El día siguiente fue un eterno recordatorio de nuestra última conversación.
«Buenos días, amigo».
«¿Quieres desayunar algo, amigo?».
«Eres el mejor amigo que pueda tener».
«Por eso eres mi amigo».
¡Bah! Parecía más como si estuviera tratando de convencerse a ella misma de que no éramos nada más que amigos.
Esa palabra me estaba empezando a volver loco.
Amigo, amigo, amigo, amigo.
Ya estaba perdiendo su significado.
Anoche, después de la conversación en la que me puso definitivamente en la friendzone, nos quedamos dormidos así en los brazos del otro y, déjenme decirles, que despertar a su lado fue como una revelación.
Viéndola ahí, tumbada a mi lado, luciendo como la mujer más frágil y vulnerable que he visto, despertó un deseo en mi interior de protegerla; de cuidarla y hacerla feliz.
Toda su vida, desde muy pequeña, se había dedicado a cuidar de otros. Su mamá, su tía, su hermano, sus pacientes y la cosa es... jamás se había quejado acerca de ello. Es más, su vida consistía en eso precisamente; en velar por el bienestar los demás.
Ahora era su turno de ser cuidada, y nadie mejor que yo para hacer ese trabajo.
—Entonces hoy tu turno comienza a las cuatro. Tenemos tiempo para comer algo, apenas serán las dos —noté.
Estábamos sentados en el sofá viendo alguna serie dramática sobre la vida en un hospital y ella estaba en el lado opuesto que yo.
Si tanto decía y aseguraba que éramos amigos, ¿entonces por qué se alejaba de mí?
Las mujeres eran tan complicadas.
—Mmm.
Fruncí el ceño al escuchar su asentimiento distraído.
—¿Me escuchaste tan siquiera? —inquirí. Ella se hallaba tan absorta en la maldita televisión, que empecé a sentir celos. ¡Celos!
Y de nada menos que una maldita serie. Estaba empezando a perder lo poco de cordura que me quedaba.
Me acerqué a su lado en un abrir y cerrar de ojos y le quité el control remoto antes de que pudiera siquiera pestañear.
—¡Hey, regrésame eso! —exigió con el ceño fruncido.
¿Les había comentado lo bonita que se miraba enojada?
—No, me estás ignorando y eso no me agrada para nada.
Hizo esa mueca donde arruga su naricilla y pone su boca como si quisiera un beso, lo cual, irónicamente, me hacía querer besarla.
«Concéntrate, Parker».
—Está interesante —masculló irritada. Entrecerré mis ojos hacia ella.
—Yo también puedo ser interesante si me dejas —indiqué.
Juro que no lo decía con mala intención ni doble sentido pero, por la mirada que ella me lanzó, supe que había tergiversado en su mente mis palabras para darles un significado diferente.
Se mordió el labio inferior y su mirada adquirió un calor poco familiar. Solo la había visto luciendo así una vez: el día anterior.
La recordé debajo de mí, sobre mí, gritando, jadeando y pidiendo que siguiera. Mis pantalones se tensaron.
Mi irritación fue reemplazada por expectación y la miré con los ojos entornados para que no pudiera notar cuanto me afectaba, aunque una simple mirada a mi regazo se lo hubiera hecho saber.
—Yo sé que sí —dijo pícara. Puse los ojos en blanco y sonreí, no queriendo ceder a mis impulsos.
La próxima vez que tuviéramos un contacto sexual, fuera o no más profundo, sería porque ella había aceptado que éramos algo más que amigos. Me aseguraría que así fuera.
—Vamos a comer antes de que tengas que irte —informé—. Ven, te prepararé algo.
Jan me lanzó una mirada que no pude descifrar y sus cejas descendieron sobre sus ojos.
¿Se había molestado por lo que dije? ¿De verdad? Entonces estaba loca.
¿A qué chica no le gustaría que le dijeran eso? Ya fuera su amigo, novio o pretendiente, estaba casi completamente seguro de que era una buena forma para conquistarlas.
No era un gran cocinero, lo admito, pero la intención era lo que contaba, ¿no?
Además, no era como si hubiera muchas mujeres que se me resistieran. Era agradable de ver y era carismático. Un chico guapo que las hiciera reír y que, además, cocinaba. ¿Qué más podían pedir?
Pero no. Existía esa chica que estaba tratando de resistirse a mí y, para mi mala suerte, era precisamente la chica que me tenía loco y me hacía sentir cosas que no quería.
Después de que un fallido intento para preparar lasaña y de que ordenáramos pizza, Jan se había ido a su turno en el hospital y yo regresé a mi lugar, donde me esperaba un gran desorden que no quería limpiar.
Justo cuando me había mentalizado para empezar a ordenar todo, mi teléfono sonó.