Capítulo 41:
Elegida del príncipe celestial
Si tan solo con mirar el cielo pudiera obtener las respuestas a cada una de las preguntas almacenadas en mi mente, pero ninguno de los que se encuentran allá arriba se tomará la molestia de responder. Esos seres sin rostro tienen una forma muy extraña de comunicarse, y una forma muy extraña de enviar sus obsequios. Una espada revela la pregunta que todos se han hecho desde mi llegada a Luz de medianoche, y que me ha atormentado todo este tiempo. ¿Qué arcángel me eligió? El príncipe de la milicia celestial, San Miguel arcángel.
Según lo que se mantiene escrito por lo largo de los años, él es el guerrero de Dios, quien se ha enfrentado en batalla con el príncipe de las tinieblas y sus secuaces. Temido por las criaturas que se ocultan a la sombra del mundo y que crean discordia entre los humanos. Es alguien bastante importante, o por lo menos es lo que los libros explican sobre ese ser celestial. Ahora la pregunta que me carcome por dentro es: ¿por qué yo? ¿Por qué se tomó tantas molestias para sacarme del infierno? ¿Por qué ha puesto tantas esperanzas en mí? Esas son las preguntas que deseo que sean respondidas en este instante, pero el cielo sigue estando mudo. Él no me dará esas respuestas, supongo que tendré que vivir con lo poco que revele, lo cual hasta ahora ha sido muy poco, pero al mismo tiempo muy útil.
Hoy he dado el primer paso hacia una guerra sin treguas, he dado la primera estocada a las filas del enemigo y sin embargo eso no me hace ser una luchadora. Aún me falta mucho para eso, hoy el factor sorpresa estuvo de mi lado. Ni Leila, ni mucho menos yo, esperábamos la llegada de esta arma.
Aún no logro sacar sus ojos contraídos por el horror y la sorpresa de mi mente, y lo que ocurrió después menos. En el momento en que la espada hizo contacto con su corazón, su cuerpo comenzó a secarse hasta quedar en los huesos, de sus labios entreabiertos se liberó una brisa helada y con una esencia que solo provoca temor, un miedo que te paraliza y hasta te deja sin aliento. Ha sido una de las más extrañas y desesperantes situaciones por las que he pasado, es como si por unos escasos segundos ella hubiera intentado apoderarse de mí. ¿Qué pasó con ella exactamente?, no tengo una respuesta en estos momentos.
Solo cuento con suposiciones, los vástagos de por sí son sombras, almas sin rumbo destinadas a vagar sobre la faz de la tierra, que se han unido a un ser con demasiados rostros. La profanación de los sellos les permitió volverse corpóreos, no estoy segura de que ella pueda volver, así que no hay manera de saber qué tan lejos o qué tan cerca está de este mundo.
—¿No crees que ya has pensado suficiente? —Suspiro, estoy cansada con unas mil nuevas preguntas en mi cabeza, y Esteban no puede dejarme unos minutos a solas. Aunque tiene razón, ya llevo bastante tiempo dándole vueltas al mismo tema, a la misma situación.
—Sí, ya es suficiente —bostezo inconscientemente. He perdido la noción del tiempo por completo, el cielo sigue estando tan oscuro como cuando dejamos la mansión—. ¿Por qué se demoran tanto?
—Pues el mundo aún continúa siendo un caos, que hayas terminado con Leila no significa que los vástagos se fueran a retirar. Los cinco días de oscuridad terminan con el sol naciente, y para eso aún faltan algunas horas.
—¿Crees que sobreviva? —es una pregunta que he tratado de mantener alejada de mis pensamientos.
El colombiano estaba muy mal, Dimas lo ha llevado a la academia, pero hace ya bastante tiempo de eso. Se supone que mandaría a alguien hasta aquí para movilizarnos con mayor seguridad. Solo somos Esteban y yo, y el tercer celestial se encuentra inconsciente. Creo que cuando Leila se desprendió de su cuerpo terrenal algo le ocurrió al chico, Dimas ha dicho que estará bien pero aún no ha reaccionado.
—Si lo llevan con los arcanos a tiempo, quizás tenga esperanzas. —Su tono de voz para mí es como un mal presagio.
Es como aquella vez en que mi madre… una lágrima humedece mi mejilla, y no es el recuerdo, que en su momento fue bastante doloroso, sino por el hecho de que ahora puedo ver su rostro detalladamente ante mis ojos como si la tuviera enfrente y el tiempo no hubiera pasado, como si yo nunca hubiera muerto y ella tampoco. Con una sonrisa fingida en sus labios mientras sus ojos marrones la delatan, aguados y algo rojizos, perturbados por una perdida que es insuperable. Recuerdo que solo tenía ocho años cuando mi abuela murió y mi madre no encontraba la manera de dar la noticia; su voz, más que tranquilizadora, estuvo llena de un dolor desgarrador. La muerte de mi abuela dejó un espacio vacío en mi alma que nunca pudo ser llenado, y ahora que su recuerdo viene a mí, algunas cosas comienzan a tener sentido, aunque en su momento solo fueron divagaciones de una anciana que buscaba llenar nuestros días de fantasía. La última vez que la vi en el hospital me relató uno de esos sueños que la embargaban por las noches. Sueños que ahora son realidad.
Esa última visita al hospital me reiteró, como en tantas otras ocasiones, que monstruos devastarían nuestra casa. Siempre soñaba con oscuras sombras lastimándonos. Ella partió de este mundo mucho antes de que sus sueños terminaran acabando con su familia. De alguna manera es reconfortante saber que ellos ya han muerto, por lo menos no vieron en lo que se ha convertido el mundo, ni tampoco tengo que preocuparme por que los lastimen.
—¿Cuánto tiempo llevas en la academia? —decido cambiar de tema.
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Editado: 27.07.2021