Caítulo 40:
Tercer celestial
El cielo sigue siendo grisáceo después de cuatro largos y difíciles días. El entrenamiento con Dimas no ha tenido momento de descanso, pero no puedo quejarme, ahora sé mantener una espada en mi mano y defenderme con ella, no perfectamente, pero hago el intento. Han sido cuatro días de completa soledad en esta mansión. Solo nos hemos quedado Dimas, y yo, además de unos tres o cuatro vampiros que permanecen por los alrededores de vez en cuando.
Cinco días de completa oscuridad, no solo implica un cielo grisáceo, una ola de perdición azota al mundo. Cinco días al mes, los vástagos recorren el mundo para recolectar almas, para dar rienda suelta a la muerte. Es algo que no podemos detener, pero los centinelas intentan mantener a salvo a la mayor parte de la población. Y al igual que siempre, debo permanecer al margen.
Este tiempo también me ha servido para aceptar mis pocos, pero perturbadores recuerdos, y para conocer un poco más de mí, de esa chica que murió hace veinte años. Tuve una familia, un hogar. Pero ellos ya no están en este mundo, mis padres están muertos, de mi hermano menor no hay registros, y mi hermana está viva pero no la han encontrado. No ha sido fácil mirar esta fotografía y darme cuenta de que he regresado y me encuentro sola. Mis ilusiones de conocer a esas personas que quizás me esperaban con anhelo se han esfumado con la noticia.
Tengo mucho parecido con mi madre, y de mi padre solo tengo estos ojos grises. En la foto, se ven felices y unidos. Murieron un mes después de mi muerte, cuando este lapso de oscuridad se hizo presente. Mi hermana mayor tenía ojos cafés y cabello oscuro a la altura del mentón. Aunque he pasado las últimas tres horas observando esta fotografía, no logro recordar nada de esa vida. Es como si mi regreso se hubiera llevado mí memoria, es como si mis recuerdos se hubieran quedado en esa tumba en la que desperté. Pero más difícil es ver a ese pequeño en brazos de mi madre, un pequeño niño de un año o año y medio quizás.
Esos cinco días fueron catastróficos para la humanidad, y el comienzo de un mundo bajo la muerte y la perdición.
—¿Vas a pasar más tiempo viendo esa foto? —la voz de Dimas me sobresalta. Por instinto llevo la mano a mi pecho, donde mi corazón late acelerado.
—Me vas a matar de un susto —susurro—. No, ya la vi lo suficiente.
Guardo todo el desorden que tengo sobre el mesón de la cocina dentro del sobre amarillo, que ya lleva un par de rayones que, ante mi impaciencia e inquietud, he realizado.
—Salgamos a dar una vuelta —susurra.
Las horas han sido eternas estos últimos días, es como si la oscuridad detuviera el tiempo para sus propios estragos.
—¿Y ellos? —Hay dos chicos al final de la cocina, inmersos en una plática bastante amena. A pesar de que se encuentran perdidos en la conversación, sé que ambos están vigilando cada uno de nuestros pasos.
Geraldine ha dado órdenes de que nos mantengan en una zona segura, es decir, esta enorme mansión.
Uno de los chicos es Esteban, lleva su cabello oscuro más corto que aquel fatídico día, dejando expuesto su rostro por completo. Alza la mirada cada cierto tiempo, es irónico como ahora nos protege de nosotros mismos.
—Ah… no tengo idea —expresa Dimas con diversión.
Es suficiente para mí, con él nunca se sabe qué pueda ocurrir. Sé que ya está exasperado de tanto encierro. La noticia de que tanto él como yo somos celestiales, en vez de darnos libertad, nos ha puesto en una situación de sobreprotección extrema. Ya nos asesinaron una vez, hemos vuelto y los centinelas no están dispuestos a correr riesgos.
—Volvamos a la práctica —anuncia Dimas estirando sus brazos. Da media vuelta y sale de la cocina. Es una actitud que ha tomado los últimos cuatro días, así que digamos que es normal. Esteban mantiene la mirada fija en mí, esperando a que me levante y asista a la práctica. Me levanto bajo su intensa mirada, el sobre es un peso que necesito dejar atrás.
Dimas ha abandonado la mansión con rapidez. Siempre es así, me está esperando en el bosque, no muy lejos de la mansión, para ser específicos, hasta donde se nos es permitido. Nos han excluido por completo de lo que ocurre en el exterior.
Subo las escaleras con más agilidad que antes, el entrenamiento no solo me ha ayudado a saber cómo sostener un arma, sino que también me ha dado más agilidad en mis movimientos, quizás un poco más de rapidez. No tanto como ese día con las pelotas de tenis, pero sí un poco. El pasillo es solitario y silencioso, entreabro la puerta de mi habitación.
—¿A dónde piensan ir? —dejo escapar un grito ahogado. Calcino con la mirada a Esteban, ¿cómo se le ocurre aparecer así cuando este lugar parece abandonado?, y ni hablar del ambiente que reina en el exterior. Pero más que eso, es su pregunta la que me ha dejado sin respirar.
—¿Cómo que a dónde pensamos ir? —pregunto sin darle importancia a su pregunta. Termino de entrar, siento sus pasos detrás de mí. Dejo el sobre en la mesita al lado de la cama, y giro para regresar sobre mis pasos, pero él me lo impide—. Iremos al mismo lugar de siempre, al bosque a practicar.
Se cruza de brazos. Voltea los ojos con fastidio, como queriéndome decir lo tonta que soy al pensar que no se ha dado cuenta de que pensamos alejarnos de la mansión.
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Editado: 27.07.2021