- El veredicto fue el siguiente será emparedado, en el viejo muro. Llévenlo. Arrojado al pozo, poco a poco los ladrillos, reducían la poca luz que ingresaba en la
vieja mazmorra del pueblo. Se lo acusa de ser horrendo. Una abominación por la deformidad de su piel al llegar al mundo donde los primeros años paso escondido en la habitación de la casa como una criatura enjaulada. Las pestes han invadido al poblado de muerte, y el único culpable en los estrados de la intolerancia es Sancho.
La luz disminuye, Sancho se encuentra entre la paja seca del trigo. Algunas ratas, y arañas le hacen compañía. Luego del último bloque. Se somete el preso a su soledad, que le regala compañía desde hacía tiempo, y la plena oscuridad. Un roedor se acercó, y este como una trampa mortal lo atrapa, habrá comida cruda. El ruido del ratón se confunde con los huesos que se quiebran mientras mastica la criatura. Del otro lado de la pared. Un cerco de madera, y una pequeña ventana que al abrirse se conecta con un ladrillo que cuya inscripción cincelada cita. Lo Aberrante descansa. Luego de días morirá de hambre, de sed, de locura.
La peste continúo sus estragos. El olor a muerto es insoportable en este cementerio viviente. Los médicos arrojan cuerpos al fuego. Las noticias han establecido que los cuerpos de muchos han desaparecido sin rastro. Vivos, o no tan vivos. A la luz del día ya no están. Para las estadísticas, poco importan estaban en sus últimas facetas. El juez de los estrados que juzga en nombre de la intolerancia religiosa, descansa en su lecho. Ha sido contaminado, pero aún no lo sabe. En su cama descansa, de repente despierta sin motivo, una ligera jaqueca deviene pronto, cuando de su mano derecha observa la mancha de la piel. Se lamenta y llama a sus sirvientes ante la desesperación.
- ¡Que venga el medico! – expresa a los gritos. –
- Está bien mi señor. - se retira su empleado. –
Permanece en la cama acostado, y sus ojos se cierran lentamente, en la sombra que arroja la baba a la comisura de los labios. No le concede el tiempo para gritar, tapando su boca con la piel podrida. El ahogo deja inconsciente al Juez, que es arrastrado desde
la habitación a las afueras, de la casa. El cocinero es consiente observador del suceso. La figura observa a aquel. Por hoy es suficiente. Tú, estas, limpio, le manifiesta con la mirada. El hombre congelado del pánico nada objeta.
Al recuperar el conocimiento, el hacha rosa su pelo.
- No te preocupes será rápido. Tengo hambre. –
- ¿Que eres? - grita el magistrado. –
- Hablas muy fuerte. Muy fuerte. – convoca la voz sigilosa. –
El hacha cae sobre el cuero cabelludo, partiendo el cráneo en dos partes. El dolor es insostenible, en los gritos.
- Gritas muy fuerte, ¡Silencio! -
El casco es arrojado al suelo. Algunas alimañas se hacen de él. El cerebro. El hermoso sistema de conocimiento, es empujado con precaución. El hombre continúa los alaridos.
- La enfermedad ha avanzado, eso le dará sabor.
Aquel humano desgraciado, no solo se lo llevaba la lepra, sino que estaba al borde del shock, al ver a su alrededor las partes de un moribundo conocido de su plebe. Empleado mano derecha que ayudase a juzgar. No tenía los ojos en posición normal, sino que sueltos, como dos canicas sostenidas por el hilo muscular. La piel desollada, hasta llegar a su rostro. El cuero es especial para estos tratamientos en la humedad del interior del mundo oscuro. El chirrido, y el fétido hedor hicieron de este sitio una bella plegaria al infierno, pensaba aquel cautivo, mientras este era colgado con un gancho contra la pared, a fin de que se disemine con mayor amplitud el virus. Tardará un poco más piensa. El tormento le hará bien. Podía oírse el ruido del latido del cerebro, que sentía como se comían las mitades llenas de sangre color negra coagulada de otros seres. El hambre abunda por estos sitios llenos de nada. Los ojos del juez veían, hasta que su cerebro se apagó por completo.
Los interrogatorios sobre la búsqueda de aquel hombre fueron intensos. El cocinero, luego de un exhaustivo testimonio ante un tribunal castrense. Manifestó, y seguirá manifestando entre torturas que la muerte vino, y se lo llevó. Tal vez la leyenda de la parca que se lleva a los enfermos, muertos es cierta.
Un lugareño también lo ha visto. Tenía el rostro lleno de arrugas, era como un hombre de las paredes por su gris tez. El destino del lugareño, era la locura, como la del cocinero, a los cuales se ha incinerado.
Continuaron las enfermedades. Y pronto aquel tribunal, nuevamente mudaría de personas, y así ha de ser. Era una maldición que muchos no tuvieron presente. Se han quemado todos los sitios impuros, cementerios, viejas casonas abandonadas. Hay que espantar a la parca decían. Incluso la vieja mazmorra de Sancho. Al romper el bloque con la inscripción, y arrojar litros de brea, el fuego al interior fue intenso, como enérgico el humo que consumía el sitio. No se podía observar entre tanta oscuridad, y llamas, más que un cuerpo pútrido, y flaco en su interior. Morirá pronto.
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Editado: 25.04.2024