Relatos de Otro Mundo

Una Cancion de cristal

Las gotas de lluvia competían deslizándose en el cristal. Erik las observaba de vez en cuando al golpear la ventana, mientras el exterior se deshacía en una escala de grises.

La lista de reproducción pasó a una nueva canción. Suave, lenta, nostálgica; acorde con el mundo al otro lado del vidrio. La melodía acariciaba los oídos del muchacho a través de los auriculares, sutil como la leve brisa que desviaba el agua caída.

El joven se encontraba inmerso en la sensación de ser simplemente un espectador en aquel día, estando, pero sin estar. Los pensamientos bullían en su mente, pero se evaporaban y se alzaban al cielo antes de que pudiera atraparlos.

La armonía y paz que reinaban en esos instantes parecían resistentes y, a la vez, hermosamente frágiles. Y, como todo lo que es delicado, acabaron por romperse.

El golpe de gracia fue una voz. Erik se quitó los auriculares, pensando que quizá provenía de alguien de su familia, pero no se repitió. Se encogió de hombros y dejó que la música y la lluvia volvieran a secuestrar su atención.

El sonido se repitió. Esta vez las palabras eran nítidas, entendibles.

— ¿Hola? ¿Alguien me oye?

Erik frunció el ceño y volvió a salir del embrujo de la música. No reconocía la voz, aunque estaba claro que era femenina. Pero no conocía a ninguna chica cuyas cuerdas vocales emitieran sonidos tan melifluos, agradables al oído.

— ¿Hola? —dijo al aire, sin esperar respuesta.

No llegó. Titubeando, volvió a ponerse los auriculares y dejó que la canción volviera a conquistar sus tímpanos.

— ¿Nadie? Por favor, ¡necesito ayuda! ¿Nadie me oye?

El tono de las palabras devastó a Erik. La chica no solo parecía preocupada, sino que estaba aterrorizada. Desesperada, incluso. Casi podía imaginarla con lágrimas en los ojos.

Habló sin darse cuenta:

—Tranquila, te oigo.

Fue solo un susurro. Su familia, en la planta de abajo, no debería de haberlo podido oír siquiera. Pretendía sonar seguro de sí mismo y calmarla, aunque debía reconocer que le había temblado la voz. ¿Oía voces? ¿Estaba enloqueciendo, acaso?

 

Myila caminaba por el bosque, queriendo alejarse del mundo. En esa época de otoño, le fascinaba caminar entre los árboles y las hojas pintadas de color naranja por la temporada, le recordaba su infancia.

El sol aún para ser otoño brillaba con gran furor, sin embargo, era cubierto por grises nubes que traían consigo fuertes ventiscas.

Los animales salían para poder recolectar comida del invierno que se acercaba, verlos le provocaba una tierna sonrisa a la chica. Corriendo entre árboles y con compañía del viento y las hojas bailando en círculos, Myila estiraba sus brazos, riendo de felicidad, dejando que el viento acariciara su cuerpo, ella se sentía tan libre y feliz.

Caminando a un lago del que todos rumoreaban que ocultaba misterios, el viento soplaba en dirección de una montaña que se encontraba en el centro del mismo. Su cabello flotaba en esa dirección por el viento, lo que le obstruía la vista. Entre sus mechones que flotaban, vio un chico de vestimenta rara sentado en un tronco tirado sobre la falda de la montaña. Recogió su cabello detrás de su oreja, pero no vio nada. Tal vez lo confundió con un árbol ¿pero la vestimenta?

La chica le dio la vuelta al lago, intentando encontrar una forma de llegar a la montaña, sin éxito alguno, se recargó sobre un árbol. El viento volvió a soplar, esta vez más fuerte, como si le exigieran que entrará a la montaña « ¿Qué me intentas decir?» se preguntó.

Un grupo de aves pasaron volando a los lados del árbol, posándose sobre unas rocas que formaban un camino sobre el agua, sólo tenía que dar salto en salto sobre ellas, ¿cómo no las había visto? Tal vez era el bosque el que le daba ciertas señales.

Intentando no caerse, llegó a la pequeña isla donde estaba la montaña. Una extraña sensación recorrió su cuerpo. El viento volvió a soplar con gran fuerza, esta vez le decían que subiera la montaña.

No era muy alta ni muy empinada, por lo que se podía escalar fácilmente, sólo se tenía que tener cuidado por donde pisar. Myila ni siquiera dio el primero paso para subir, y ya había caído sobre un agujero. Recibiendo golpes de rocas y rodando hasta el final del agujero, cayó en una cueva. Al levantarse, había un gran lago subterráneo, sobre él había estalactitas que se reflejaban sobre el agua, era igual a un espejo.

— ¿¡Hola!? ¿¡Alguien me oye!?—Gritó aun sabiendo que posiblemente nadie le respondería— ¿¡Nadie!? Por favor ¡necesito ayuda! ¿Nadie me oye?

Gotas de agua caían de las estalactitas, a un ritmo muy misterioso.

—Tranquila, te oigo—dijo la voz de un chico que débilmente logró escuchar, acompañada de una extraña melodía a los oídos de Myila.

Las gotas dejaron de caer y no volvió a escuchar la voz. Asustada, se sentó en cuclillas, abrazando sus rodillas, y comenzó a llorar con el miedo de que nadie la volviera a oír.



#18329 en Fantasía

En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia magia

Editado: 26.12.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.