Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 155.
Acción de Gracias (I)
Cuando Samara abrió los ojos, los rayos del sol entraban a raudales por la ventana de la habitación, bañando con su luz el suelo y las sábanas que la cubrían. Afuera se encontró con un cielo despejado, azul como nunca había visto. Se sentó en la cama y estiró sus brazos, soltando un pequeño quejido de satisfacción al hacerlo. Agachó la mirada, y miró con extrañeza su atuendo: un vestido casual color rojo vino, de manga larga, con tela blanca con holanes en sus puños y cuello. Se retiró los tendidos de encima, y vislumbró además que sus piernas estaban enfundadas en unas mallas blancas, e incluso usaba unos botines negros en los pies.
Samara arrugó el entrecejo, pensativa. ¿Se había acostado la noche anterior vestida de esa forma? ¿Incluso con los zapatos? No lo recordaba; y, en realidad, tampoco le dio mucha importancia.
En lugar de darle más vueltas al asunto, se paró de la cama, se colocó frente al espejo del tocador, y tomó un cebillo con la intención de peinarse. Sin embargo, al observar sus largos cabellos negros que caían libres a cada costado de su cabeza, y bajaban como cascada por su espalda, se dio cuenta de que todos estaban justo en su sitio; lacios y brillante, casi como si lo acabara de lavar recientemente.
De nuevo, aquello le pareció sólo un poco curioso; lo usual era que su cabello despertara siendo todo un desastre. Pero de nuevo, no le dio importancia; en especial cuando a su nariz llegó un delicioso aroma proveniente de la planta baja. Delicioso aroma a comida, para ser exactos.
De seguro la Srta. Honey ya había comenzado los preparativos para la cena.
Sin pensarlo mucho, salió de la habitación y se dirigió presurosa hacia las escaleras, bajando cada escalón con rapidez hasta llegar al piso de abajo. Giró rápidamente en dirección a la cocina, y entró en aquel pequeño espacio por la puerta que conectaba con el comedor. Los aromas de la comida se hicieron aún más presentes, bailando alegres en su nariz. Frente a la encimera de la cocina, vislumbró la figura alta y delgada de la mujer, que canturreaba alegre mientras, al parecer, pelaba unas papas.
—¿Quiere que le ayude? —preguntó Samara desde el marco de la puerta, con un inusual entusiasmo.
La mujer dejó lo que hacía y se giró en ese momento en su dirección. La miró con un llamativo brillo de alegría en sus ojos cafés, y una sonrisa grande y risueña.
—Todo está bien por aquí, cariño —le respondió con tono suave y calmado—. Mejor ve y juega con tus amigas.
El júbilo y la emoción que habían inundado a Samara se desvanecieron por un instante, dejando en su lugar sólo absoluto pasmo, que la dejó congelada en su sitio en cuanto su cabeza alcanzó a comprender y reconocer por completo lo que veían sus ojos. Y resultaba extraño que no se hubiera dado cuenta con anticipación que aquella mujer alta de largos cabellos oscuros y rostro de facciones fuertes, no era la Srta. Honey. Pero tampoco era, en lo absoluto, una desconocida…
—¿Mamá…? —pronunció Samara, desconcertada.
—¿Si? —murmuró Anna Morgan, inclinando su cabeza hacia un lado—. ¿Estás bien, cariño? Te ves un poco pálida.
Samara permaneció en silencio un largo rato, con sus ojos bien abiertos fijos en la imagen de su madre de pie ante ella. Su boca se abrió, deseosa de soltar una larga lista de preguntas. Pero, en lugar de eso, lo único que pronunció fue:
—No, nada. —Sonrió después con alegría, haciendo a un lado la sensación agobiante de hace un momento. Sus pies comenzaron a moverse con rapidez, aproximándose hasta la mujer delante de ella, y sin el menor miramiento la rodeó con sus brazos, aferrándose fuertemente a ella—. Todo está bien. Todo está muy bien…
Anna Morgan rio, y recorrió una mano por los cabellos de su hija.
—Pues me alegra escuchar eso —indicó con tono divertido—. Pero si quieres una rica cena de Acción de Gracias, será mejor que vuelva a mi labor.
Samara asintió rápidamente, y se apartó de ella un paso. Alzó su mirada, y le sonrió ampliamente; sus ojos estaban al borde de soltar una lágrima.
—Eso huele delicioso —escuchó Samara que pronunciaba en alto la voz de su padre. Al girarse sobre su hombro, vio al corpulento hombre de cabello cano entrando a la cocina, frotándose sus manos entre sí.
—Mami está cocinando —comentó Samara con entusiasmo.
—No creerías que los caballos era lo único en lo que era buena, ¿o sí? —comentó Richard Morgan con tono bromista. Colocó una mano sobre la cabeza de su hija, acariciándola con cuidado, y luego se inclinó hacia su esposa para darle un pequeño beso en los labios—. ¿Y cómo amaneció mi pequeña princesa? —preguntó a continuación girándose hacia Samara con una sonrisa afable.
—No sé, creo que está un poco rara —indicó Anna, inclinándose hacia su hija para inspeccionar atentamente su rostro—. ¿Segura que estás bien, cariño?
—Sí —pronunció Samara rápidamente—. Estoy bien, de verdad…
Su madre la observó fijamente en silencio, escrutándola de una forma que a Samara la hizo sentir que no le creía. Sin embargo, tras unos segundo volvió a sonreír de la misma forma que antes; despreocupada y feliz.