Capítulo 12:
Serpiente
Comienzo a pensar que haberme quedado con Gabriel hubiera sido lo mejor, no sé cuánto tiempo llevamos caminando entre el follaje. No existen caminos así que voy detrás de él apartando las ramas de las plantas que se empeñan en obstaculizar.
El boscaje es húmedo, y los altos árboles impiden el paso de los rayos del sol. Una niebla fría es el principal indicador de lo lejos que hemos ido de la academia, sumergido en el corazón de la cordillera en busca de... Ni idea. Santiago no es muy comunicador que digamos, hay que sacarle las palabras con cucharilla. Ya lo he intentado y ha ignorado mis preguntas al respecto.
—¿Por qué estás en la academia? —mi voz sale un poco agitada.
La verdad es que caminar y respirar aquí se me está complicado un poco, podría ser la altitud y también mi falta de ejercitación.
—¿Qué te ha dicho Romina? —no se nota ningún cambio en su voz, soy la única a la que el clima le afecta y el exceso de movimiento. Ya me duelen las piernas, nos las aguanto.
—Tu madre es la mujer que casi nos mata en el boulevard. —Por no decir que parecía un cadáver, su aspecto es cuestionable.
—Ah, eso —dice sin darle importancia—. Un día decidí que la lucha de mi familia no tenía sentido así que me fui, y ahora estoy aquí.
—En resumen, ¿esa ha sido tu vida?
Pienso en lo difícil que debe ser permanecer en la academia cuando los argeles son tan distantes con los demás chicos, siempre mirándolos desde arriba como en un pedestal. Tomar la decisión de luchar una guerra del lado apuesto de su naturaleza es admirable ante el rechazo de los demás.
—Es lo que creo que debes saber.
—Es decir, nada.
—¿Qué me dices de ti? —pregunta con una doble intención, él sabe en la condición en que se encuentra mi memoria lo que nos pone en la misma situación de información. Solo un vago de resumen es lo que puedo dar, al igual que ha hecho él.
—No mucho, tengo pérdida de memoria que por lo visto es permanente.
Me resbalo y por más que intento agarrarme de una rama termino dando vueltas sobre la tierra húmeda, un arbusto pequeño de palmeras detiene el descenso, el rocío de las hojas cae sobre mi cara.
Sus ojos se han vuelto de un tono dorado. Quizás quiere ser intimidante, pero justo ahora no lo ha conseguido.
—Estás haciendo un pésimo trabajo —me quejo todavía tendida sobre el suelo. Si antes me faltaba el aire, ahora mis pulmones se han comprimido contra mis costillas. Respiro por la boca.
—Sigues en una pieza, yo diría que lo estoy haciendo muy bien. —-Me golpeo contra su pecho con el impulso de sus brazos para ayudarme. Mi cabello tiene algunos trozos de hojas y ramas enredados, el flequillo azul cubre mis ojos.
» Andando. —Me suelta y me tambaleo por un momento—. Todavía nos queda un largo camino.
Retiro los desperdicios de mi cabello al tiempo que retomo el paso, por lo menos esta vez él mantiene una caminata normal, no tengo que intentar alcanzarlo.
Qué considerado.
—Aún no me dices a dónde vamos. No entiendo por qué tenemos que caminar tanto —espero que mis quejas lo harten y termine por decirme de una vez lo que ocurre.
—Paula mencionó que necesitabas entrenamiento. Toma esto como un ejercicio de calentamiento. También me enteré de que tienes una apuesta con Romina, ¿no has pensado en que deberías practicar?
A este ritmo voy a perder, si llevo la lengua contra el piso. Empujo un manojo de ramas verdosas a un lado, miro primero al piso para ver a dónde voy a poner mis pies, estoy por soltar las ramas cuando me percato de dos orbes negros con una ranura dorada y naranja como dos lenguas de fuego en medio de la oscuridad. La serpiente tiene tatuado esos tres colores sobre su escamosa piel, me observa.
—¿Qué ocurre? —la voz de Santiago se escucha lejana.
Me gustaría decir que tengo una muy extraña criatura frente a mí, pero tengo miedo de que con el mover de mis labios decida lanzarse sobre mí. Tengo la sensación de que la he visto en alguna parte, la misma serpiente, los mismos colores, los mismos ojos infernales…
—¿Has encontrado algo? —la voz de alguien más llega a mis oídos, me gustaría saber de quién se trata, pero no puedo quitar mis ojos de la serpiente.
Escucho los engranajes de mi memoria ajustándose para mostrarme algo, y mi cuerpo reacciona con miedo, tanto que se hiela la sangre sin saber con exactitud lo que estoy por recordar.
La serpiente se alza, sisea con su delgada y rojiza lengua. Una punzada me nubla la vista por un segundo, todo es un revoltijo de imágenes y voces al que no consigo darle sentido, mi vista se aclara por otro segundo y ella salta hacia mí. Libero las ramas, no muy segura de a dónde debo ir, correr, agacharme… Solo espero el impacto, entonces siento unos brazos a mi alrededor. El desastre que es mi cabeza se calma, como una nube gris que es alcanzada por los rayos del sol. Mi vista regresa por completo, la serpiente se ha golpeado contra una barrera verdosa casi traslúcida, cae al suelo y ataca de nuevo, pero no puede alcanzarme.
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Editado: 27.07.2021