Rendirse jamás

Capítulo 26

Salimos del auto y la guie por unas escaleras de caracol que se encontraban detrás de la casa. Dejé que caminara frente a mí para poder cuidarla de que no tropezara o cayera y además disfruté de la vista que me proporcionaba bamboleando las caderas así.

Me estaba provocando y la descarada lo sabía.

Cuando llegamos arriba me paré frente a la única puerta que había y la miré, los nervios llegando a mí.

—No te vayas a volver loca, por favor.

—¿Qué es esto, Derek?

—Ya verás, solo... no te molestes —pedí. Jan me miró un poco insegura, sin embargo asintió reticente.

—Trataré.

Eso me bastaba. Abrí la puerta sintiendo los nervios a flor de piel. La habitación estaba completamente a oscuras, así que esperé a que Jan entrara y luego encendí las luces al tiempo que avanzaba y corría una cortina.

—Oh. Mi. Dios. —exclamó Jan cubriendo su boca asombrada. Jalé su brazo cuando vi que no iba a moverse, abrí la puerta corrediza y la hice salir al aire fresco.

Arrojé mi brazo sobre sus hombros y la atraje a mi costado mientras ella bebía del panorama.

Estábamos de pie en un balcón con una vista increíble. Varios metros de césped y árboles frondosos se extendían ante nosotros, sus hojas bailando con el viento; muchos tipos de flores perfumaban el ambiente y una piscina complementaba el lugar a la perfección. El lugar medía alrededor de trescientos metros cuadrados y cada metro extendido era magnífico.

Lo mejor de todo era que nos encontrábamos ahí a la hora exacta para ver cómo el sol descendía y empezaba a ocultarse coloreando el cielo de tonos morados, rosas y naranjas.

Parecía que a Jan le daría un ataque en cualquier momento y reí sin poder controlarme. Su reacción era divertida.

—¿Te gusta? —quise saber.

—Claro que sí. ¿Cómo no va a hacerlo? Esto es hermoso, Derek.

—Sabía que te gustaría —aseguré. La hice dar un paso hacia enfrente y rodeé su cintura desde atrás, así podía poner mi barbilla sobre su cabeza.

—Pero... no entiendo —soltó confundida. Giró un poco su rostro y colocó sus manos sobre las mías—. ¿Por qué me has traído aquí?

—Ahora sí, no enloquezcas.

—Derek...

Tomé una profunda respiración.

—Esta es nuestra casa. La compré para nosotros. —Jan se despegó de mí con rapidez y se dio la vuelta con la boca y los ojos muy abiertos.

—Derek, pero esto...

—No digas nada. Créeme, puedo permitírmelo. No te había dicho, pero... Eh, tengo dinero. —Me encogí de hombros como si ni fuera algo importante y ella sacudió la cabeza.

—Me lo imaginé cuando vi la cuenta del banco con mi herencia —dijo haciendo comillas al aire en esta última palabra—, pero... ¿Esto? Es demasiado. No lo tomes a mal, de verdad, me encanta pero solo... —Suspiró—. Es demasiado.

—Nada es demasiado cuando se trata de hacerte feliz.

—Derek...

—No. No me digas Derek —mascullé imitando su voz. —Solo dime si te gusta. Si no, podemos encontrar algo mejor. Tú solo dime si es de tu agrado —pedí acercándome y tomando sus pequeñas manos entre las mías.

—Me encanta —aseguró.

—Bien. Entonces todo está dicho —concluí con voz autoritaria. Jan suspiró y sus hombros se hundieron. Hice una mueca. Lo que menos quería era disgustarla—. Jany, cariño, no te preocupes. Si crees que es demasiado ostentoso podemos conseguir algo más sencillo, no quiero que te sientas incómoda, pero debes saber que en verdad puedo permitírmelo —expliqué con voz suave. Jan me miró por debajo de sus pestañas esperando a que continuara.

»¿Recuerdas cómo se suponía que te había llegado una herencia de tu tío-abuelo-segundo-lejano… o algo así? —Ella asintió rodando los ojos—. Pues... algo así me pasó a mí. No tuve demasiada imaginación como para inventar otra historia así que use la mía propia. —Hice una pausa dudando si debía continuar, pero entonces ella elevó las cejas animándome a que continuara.

«Mi abuelo era microbiólogo. Fue el fundador de una empresa dedicada a estudiar la regeneración de las células del cuerpo humano y a producir suplementos alimenticios naturales que ayudan a tu salud. Digamos que tuvo demasiado éxito y por ende tuvo muchas ganancias. Demasiadas. Pero no era súper poderoso y, cuando enfermó de gravedad, dejó en su testamento que el ochenta por ciento de su patrimonio se debía de repartir entre todos sus nietos. Lamentablemente mi papá fue hijo único, al igual que yo, así que...

—Santa mierda....

—Sip.

—Eres... Carajo, eres millonario y no me habías dicho —susurró con los ojos bien abiertos. Me encogí de hombros restándole importancia y ella siguió mirándome anonadada.

—No quería que nadie estuviera conmigo por interés —indiqué. Jan seguía mirándome con la boca abierta y reí incómodo—. Vamos, nena, no es nada. —Jan parpadeó un par de veces y luego sonrió pareciendo una niña esperanzada.

—¿Tienes un helicóptero?




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