Resiliencia

Capítulo 26. Mi amado

Susan

Se supone que a los 50 las mariposas en el estómago y los nervios a flor de piel deben ser cosa del pasado pero aquí  estoy dando vueltas en mi habitación  indecisa.

Odio esta estúpida sensación, el sentirme nuevamente presa de sentimientos y emociones que creí enterradas. Un par de años después de mi separación me plantee la posibilidad de una nueva relación  pero desistí cuando descubrí  la afición de mi nuevo pretendiente por las mentiras y aunque mi ex marido no era el hombre perfecto jamás me fue infiel, con excepcion de su obsesión  por el trabajo. Joseph era un talentoso investigador y oncologo pediátrico, cuyos pacientes eran su máxima prioridad, pero a riesgo de sonar mezquina yo quería a mi lado al esposo y al padre,  no al prestigioso médico que  salvaba muchas vidas mientras nuestro matrimonio agonizaba poco a poco por sus prolongadas ausencias y Victoria crecía con el vacío de un  padre ausente.

Por el bien de ambas y de él mismo tomé  la decisión  de terminar con nuestro matrimonio y marcharme a San Francisco. Ya no soportaba ver la carita de mi hija pegada a la ventana esperando a su padre o verla  mirar el reloj y pelear con él sueño hasta tarde con el fin de pasar  aunque fuera unos minutos con él.

Me llenaba de rabia, impotencia y dolor el ir acumulando día tras día y año tras año un sinfín de decepciones hasta que un día el montón se hizo tan grande que ya no lo pude hacer a un lado y tuve que enfrentar la verdad que venía escondiendo desde hace mucho tiempo, no era feliz, ni mi niña tampoco. En el proceso de comprender las razones de la  ausencia de Joseph el corazón se me había llenado de grietas y sentía que  me iba quedando sin aire, que perdia el control de mi vida y de mi dicha y quería volver a ser la mujer llena de ilusiones y brillante del pasado. 

Por eso, una noche  decidí  esperarlo por última vez y a los pocos minutos de llegar le comuniqué  mi decisión, no hubo ninguna negativa de su parte a darme el divorcio, él al igual que yo era un testigo silencioso del fin de nuestro matrimonio y haciendo gala de aquella caballerosidad que me impresionó desde el primer momento que lo conocí se aseguró de ampararnos económicamente a mí  y a Victoria con una generosa pensión y se encargó de adquirir la nueva casa en la que viviríamos nuestra hija y yo en San Francisco. 

Y a pesar de que los primeros días fueron desoladores, al mismo tiempo  fue liberador dejar de vivir a espera de la presencia de Joseph, con el paso del tiempo Victoria  y yo nos fuimos adaptando a nuestro nuevo entorno y Joseph pudo sumergirse en sus obligaciones  sin tener que lidiar con las recriminaciones de una esposa descontenta y la frustración  de vernos infelices porque si de algo estaba segura era del amor que mi esposo sentía por Victoria y por mí.

Miro mi cuerpo desnudo frente al espejo y es imposible negar el paso del tiempo, el par de kilos de más  que se niegan a desaparecer por más horas de ejercicios que haga, un cabello salpicado de canas contra las que he decidido no luchar y presumo  como  el  galardón  obtenido por los años vividos, porque es imposible vivir y no llevar a cuestas unos cuantos moretones  o disfrutar de esos momentos de máxima felicidad que te suben tan alto como si fueras un globo que se eleva por las alturas.  Las arrugas que asoman por debajo de mis ojos y alrededor  de mi boca son una prueba más de los cambios que ha sufrido mi cuerpo y es tonto lamentarse o esperar lo contrario especialmente  con una hija en la treintena. Finalizo la inspección de la que me hice objeto y pongo mi atención en el ropero. ¿Qué me pongo?, ¿Algo casual, ligeramente  sexy o decididamente provocador?, ¿Cómo debe vestir una mujer de cincuenta y pico cuando va a ver un hombre que creía olvidado y que ahora la hace sentir  nuevamente como una chiquilla?

Estoy nerviosa, no quiero ilusionarme y al final darme cuenta que el  interés de Joseph no es más que producto de mi imaginación y de las emociones que hacen danzar mi corazón y mi estómago al ritmo de mis alocadas conjeturas. Elijo un sencillo conjunto, debo apostar por la prudencia y enfocarme en Victoria  porque a pesar de que el viaje a San Antonio le ha hecho bien, debo estar alerta, no puedo permitir  que mi hija se vuelva a hundir en el pozo de la depresión.

Además es obvio que  cuando Victoria logre superar este bache Joseph volverá a Washington, porque si bien es cierto que después de sufrir un infarto disminuyó  su carga laboral, sus pacientes siguieron siendo lo primero y si hay algo que obtuve de mi matrimonio aparte de Victoria fue el conocimiento de que no seré  feliz al lado  de un hombre para el que no soy su prioridad, no es grato sentirse como un mueble más  de la casa de un hombre.

El reloj marca las 5 pm y me doy prisa en cambiarme, Joseph y yo nos dividimos las obligaciones  de Victoria,  el quedó encargado del bar y yo de la fundación a pesar de lo mucho que insistí en lo contrario por sus conocimientos médicos y por la empatia que  siempre ha mostrado por los niños y por los más  débiles, aparte de que tengo cierta experiencia en el manejo del bar ya que he cubierto a Victoria en ocasiones anteriores cuando ha tenido que ausentarse.

Decido  tomar un taxi, no tengo ganas de pelear con el tráfico de horas de la tarde, ni lidiar con el cansancio si tengo que trabajar varias horas de pie, Joseph no fue muy claro, simplemente  dijo que necesitaban de mi ayuda en el bar y colgó. Al llegar noto que varias mesas están ocupadas, pero lo que se roba mi atención es el dueño de un par de ojos grises y literalmente todo mi cuerpo se llena de vida como si hubiera recibido una descarga de energia y las piernas me empiezan a temblar al darme cuenta que me observa con la misma mirada de adoración y deseo que me dedicaba cuando eramos unos crios que creían que el amor todo lo podía. 

Todo desaparece a mi alrededor  y mi ser se concentra única y exclusivamente en Joseph, porque aunque me aterre reconocerlo no hay quien pueda captar mi atención como él.  Veo como habla con uno de los trabajadores del bar por unos pocos minutos y luego sale detrás de la barra para caminar hacia mí  hasta quedar el uno frente al otro,  detalla dudoso mi semblante y luego sonríe  con calidez como si lo que hubiera visto  en mí lo hiciera dichoso. Me toma de la mano y me conduce a  una de las mesa donde me deja desconcertada sin tiempo a preguntar nada debido a la rapidez de uno de los meseros en traernos la carta de bebidas y el  menú cuyos platos a destacar son diferentes tipos de carnes, ensaladas y botanas. Trato de averiguar  que  esta pasando pero inmediatamente soy callada por uno de sus dedos sobre mis labios y aunque la curiosidad me insta a preguntar callo para calmar los nervios  y mantener a ralla todo lo que  Joseph despierta en mí. 




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