Días después les conté a Camila, Ana y Esmeralda el sueño que tuve con Damián, ellas rieron y me abuchearon juguetonas.
—Siempre lo he dicho, los callados son los más pervertidos. — me sonrojé, Ana solo reía.
—Solo fue un sueño.
—Chico… te quedaste en su casa, te lo hubieras dado. — bromeo Camila.
—No les hagas caso, tú date tu tiempo para saber lo que sientes por Damián. — sentía que Esmeralda me comprendía más que los demás, y eso me agradaba, creo que en ella puedo tener un confidente
—El problema no es Damián, o sea es lindo, pero han visto como me trata Ernesto, creo que le gusto.
Ellas se quedaron viéndose una a la otra.
Cuando me despedí de ellas se escuchaban gritos de apoyo y risas.
Estaba en la biblioteca haciendo unos trabajos que me habían encargado, por tanto, trabajo que tenía en las demás materias no me había dado el tiempo de hacer esto, era escribir sobre un tema que era de nuestro interés, escogí: guerra fría. Sabía que en mi habitación no podría hacerlo, una porque no tenía computadora y otra porque los chicos solo iban a estar ahí platicando y jugando. La biblioteca estaba sola, solo estaba la recepcionista. Olía a café recién echo, quise tomar un poco, pero me dijeron que solo era para empleados, vaya basura. Alguien toco mi hombro y se sentó enfrente de mí, era Ernesto, llevaba dos cafés en la mano, uno me lo estiró a mí y sonrió.
—¿Qué haces aquí solo guapo? — me dijo con una voz coqueta.
—Solo vine hacer un trabajo de el sr. Smith ya sabes, de inglés. — asintió dándole un sorbo a su café. — es de la guerra fría, tengo que poner un resumen, pero en inglés. — chillé con pereza.
Nunca me había puesto a mirar a Ernesto bien, era un chico muy guapo, su cabello iba muy bien cuidado, su piel se miraba muy suavecita, su cuerpo era delgado. Su pequeño lunar en la parte inferior de su labio, tenía labios carnosos.
—¿Eh guapo, estas bien? — miré su mano pasar por mi cara de un lado a otro.
—Lo siento, si estoy bien, solo que estoy cansado de esto.
—dije cabizbajo.
—¿Quieres despejarte un poco y salir a caminar?
Quería terminar mi trabajo, pero acepté de todos modos, si me haría bien caminar un rato, había estado casi toda la mañana en esa biblioteca y aun no podía terminar, me haría bien salir, aunque sea unos minutos.
—Solo unos minutos, tengo mucho que hacer. — él sonrió y asintió.
Salimos de la biblioteca al par, uno a lado del otro, el olor a café se fue desapareciendo un poco, pero lo calientito que había en mi mano me animaba más.
Sus pasos eran constantes y firmes, a pesar de que su cuerpo se miraba tan delicado, sus pasos eran largos y caminaba con la espalda muy derecha.
—Tengo que caminar así, siempre diva, siempre perra. — me reí.
Él no ocultaba lo que era, y eso me agradaba, su forma de ser, su forma de caminar, su forma de hablar, siempre notaba que él, siempre me preguntaba cómo había amanecido, como había dormido, siempre era atento conmigo, era agradable que alguien fuera así, la amistad que tenía con Ernesto se hacía más bonita, incluso podría llegar a pasar algo, me agradaba su forma de ser y sé que yo le gustaba, no disimulaba ni un poco y recuerdo que Fátima la chica que se sentaba a lado de mí, me había dicho que Ernesto siempre se me quedaba viendo, que le gustaba cien por ciento segura. Y no es que no sospechara yo antes de eso, Ernesto era muy obvio, pero yo tenía un problema, ambos me llamaban la a tención, ambos eran lindos, pero uno me trataba como si solo fuera su compañero de habitación y el otro como si no existiera nada más que yo y ese era Ernesto.
—No se te antoja comer algo, una pizza o unos tacos. — me dijo volteándome a mirar, me sonreía.
—No tengo mucha hambre, pero tal vez unos taquitos, unos dos si me como. — dije sonriendo.
Él brincoteo y aplaudió al mismo tiempo, me tomó de la mano y salimos del campus, a una cuadra había un puesto de tacos y tortas.
Ese olor a grasa de los tacos y cebolla asada me encantaban era olor a muerte lenta, olía tan bien que de dos o tres que me iba a comer a puesto que me comería más de esos.
—Hola guapo, dame cinco de carne con todo cariño por favor. — dijo Ernesto cuando nos acercamos al puesto.
El señor de los tacos saludo con la cabeza y empezó a preparar.
—A ti güero que le damos. — habló refiriéndose a mí.
—Igual cinco con puro cilantro por favor. — dije tímidamente.
Ernesto y yo nos sentamos en los bancos que tenían, en frente de nosotros, tenían diferentes salsas, rojas, verdes, y una que a puesto que era tatemada, mi madre cocinaba con salsas, así que el picor era lo mío, me gustaba un montón. Nos pasaron nuestros tacos y un refresco a cada uno, lo agradecimos y empezamos a comer sin decir nada. Ernesto me regalaba una sonrisa de vez en cuando y era bien recibida y le devolvía otra más.
—Me encanta, me gusta mucho venir aquí.
—Se me hace raro que haya un puesto de tacos cerca del campus.