Renacidos: Los ocho reinos

Capítilo 23.

Los días pasaban y Eleein mejoraba cada vez más. La relación entre ella y Eldar se iba intensificando y cada vez se hacían más inseparables. 

Un día como otro cualquiera ambos estaban practicando en el campo de entrenamiento con las espadas. El choque del metal contra metal resonaba en todo el espacio junto con las respiraciones entrecortadas de ambos.

          - Ja, te he ganado - dijo Eleein orgullosa de si misma.

          - Lo sé - contestó el chico exhausto.

La joven se acercó a él por la espalda con intención de darle un abrazo cuando Eldar se giró y la agarró por los brazo. Ella comenzó a reírse por las cosquillas que este le producía aún llevando la vieja y pesada armadura puesta. Él rodeó la cintura de la muchacha por detrás y la levantó, por lo que Eleein comenzó a patalear y reír aún más fuerte.

          - ¡Bájame! - gritaba con dificultad por la risa.

El elfo hizo lo que le pedía y la bajó. Soltó un poco su agarre de ella, pero cuando sus manos resbalaban por su abdomen paró repentinamente.

          - ¿Que ocurre? - preguntó ella después de girar la cabeza hacia él al no sentir que se estaba riendo.

Eleein vio que los ojos del chico estaban muy abiertos y sus labios ligeramente separados.

          - Nada... Tan solo me acabo de acordar que tenía que ir a hablar con mi madre.

Él se separó de la chica y esta se giró para mirarle a los ojos.

           - Creo que ya entrenamos bien por hoy. Descansa. Iré a reunirme con ella y más tarde estaré contigo.

            - ¿Estás seguro de que te encuentras bien? - preguntó ella preocupada.

            - Sí. Iré a verte después.

El elfo dejó un breve beso sobre los labios de ella y se fue apresurado. Eleein quedó allí, de pie y confundida.

 

En los aposentos reales del palacio de Landeler...

 

Cuando se encontraba delante de la gran puerta de roble decorada con hermosos gradados de oro no dudó en tocar. Desde dentro la suave voz de su madre contestó casi al instante.

          - ¿Quién es?

          - Madre, soy yo, Eldar.

          - Adelante.

Este abrió la puerta lentamente y se coló dentro de la estancia. La reina estaba sentada delante de su tocador con el pelo suelto y un peine dorado en la mano derecha. Pocas veces se dejaba ver con su larga melena sin recoger, incluso Eldar tan solo la había visto unas pocas veces, pero cada vez que lo hacía este se quedaba perplejo mirándola. Amaba el tacto del suave cabello blanco de su madre enredado en sus dedos como cuando era pequeño. Para él la reina estaba mucho más bella y joven así, pero el protocolo no se lo permitía.

          - ¿Que ocurre hijo?

          - Madre, tengo que decirte algo importante - contestó sentándose en un sillón cerca de donde estaba Iris después de que esta se lo indicara.

          - Habla.

Eldar comenzó a juguetear con sus dedos nervioso y la mirada caída. No sabía como explicarle a su madre la noticia y temía la reacción que ella pudiera tener.

          - Verás... Yo... 

          - ¿Tan complicado es de decir lo que me tengas que contar?

          - Es que temo tu reacción.

          - Eldar, dilo ya.

          - He notado algo - siguió después de una pequeña pausa para coger fuerzas.

          - ¿Algo? ¿A que te refieres? - dijo Iris confundida.

          - He notado vida... Dentro de Eleein.

          - ¿A caso no debería de ser así? Ella está viva.

          - No me comprendes. Madre... He notado otra vida, a parte de la de ella. - soltó al fin.

           - ¿Estás insinuando que ella está...?

           - Sí. - contestó antes de dejarla acabar.

           - ¿Y eso por qué me debería incumbir?

           - Porque si estoy en lo cierto... Yo soy el padre.

 



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En el texto hay: fantasia, amor, aventuras

Editado: 07.01.2020

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