Capítulo 9:
Enterrada
—Dess —escucho mi nombre. Es Anastasia, pero mis ojos no pueden dejar de mirar. Mi cuerpo no da un paso ni adelante ni atrás. Las alarmas que me decían que corriera se han apagado como si hubiera bajado un interruptor.
—Son ellos —la voz de Romina son filosas cuchillas.
Él se gira y busca entre la gente. A mi parecer ha reconocido mi nombre. Mi subconsciente esta enredado y comienza a buscar entre un sinfín de sombras su rostro. No lo encuentro. Podría ser alguien de mi familia, de la familia que no recuerdo, y quizás me reconozca, pero en el momento en que sus ojos marrones se cruzan con mi mirada, ese rayito de esperanza se convierte en miedo, terror… y mi cuerpo solo quiere salir corriendo, alejarse de él… como en el bosque.
La pesadilla vuelve a mí, y mis pies comienzan a retroceder. Él en cambio está quieto. Diría que hasta aguantando la respiración como si verme fuera una verdadera sorpresa, pero no siento como si estuviera feliz de verme, es más, creo que le aterra verme, lo puedo ver en sus ojos.
Sus labios se mueven formando unas palabras que no llegan a mis oídos. Romina me sostiene del brazo con mucha más fuerza. La mujer de cabello rojo sonríe, alza la mano y me saluda como si fuéramos antiguas amigas. Se gira y le dice algo al chico. No puedo escucharla, pero Romina ya se ha puesto en movimiento.
Mi visión se vuelve un visaje de personas. La voz de Anastasia se pierde mientras nos distanciamos. Todo ocurrió en una fracción de segundo. Para cuando nos detenemos mis piernas tiemblan y mis ojos se encuentran húmedos. Obligo a las lágrimas a retroceder. Ver a ese chico me ha desestabilizado. Las imágenes del bosque van y vienen ante mis ojos.
Un olor desagradable se extiende por el lugar, un callejón atestado de basura.
—¿Qué ha dicho? —pregunto.
Me sostengo de la pared más cercana. No estaba preparada para moverme tan rápido, mi cuerpo está reaccionando con un mareo.
—Solo dijo: mátala. —Su celular suena. Lo contesta de manera apresurada—. Nos vemos en la academia, llévate el auto. —Cuelga—. ¿Te encuentras bien?
—Más allá del mareo, y de saber que quieren matarme, estoy perfectamente.
No estoy tan desequilibrada. Mi mente dormida reaccionó al peligro. ¿Por qué alguien quiere matarme?
—Nos moveremos rápido por el bosque, solo… —Sus palabras mueren para ser remplazadas por la colisión de su cuerpo contra la pared al final del callejón. El sonido es como si dos rocas hubieran chocado. Romina se levanta del suelo como si solo le hubieran dado un empujoncito.
Me encuentro en el medio del callejón con el corazón en la garganta. En la entrada, una mujer extremadamente delgada camina con pasos lentos y precisos.
—No esperaba encontrarme a un Calcurian —la voz de la mujer es fría y plana. Como si no fuera capaz de expresar ningún tipo de sentimiento. Como he visto en los vampiros, viste de negro, solo que no estoy segura de que sea uno.
—Me gustaría quedarme a charlar —dice Romina mientras alisa su franela—, pero vamos tarde.
Sus ojos han dejado de ser almendrados para ser rojizos, inyectados de sangre. Cubre el espacio entre nosotras, y me hace posicionarme detrás de ella.
—¿Un nuevo guerrero? —pregunta la mujer con malicia.
Ahora que está más cerca puedo ver su rostro, su piel… Esa mujer no guarda ningún parecido con un ser humano. Su piel tiene un tono grisáceo casi violáceo, como un cadáver. Sus ojos son negros, como los de esa mujer de cabello rojo.
—¿Dónde dejaste a esa otra chica? —sisea la mujer.
¿Cómo hace para pasar desapercibida entre la multitud? No existe forma ni manera de que su tono de piel se pueda ocultar a menos que se ponga un disfraz, cosa que no lleva en este momento.
—No es de tu incumbencia —gruñe Romina mostrando sus colmillos. La mujer sonríe mostrando los suyos también—. Alguien más viene.
Sin previo aviso ella me lanza por los aires. Grito.
—Sostente del muro —grita Romina. Apenas tengo tiempo de reaccionar, me sostengo del borde de la pared. Mis manos arden, me he raspado la piel. Me encuentro suspendida de un muro de unos tres metros y medio—. No mires abajo, solo sube al techo.
Miro abajo. Mis manos amenazan con dejarme caer. En la entrada del callejón se encuentra esa mujer de cabello rojo y el chico. Simplemente estupendo. Dos opciones y ninguna me gusta más que la otra. Si me dejo caer al piso, ellos me matan. Me inclino por la segunda opción. Tomo un respiro y me impulso, obligo a mis brazos a subir el resto de mi cuerpo al techo. Me duelen las manos, los brazos. Consigo montar una pierna sobre el muro, pero me siento desfallecer. Los ruidos de una pelea brutal hacen que se me erice la piel.
—No dejen que se escape —grita una mujer, pero ni es Romina, ni la de piel grisácea, eso deja a la de cabello rojo. Tomo impulso de nuevo, y ruedo sobre mi cuerpo. El techo es de concreto y está tan caliente que podría freír un huevo. Me he quedado sin aire.
—Levántate, Dessire. —Romina está justo sobre mí. Una gota de sangre se desliza desde la comisura de su labio hasta la mejilla. Me toma de los brazos y me pone de pie de un solo tirón. Se da la vuelta—. Sube y sostente con fuerza.
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Editado: 27.07.2021