A donde fuera que dirigiera la mirada, las sombras le daban la bienvenida, cubriéndolo casi todo.
Se hallaba en lo que a primera vista parecía ser un pequeño pueblo que no conseguía reconocer, pues con la poca luz que emitían algunos faroles que ardían débilmente en las cercanías, lograba vislumbrar a duras penas unas cuantas casas de aspecto sencillo y rural que se erigían en silencio a su alrededor, creando un extravagante muro de piedra, madera y otros materiales que se alzaba en todas direcciones y que lo rodeaba ahí mismo en donde estaba.
No lograba ver a nadie más ahí por más que escudriñara con sus ojos hacia las calles y caminos, dándole la impresión de que tal vez se encontraba en un algún sitio abandonado y desolado de los tantos que hay repartidos a lo largo y ancho de Verlomare.
Pero ningún lugar estaba del todo vacío, eso lo había aprendido muy bien durante sus viajes, por lo que posó su mano sobre la funda de su espada para estar preparado en caso de que alguien o algo sin buenas intenciones decidiera salir a su encuentro desde algún rincón.
En ciertas ocasiones creía escuchar a algunas personas hablando a lo lejos entre la negrura de la noche, pero cuando se daba la vuelta, el tenue eco de lo que él creía eran voces rápidamente se perdía entre las esquinas y callejones de aquel misterioso sitio, dejando al joven contemplando en solitario hacia las viejas casas y edificios un tanto simples que se alzaban cerca suyo, pensando que quizás su mente solo le estaba jugando un par de bromas de mal gusto.
Aquella curiosa vista le causaba una pequeña sensación de familiaridad que se agitaba dentro de su corazón a ratos, instándole una y otra vez a intentar reconocer aquel lugar que nunca había visto antes en su vida, pero que despertaba una cierta añoranza dentro de él que no lo dejaba en paz sin importar cuanto tratara de ignorarla, creciendo como una mala hierba bien arraigada en su pecho la cual clavaba las zarzas de la incertidumbre y de la duda en su interior con cada nuevo vistazo que daba hacia cualquiera de los recovecos estaban repartidos por ahí.
Fue entonces cuando apareció un sonido suave y armonioso que inundó el aire y le llegó directo hasta sus oídos, opacando el silencio espectral que había reinado hasta hace tan solo unos momentos y reemplazándolo con una dulce voz femenina que entonaba una melodía serena que lo rodeaba de arriba a abajo, bailando a su lado con gracia e instándole a que diera un paso hacia el frente y la siguiera. Obedeció, oyendo algunas voces menguantes a sus espaldas, a las cuales ignoró.
Giró el cuello siguiendo la dirección de aquella canción improvisada, acción que llevó su vista hasta unos pequeños bloques de piedra caliza apilados unos con otros a modo de escalera y que subían por una pendiente no muy empinada, perdiéndose entre las tinieblas de lo desconocido y los árboles que adornaban cada lado de aquel enigmático camino recién descubierto, moviendo sus ramas al son del viento que pasaba por allí y que mecía sus hojas al unísono con cada frío soplido que daba.
Sin más opciones bajo la manga, además de quedarse en donde estaba y seguir caminando a ciegas durante la noche, decidió hacer caso al misterioso llamado y emprendió su marcha hacia esa voz que lo convocaba hacia lo alto, deseoso e intrigado por averiguar de quién o qué se trataba.
Con cada peldaño que subía, el viento se iba haciendo más fuerte, agitando con más intensidad los troncos y las ramas que se entrecruzaban a su alrededor, formando una especie de túnel que crujía y rechinaba sobre él, soltando varias hojas que caían igual que una llovizna típica de Bratellmar.
Después de un rato, sus ojos lograron divisar un resplandor que se hallaba un par de metros más adelante, por lo que apresuró un poco el ritmo para llegar hasta la cima, teniendo mucho cuidado de no tropezar con alguna de las raíces que sobresalían de entre las piedras que conformaban el tramo final de la rústica escalera, pudiendo detectarlas a tiempo gracias a los finos destellos de luz que se colaban entre la vegetación para darle una grata bienvenida. Las voces a su lado protestaron.
Cuando por fin puso pie en lo más alto, se quedó un tanto anonadado por lo que tenía ante sus ojos sorprendidos, pues no esperaba encontrarse con algo de esa talla en un pueblo de aspecto normal.
Grandes pilares de roca muy oscura, pero a la vez brillante se alzaban imponentes hacia el cielo nocturno uno al lado del otro, adornados con unas inscripciones bastante extrañas que casi parecían garabatos hechos por un niño, o por un demente. Todos formaban parte de un gran semi círculo que se dibujaba en torno a un pedestal, lugar en donde descansaba un cáliz hecho de lo que él creía era oro puro, con varias gemas relucientes y titilantes incrustadas en sus bordes grabados.
Pero lo que más llamaba su atención de todo aquello no era cáliz, si no lo que había dentro de él.
Ante sus ojos descansaba una llama muy brillante que irradiaba una luz inmensa y que danzaba sin parar, agitándose de un lado a otro como si intentara escapar de alguna prisión invisible que la mantenía ahí cautiva sobre la ostentosa copa en la que reposaba, asediada por la gran oscuridad del cielo que se arremolinaba sobre ella y que la obligaba a arder con todas sus fuerzas en contra de su voluntad para brindar su luz a aquel sitio lúgubre y desolado. Una vez más, las voces lo llamaron.
De pronto, como si de un animal asustado se tratase, la flama se quedó quieta de inmediato al sentir la presencia del joven cuando éste se acercó hacia ella con cautela, haciendo que un par de diminutas ascuas se desprendieran y flotaran con gracia en el aire, para luego desaparecer sin más.
Editado: 26.10.2023