le compré un apartamento para él. De todos modos, a donde iba a ir no había tiendas, ni supermercados, ni ciudades donde hacer turismo, íbamos al fondo del mar, al oscuro y abismal océano del que tan poco se conocía.
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Cosas extrañas comenzaron a suceder, un desfase en el tiempo hizo que nos encontremos haciendo cosas que no recordáramos pensar en hacer, en un momento pongo el libro sobre la mesa y al otro todo está oscuro y lo único que puedo ver es que ya no estoy en la sala de lectura, todos se han ido a dormir y mis manos no pueden tocar materia física. Mis colegas que comparten habitación también experimentaron similares momentos; Lotto, un hombre con un peinado de cresta azul y corpulento, nos relata que en la noche, a minutos de cerrar los ojos, sintió como lo tomaban de las piernas y lo inmovilizaban, al abrir los ojos no había nada allí, su compañero Daniel a la semana siguiente vivió algo similar. Un tripulante desapareció de su puesto de trabajo en la sala de máquinas y el cocinero se cortó un par de dedos con la cuchilla como si de una verdura se tratara, no lo notó hasta que alguien gritó al verlo, temo cometer alguna locura de esas, algo malo está pasando y nadie hace nada, los que temen lo ocultan y no dicen nada, o lo susurran, pero nadie protesta.
Hoy, a mil días de viaje, quiero creer que mi hermano está bien, que lo veré de nuevo, que todo esto no será más que un recuerdo. Y que estos destiempos nunca ocurrieron.