Sandra
—Dios, se que tú y yo no somos muy cercanos, pero necesito de ti —susurro con el rostro bañado en lágrimas.
La soledad de mi apartamento me abruma y a pesar de que mi prioridad por muchos años fue escapar de la pobreza de mi niñez dejando de lado los planes de casarme y tener hijos, jamás renuncie a ellos, simplemente los pospuse y aunque se que no es cierto, el no poder tener hijos me hace sentir incompleta y defectuosa.
Tocan la puerta y opto por ignorar los golpes. No quiero ver a nadie.
—Sandra, se que estás ahí. Vi cuando llegaste. Ábreme, no puedes seguir evitándome —pronuncia Julián.
—Vete, estoy cansada. Te llamo después.
—No voy a marcharme. Te conozco desde que éramos unos críos, algo te ocurre.
Dejo que toque unos minutos más rogando que se canse y se marche cuando empieza a cantar “O Sole mio”.
Conozco a Julián y se que no se detendrá, para el no existe un No que no pueda cambiarse por un SI, por lo que me doy por vencida y abro la puerta, inmediatamente siento un par de ojos escanear mi rostro.
—¿Qué quieres?
—Llevo tres días tratando de hablar contigo. No respondes a mis llamadas y cuando marco a tu oficina tu secretaria me dice que estás por fuera.
Tiene razón, lo he estado evadiendo. Nunca he podido ocultarle nada, lo dejo pasar y veo como se dirige a la cocina y enciende la estufa para preparar un chocolate caliente. Es nuestro ritual. Otras personas se reúnen a tomar una copa de vino o cerveza pero para el pastor Julián el alcohol no es una opción.
Lleva dos tazas de chocolate a la sala y se sienta en el sofá, lo sigo sin más alternativa que hablar.
—¿Me vas a decir que sucede?
—Bernardo y yo terminamos —callo tratando de contener las lágrimas pero es inútil, Julián me toma entre sus brazos y me estrecha fuertemente. No dice nada, guarda silencio esperando que continúe—. No puedo tener hijos, Julián, soy estéril, es un dictamen confirmado.
Julián no dice nada solo se limita a abrazarme y acariciar mis cabellos hasta que mis ojos se cierran.
Me despierta el aroma a café, al principio me siento un poco aturdida pero luego recuerdo la visita de Julián y me levanto sin prisa, se perfectamente con que voy a encontrarme.
—Buenos días —me saluda Julián tendiéndome una taza de café.
—Buenos días, ¿qué haces aquí?
—Después de dormirte espere a ver si despertabas pero al ver que no reaccionabas te lleve a tu cuarto y luego me marché a casa. Regresé porque no voy a dejar que te hundas en la conmiseración o que aparentes que no sucede nada.
—Esto no tiene reversa, Julián, una actitud positiva no va a cambiar mi esterilidad.
—Sandra, Bernardo no es el único hombre con el que puedes formar una familia y más adelante si lo deseas puedes adoptar.
—Que hombre estaría interesado en casarse con una mujer que no le puede dar hijos.
—El correcto.
—¿Y Bernardo no lo era?
—No y no me malinterpretes, sigo pensando que es un buen hombre, pero el hombre correcto se hubiera quedado junto a ti. Desayuna, necesitamos salir en una hora.
—¿Salir?, Julián, no voy a ir a ningún lado.
—Sandra, se que no es fácil pero prometo estar junto a ti en cada paso que des, déjame ayudarte.
Asiento cabizbaja y empiezo a desayunar, Julián no cederá, ser leal es algo intrínseco en él.
Después de conducir media hora, nos detenemos frente a un edificio de dos pisos. Bajamos del auto y Julián me guía hasta el interior.
Apenas abre la puerta nos vemos asaltados por un coro de voces infantiles. Una mujer menuda de alrededor de 50 años sale a recibirnos.
—Pastor, que gusto verlo.
—Igualmente, Teresa. Le presento a Sandra, una amiga.
—Es un gusto conocerla, Sandra. Soy la directora del Centro de Acogida
—El gusto es mío, Teresa.
—Teresa, traje varias donaciones con comida, ropa y artículos de aseo —pronunció Julián—. Las tengo en el carro, ¿podrías decirle a alguno de los voluntarios que me ayude a traer las cajas?
—Claro que si —respondió Teresa—. Sandra, ¿quisiera conocer las instalaciones?
—Me encantaría —Julian sonreía travieso, sabía que no tenía otra opción que corresponder a la amabilidad de Teresa.
Las horas en el centro de acogida transcurrieron entre juegos con los niños, ayudar en el comedor y organizar las donaciones. Al finalizar la tarde me sentía exhausta pero con el corazón satisfecho por ayudar a otros. Entendí porque Julián me había traído a este lugar.
Cuando nos centramos en nuestro dolor perdemos la proporción de nuestros problemas, servir a los demás nos obliga a dejar de hundirnos en el dolor para empezar a pensar en el otro.
—Te invito a comer, trabajaste muy bien —me dice risueño Julián.
—Gracias por no dejarme sola, por ser mi amigo todos estos años.