Eduardo y John Jairo apenas se habían dirigido un saludo cada vez que iban a beber en grupo, el típico grupo en que la mayoría no se conoce entre sí, pero que estaban vinculados a una misma persona. Lo único que John sabía de Eduardo era que este es venezolano. John sentía cierta xenofobia por ellos. Es cierto que nunca trató mal a Eduardo ni a nadie que compartiera su nacionalidad, pero tenía temor, y las noticias no ayudaban mucho: se llenaban de reportajes sobre robos y asesinatos a mano de venezolanos.
Esa noche de navidad, todos estaban animados bebiendo, a excepción de Eduardo que no terminó de beber la primera Poker, no parecía estar tan sonriente como suele ser en cada reunión; John no quería prestar mucha atención ante la evidente recaída de Eduardo, «¿qué me importa? Apenas y nos saludamos» se decía constantemente, trataba de convencerse de que no era su problema, pero sus impulsos lo delataron.
―Hoy… parece que no estás animado ―se le acercó sin poder pensarlo dos veces.
Él le miró para después volver a ver su lata de cerveza.
―Esta es la segunda navidad que paso en este lugar ―admitió sin desconfiar ni un poco de su acercamiento― Estoy acostumbrado a las cenas navideñas de mi familia, comer unas buenas hayacas, que mi tío haga la oración estando borracho, bailar y jugar dominó.
―¿No tienes ningún miembro de tu familia aquí? ―inquirió. Normalmente John está acostumbrado a no asistir a las cenas navideñas.
―Mi hermana está en Bogotá y mi primo está probando suerte en Cali. Tal parece que soy el único en Cúcuta.
John no era muy apegado a su familia, así que no sabría entender su sentimiento, pero de cierta manera apartarte de tu país y tener que adquirir las costumbres de otro debía ser complicado. John Jairo empezó a sentir empatía por Eduardo.
―Debe ser complicado.
―Lo es ―sonrió con pesar― Oye, John ¿cierto? ¿Por qué me estás hablando ahora? Me mirabas como si tuvieras miedo de que te robe algo.
―Qué pena, no quería…
―No te preocupes, estoy un poco acostumbrado a que los que no me conocen esperen lo peor de mí. Por algo me costó encontrar trabajo, muchos pensaron que me robaría algo en los horarios laborales o asesinaría a alguien.
―Bueno, no es por ofender, pero hubo mucha gente de tu país que causó problemas.
―¿Te ha robado un venezolano?
―No, pero he visto muchas noticias sobre eso.
―¿Sabes por qué? ―inquirió con una sonrisa.
―¿Por qué?
―Es muchos más atractivo para la prensa señalar los crímenes de alguien ajeno al país que un ciudadano, ningún país se libra de eso, ni siquiera las grandes potencias.
―¿No estás enojado? Ya sabes: porque te traten mal por culpa de las acciones de otros ―John no sabía qué ocurría con él esa noche, pero descubrió que Eduardo era una persona muy agradable, por algo sus compañeros de trabajo lo estimaban mucho.
―Si dijera que no, estaría mintiendo, odio que me insulten solo por ser de otro país, que se burlen por mi forma de hablar, por mis costumbres y que me tachen de delincuente ―suspiró y dio un trago a su Poker― Extraño la cerveza Polar ―dijo casi riendo― ¿Y tú?
―¿Yo qué?
―Muchos están mirando la hora para ir a una reunión familiar.
John empezó a notar un poco de aquel acento venezolano, al parecer, Eduardo era muy neutral a la hora de conversar, supuso que le estaba tomando confianza.
―No soy muy apegado a mi familia ―admitió sin saber qué más agregar.
―Tampoco pareces muy hablador, las veces que vienes, pareces invisible, hombre. Se nota que tú y yo somos muuuy diferentes, y no me refiero a algo que tenga que ver con nuestros países nativos.
Desde ese momento, John y Eduardo empezaron a juntarse seguido, ya que tenían algunas cosas en común, por ejemplo: que son diplomados por estudiar administración de empresas, a pesar de que Eduardo trabajaba como plomero en Cúcuta. También entablaban otro tipo de conversaciones referentes a sus vidas personales u opiniones.
Cuando caminaban, Eduardo miró a una mujer vendiendo una que otra cosa en la calle, cuando John lo notó, levantó una ceja.
―¿Vas a comprar cucas o no? Tienes cara de que babeas por comerte una ―Le desconcertó la carcajada de su amigo― ¿Por qué te ríes?
―Sé que he estado dos años en este país, pero sigo sin acostumbrarme a esa palabra.
―¿Cuál?, ¿cuca?
―Esa misma.
―¿Por qué?, ¿qué tiene de malo?
―En mi país, cuca significa vagina.
―¿Qué? ―dijo desconcertado― ¿Nunca has visto una cu… galleta como esa?
―Sí, las vendían mucho por allá, aunque las llamamos catalinas, nombre elegante para un postre ¿no? ―le codeó con simpatía.
―Admito que sí suena más elegante que cuca.
―Cuca es un nombre chimbo para una galleta ―. John miró a Eduardo como si hubiera dicho un insulto― ¿Qué? Solo jugaba: cuca suena bien ―dijo intentando no reírse.
―No me refiero a eso, dijiste una palabra fea.
―¿Cuál?
―Chimbo ―le dijo en voz baja.
―No me digas que así se le nombra alguna parte íntima ―ironiza, pero la mirada de John le dijo todo― ¿De verdad? Por donde viví significa: malo o aburrido; no he sabido otra connotación además de esas.
―Eso significa pene.
―Qué casualidad que hayamos dicho dos partes íntimas en distinto dialecto.
La situación se tornó muy divertida para los dos, incluso intercambiaban palabras e insultos en su propio dialecto, les parecía entretenido aprender un poco de otro país.
―¿En febrero celebran el día del amor y la amistad? ―preguntó John con asombro.
―Como en otros países, también el Carnaval: la festividad en la que más malgastamos agua en el año, nos interesa más ese que el día del amor. Febrero es el mes perfecto para mojar vecinos que caen mal con globos de agua y peroles. Yo era el encargado de inflar la piscina para mis sobrinos.