Capítulo 11:
Santiago
Romina ha escogido un salón de la academia que se encuentra vacío. Hay un estante con libros en el fondo. Algunos cuadros religiosos, que de forma determinante muestran una batalla celestial, cubren la pared que tiene dos ventanas con vista al bosque. Las imágenes están ubicadas como si fueran una cronología de eventos muy antiguos. Hay sillas y mesas ubicadas en filas en el centro del salón, un escritorio en la esquina, y la puerta justo en frente. Las paredes son blancas. Estar entre estas cuatro paredes hace que mi pecho se aprisione en sí mismo, una reacción involuntaria que ha provocado la simple pregunta: ¿por dónde comenzamos?
Se supone que estoy aquí para intentar darle sentido a lo que ocurre en mi cabeza. Pero un miedo irracional me ha paralizado, y mi mente grita: ¿Qué decir primero? Hay tantas cosas que crean sentimientos contradictorios en mi ser que no sé a cuál horror que da mi mente aferrarme para darle palabras.
—No es tan fácil —susurro.
Giro y observo los cuadros como si fueran la claridad que necesito para ubicar el rompecabezas que es mi existencia.
—No estoy segura de cómo explicarlo.
—Podrías comenzar por la pesadilla más fuera de lugar que hayas tenido hasta ahora —sugiere Romina dejando de lado toda frialdad y mostrándose mucho más humana de lo que pude alguna vez imaginar—. Paula me ha puesto al tanto de tu llegada y los pocos recuerdos que tienes al respecto. Quizás debemos comenzar por esos eventos que tu mente insiste en mostrarte.
Eso es lo más difícil, aunque fui yo quien propuso esto. Me detengo frente a un cuadro donde un hombre con alas, armadura y una espada mantiene a otro contra lo que para mí sería el suelo. Es una imagen que para mí en realidad no tiene mucho sentido, ni siquiera un significado, sin embargo, desata algo en mi mente, y sin darme cuenta ya he elegido la primera pesadilla a explicar.
—Había una extensa fila de personas en la oscuridad. Por delante de mí se encontraban cinco, y un poco más allá unas fornidas rejas comenzaron a abrirse. Solo están esas rejas que abren lentamente por sí mismas dejando entrever una ciudad envuelta en fuego. Es una ciudad radiante, pero al mismo tiempo tenebrosa. El aire que se respira es una mezcla de miedo, sufrimiento, desesperación… Quiero dar la vuelta y huir, pero no puedo. —El cuadro se desvanece ante mis ojos y mis manos encadenadas son todo lo que puedo ver. El miedo que genera esa imagen hace que mi corazón se acelere queriendo explotar. Respiro. Me centro en que no es real, solo está en mi cabeza, y continúo—. Mis manos están encadenadas. Mis piernas se ven obligadas a avanzar. Cruzo las puertas y el suelo quema mis pies, es una sensación agonizante. Avanzo por la ciudad, con un miedo desenfrenado.
Me alejo del cuadro. Me perturba esa imagen y no entiendo por qué. Romina guarda silencio, su mano se mueve tan rápido que es difícil ver los trazos de la escritura. Ha tomado apunte. Se está tomando su papel muy en serio. Arrastro una de las sillas fuera de la mesa, y me dejo caer sobre ella. Ella levanta la mirada de sus notas. Sus ojos almendrados se muestran pensativos.
—¿Cómo te sientes con respecto a esto? ¿Sientes que lo que acabas de describir te pertenece? —pregunta con seriedad.
Pienso en ello, y me doy cuenta de que cada parte de esa pesadilla la siento mía. No simplemente producto de mi imaginación. Desde que inicia la pesadilla hasta que termina la siento viva, latente en mi cabeza. Una pieza importante en mi propio rompecabezas.
—Es un recuerdo, aunque no tenga lógica —admito con todo el temor que pueda respirar mi cuerpo.
—Justo ahora no importa la lógica, solo poner todas las cartas sobre la mesa y poco a poco ir relacionándolas. —Da golpecitos sobre la mesa con el otro extremo del lápiz—. Continúa. Tomaré apunte de todo, y luego con más calma lo revisaremos.
Tomo un fuerte respiro y me preparo psicológicamente para recordar cada una de mis pesadillas, y para mantener a mi yo débil y frágil a un lado.
Después de una hora de describir lo que atormenta a mi mente, llegamos a la conclusión que mis recuerdos se encuentran en dos líneas de tiempo completamente distintos. Por un lado, se encuentran las rejas, la ciudad envuelta en fuego. Ese tormentoso recuerdo de estar enterrada. Y por otro, el bosque, la persecución, las voces que en su momento se generaron dentro de mi cabeza sin mostrarme ningún rostro. Romina piensa que el bosque puede ser algo que ocurrió recientemente dado el reconocimiento de ese chico y la mujer en el boulevard.
—¿Quién era la mujer de piel grisácea? —pregunto mientras caminamos a al edificio residencial.
—Es Dubraska, la madre de Santiago —tropiezo. Romina me sostiene por el brazo antes de que me estampe contra el suelo—. Ella es parte del otro bando.
—¿Cómo ocurrió eso?
—Ella siempre ha estado de ese lado, quien se desvió fue Santiago. —Él se encuentra en la entrada de la residencia, con los brazos cruzados y mirando en nuestra dirección. Tiene el entrecejo levemente fruncido, quizás este molesto por la demora, o no le parece bien estar cuidándome, o mejor aún, es su estado natural. Sea cuál sea, verlo me ha puesto nerviosa.
—¿Por qué tengo que quedarme con él? —susurro la pregunta con la esperanza de que solo llegue a oídos de Romina.
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Editado: 27.07.2021