La mujer llega a su casa y encuentra sobre la mesa del living una hoja amarillenta con letras recién escritas, lee:
“Todos se creen solitarios, pero no lo son, tienen amigos a los que ven todo el tiempo, tienen familiares con los que hablan, tienen vecinos a los que saludan, tienen un trabajo al que asisten, tienen conocidos a los que ven y saludan. No son realmente tan solitarios y ajenos al mundo. No son como yo. Yo, que no tengo a nadie a mi alrededor. A nadie. Nadie me visita, nadie me pregunta, nadie me estimula, nadie, nadie me conoce. No soy nadie. No existo para ninguna persona porque para ellos morí hace mucho. Soy el fantasma que habita en tu pared. El que por las noches se pasea en ropa interior del baño a tu dormitorio, y de tu dormitorio al cielo raso, de la cocina paso al living y de ahí al exterior, en donde el perro del vecino ladra y ladra y nadie sabe por qué. Ese es el que soy yo, y como me aburre este tedio y esta insondable soledad te escribo, a ti, mujer sola y olvidada, como yo. Tú que estás tan aislada que nadie te conoce ni mira. Tú, que bajas la mirada cuando te ven, sí, también te he seguido, lo hice, me aburría demasiado y tenía curiosidad, ¿qué hacías todo el día, a dónde ibas, eras más feliz que yo allá afuera? Vi que no, eres lo más aburrido que existe. Más aburrida que yo en mi vida. No ríes, no hablas y no miras. No lloras ni en la ducha. Pareciera que no existes, que estás muerta en vida. Imagino tu cara de terror mientras estés leyendo esto. Idiota. No me iré aunque grites que lo haga. Déjame darle algo de diversión a tu vida. Me puedo convertir en un íncubo y acecharte por las noches. Si eso quieres di que sí. Asiente y te daré los mejores momentos. No asentirás, lo sé. Ahora gritarás y…”
La mujer de la casa corre afuera sin terminar de leer el papel. Una semana más tarde, otra persona se muda allí.