La nota en la mesa de luz de la cama mencionaba dónde y cuando. O eso parecía. La luz estaba en penumbras.
El gozo de la sangre era tan fuerte en medio de éxtasis.
- Tranquilo, solo relájate, mientras el cuchillo hace su trabajo.
Cada parte era una invitación a eyacular el dolor de un semen esparcido en un charco de sangre. Ella lo saborea y disfruta a acariciando su pene trozado y poco a poco lo destaja. Todas su manos son terminaciones de lujuria que acarician remarcando la piel.
- ¿Te gusta?. ¿Tu carne, te gusta? ¿Te gusta que devore? ¿Que te devore?. Vibra - le susurra al oído, dibujando con la uña extensa de un dedo el orificio que una daga perpetuó. El intestino huye, y a él, eso lo ilusiona. Le dá placer.
Apenas puede decir con palabras lo que sus ojos desorbitados del sexo mencionan.
- ¡Ahora! - le expresa, tomando su mano arrancada desde sus tendones que son cuerdas musicales y se lo introduce en su sexo.
- ¡Mastúrbame! - se excita ella con unas falanges coaguladas, que mete en su interior como si fuera un juguete carnal.
- Tengo hambre - comenta, y el orgasmo salvaje se hace presente.
Pinta con su saliva el pecho, e introduce en su interior un último filo donde el corazón. Y los labios succionan cada latido. Cada uno hasta el último.
A la mañana siguiente no había nada que poder explicar. Un encuentro misterioso. Un crimen. Y la nota en blanco con un perfume particular que solo se conoce en los lugares a los que los mortales deberían temer ir.
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Editado: 25.04.2024