Delirio

—Sí...lo sé...no te preocupes —hablaba Alberto por teléfono, acababa de salir de su oficina por la hora del almuerzo—...llegaré 10 minutos tarde...sí, tengo que buscar ese documento para pasarlo al servidor —tropezó y tambaleó, no se cayó. Siguió su camino, pero se sintió raro—...espera...te llamo luego.

Llegó al café y pidió su almuerzo de siempre, comió y bebió. Al terminar pidió la cuenta, pagó y se fue. 
Cojeaba, sentía una extraña sensación en su pierna. Llegó su oficina y trató de trabajar normalmente. 
Al llegar la hora de salida, recogió sus cosas y se dirigió a su casa.

En el autobús logró descifrar lo que sentía, sentía que su pierna derecha no era suya, sentía que no le pertenecía. Trató de ignorar lo que sentía, pero no pudo.

Los días pasaban y cada vez estaba más convencido de que esa no era su pierna.

Un día tomó una decisión, se iba a deshacer de esa pierna que no era suya.
La noción ilógica de que esa pierna no era suya sobrepasó toda razón, se apoderó de él.

La noche siguiente se metió a la bañera con un serrucho, titubeó un poco, pero tomó aire, mordió un trapo y empezó a serruchar su pierna, poco a poco iba cortando cada nervio y fibra de músculo de su muslo, el dolor era insoportable, pero seguía cortando. 
Cortó hasta que su pierna se separó del resto de su cuerpo y cayó al agua.

Alberto murió desangrado minutos después.