La luna traía consigo un fulgor que ninguna noche había presenciado antes, las estrellas parecían bailar al pasar del viento arrastrando consigo un aroma penetrante, putrefacto y viscoso, sin embargo nadie se daría cuenta del cadáver hasta el medio día del sigueinte día. El rasgar de las cuerdas, el sonar vibrante de un grito largo y sonoro resonaron juntos hasta perforar el tiempo, porque en ese instante, en el preciso momento, en que Emilia estaba a punto de fallecer, el reloj dejó su caminar, el eco de su captor dejó de perforarle los oídos y su cuerpo no sintió más dolor, por el contrario, sintió paz, y sonrió.
Música, si, una ópera sonaba en aquella casa.
-Buen viaje señorita Emilia, buen viaje y hasta nunca, o hasta siempre. Hasta que el recuerdo de tu sonrisa se borre de mi memoria o hasta que ellos me encuentren y decidan su venganza. Adiós señorita Emilia. Adiós y buen viaje -
No había sangre, todo estaba limpio, impecable como a ella le hubiera gustado. Su cuerpo estaba acostado sobre una cama de fina seda blanca, con las manos sobre el pecho sosteniendo una rosa llena de espinas que le eprforaban la piel. El vestido era blanco, casi se confundía con las sábanas, pero había algo en el que era diferente, un rastro de impureza que nadie lograría entender, pero significaba tanto, significaba todo.
El hombre salió por la puerta delantera, caminó como lo haces en un fin de semana sin rumbo y con un destino prefijado; miró todo y miró absolutamente nada, escuchó la música que se alejaba y también el murmullo inquietante de una ciudad que duerme, sintió el viento que le rosaba las mejillas y el miedo que le carcomía el corazón.
Caminó por la avenida américa y se detuvo en la primera intersección con la calle rosales. Dio media vuelta. Midiendo cada centímetro que su cuerpo giraba se encontró con la sombra grisácea de la casa, la observó contemplándola, saboreándola, amándola; tomó su sombrero negro y dejó al viento su cabello rojo, respiró y llevando el sombrero a su pecho, hizo una pequeña reverencia, como indicando el final de una obra teatral, o el final de una opereta; en la que él fungía como el personaje principal. Creyó escuchar aplausos silenciosos y los silbidos de una muchedumbre que no se veía, y sonrió. Se irguió de nuevo, colocó su sombrero y caminó por toda la avenida hasta llegar a una estación de policía. Se agachó y deslizó con sumo cuidado una nota debajo de la puerta que aparentaba estar con candado.
Siguió caminando como si el mundo fuera suyo, hasta que por fin dobló en la esquina de Port-Royal.
En una ciudad perdida, 25 de febrero de 2018
A quien corresponda,
Es difícil creer que una mujer tan bella como Emilia muriera, es realmente penoso, pero no había solución alguna a su problema, a nuestro problema. Es verdad que discutimos, pero yo la amaba como todos amamos a nuestro primer amor, por eso puedo jurarles que no es mi culpa su condición, discutimos sí, pero yo nunca la maté, porque ella ya estaba muerta.
Atentamente.
Fiore.
No te atrevas a continuar, tu vida está en peligro...