Era curioso pensar que cuando era chica odiaba las rosas y, ahora, en cierto modo, me identificaba con ellas. Poseíamos una belleza extraordinaria, de afuera como por dentro, pero de alguna manera, nuestro ser no era libre. Encadenada a la luz del sol para crecer, sin su esplendor, nos marchitamos. Inminente autonomía se evapora con la presencia de la persona amada. ¿Tan desconcertante es no crecer por sí mismo? Ése paradigma de
dependencia, desafortunadamente, se mantiene en vigilia en nuestro entorno.
El pensar que el otro completa. Como el viejo mito de las almas gemelas,que perdidas en el mundo, van en busca de su encuentro.Pero,¿Tan disparatado es que la plenitud se encuentre en nuestro interior? Me aferro vigorosamente en la creencia de que, el ser humano, planta la semilla y junta fuerzas para fortalecer y crecer
. como una rosa en medio del caos, llamado sociedad, se aferra a sus raices,para mantenerse de pie, mientras que el frio viento la mece con estremencia.El sentido de la vida no se encuentra en las pequeñas cosas, sino en cada ser en particular, que en el augurio, encuentra la felicidad donde menos esta.