La caja con comida del gobierno no llegó ese mes, la comida se había agotado hace unos días y el sueldo hace una semana. Mis hijos lloraban y se quejaban de que tenían hambre, no sabía qué hacer, estaba desesperado por conseguir algo de comida y dinero.
Estaba buscando entre unos cajones viejos a ver si habría algunos billetes olvidados para comprar siquiera un poco de arroz y lograr calmar a mis pequeños, pero encontré otra cosa, una vieja navaja gris de mi padre, me la había regalado. Una idea cruzó fugaz mi mente y de inmediato se convirtió en un plan.
Estaba nervioso, pero a la vez decidido a hacerlo, caminaba rápidamente por la acera viendo a todos lados.
Entré a la tienda, la señora me miró con indiferencia y yo me acerqué, ella no tenía ni idea de lo que estaba por hacer. Saqué la navaja y la empuñé, después salté el mostrador y la tomé por detrás, puse la navaja en el cuello.
Ella lloraba, pero le tapé la boca con un trapo que había ahí para sofocar el ruido. Le dije que no hiciera ruido, que no la lastimaría, pero ella salió corriendo hacia la salida, yo la logré alcanzar antes de que lograra escapar y clavé la navaja en su espalda. Ella cayó y la sangre empezó a formar un charco a su alrededor.
Entré en pánico y tomé lo más rápido que pude un poco de comida, algo rápido, arroz, pasta, unas latas de atún y metí todo en la primera bolsa que encontré, salí corriendo y fui a casa, cociné para mis hijos y comieron, hacía tiempo que no los veía tan felices.
Una hora más tarde la policía llegó a mi departamento y me sacó de allí.
Eso es todo, señor juez.
Me declaro culpable de robo y homicidio.
Pero le ruego que cuiden a mis niños y los manden a un lugar seguro.