Retorno a Young

Cap. 2 Lo que pasó después

El olor a cigarrillo que emanaba desde la sala, ese olorcito tan peculiar que le hacía recordar que no estaba sola, ya que su madre estaba muy cerca de ella mitigando sus nervios; la voz de ella hablando por celular excusándose con su jefe o amigo por no asistir, aunque como era de esperarse ya lo sabrían ellos, pues en Grendich todo termina sabiéndose tarde o temprano. Cuando amaneció ya su madre tenía consumidas tres cajetillas de cigarrillos, al verla intentó abrazarla y ella solo la apartó, entonces solo pudo decir:

—¡No tuve la culpa!

    Más Cora ya no estaba en casa. Al salir vio que varias personas iban en dirección de la casa de Alana, lo cual le dio la respuesta de que no tenían ni una pista fidedigna de la joven a esas horas, fue allá; la familia hacia un llamado público a todas las personas del pueblo para iniciar una búsqueda de la joven que hasta ese momento se la creía perdida.  James se le unió con su típico aire despistado y le preguntó:

—¿Qué fue lo que pasó realmente?

—Alana desapareció—lo miró molesta—se fue, simplemente se fue.

—¿A dónde?

—Al otro mundo.

—¿No me dirás que ella…?—miró a su amiga.

—Sí, James. Alana se fue para siempre.

    Las primeras búsquedas no arrojaron nada positivo, las siguientes tampoco, nadie podía explicar en Grendich el fuego que vieron esa noche, además de no haber encontrado ni una sola prueba que indicase que Alana hubiera estado allí, en medio de la noche. El misterio que encerraba ese bosque vuelto atrajo a toda clase de personalidades, entre ellos ufólogos y estudiosos del fenómeno ovni. De nuevo la vidente, Alina Letrago, se había apersonado en el pueblo para ver si sus servicios podían ser útiles, la mujer negra, más vieja y gorda acudió a la casa de la familia Lorenzo y vio a la policía y a los grupos de búsqueda en los alrededores, algunos la reconocieron y la saludaron afablemente, pero fue Ginger la que más se alteró al verla, tomó sus manos desesperadas y le dijo:

—Necesito de su ayuda, mi hija… Ella… Ella se fue…

—Cálmese, señora, veré lo que hago.

   Cora se abrió paso entre los curiosos, necesitaba estar presente, deseaba escuchar lo que la mujer podía decir o explicar sobre el caso. Ginger le dio una foto de la joven que sonreía dulcemente, entonces la mujer cerró sus ojos y repitió varias veces el nombre de la joven hasta que hizo una conexión o al menos eso pareció.  Cora registraba en su mente todo lo que estaba pasando y recordaría lo que la mujer dijo:

—La joven no está en este mundo.

—¿Murió?—preguntó Ginger.

—Dije que no está en este mundo… Se fue, no la siento en ningún lugar, se fue… Desapareció.

—¿Qué me quiere decir?—preguntó bañada en llanto la madre de Alana—¿Volveremos a verla?

—Esos corazones son impredecibles.

   Entonces salió de la casa de la familia Lorenzo, fumando un habano cubano, los mejores del mundo y ella la abordó en la puerta del hotel:

—Escuché lo que dijo…

—Lo sé, te vi allí—dijo la mujer de color—eres amiga de la joven desaparecida.

  • Sí… ¿Por qué no habla en pasado?

—Porque no está muerta—dijo riendo— ella vive, pero no vive en este mundo.

—¿Entonces dónde se encuentra?

    La anciana le dijo entonces, con esa certidumbre, de quien ha vivido muchas cosas y ha visto otras que nadie más puede ver:

—Tu amiga hizo una elección en su vida, decidió irse de este mundo para encontrar su camino en otro mundo… A veces los seres humanos no somos felices en este lugar y buscamos opciones.

    Eso era demasiado para Cora, ella creía que algo pasaba en el bosque, pero creer que ese fuego conducía a otros mundos… Eso se la hacía duro de entender, por eso preguntó:

—¿La volveré a ver?

—Según—dijo la anciana—hay personas que no son felices en este mundo y que tampoco lo son en otro y regresan o se quedan a vivir su miseria en cualquier sitio que les apetezca—entonces le dijo muy segura— tu amiga va a estar bien, tal vez lo que le sucedió fue lo mejor que le pudo pasar.

    Cora no pudo decir nada más, tan solo anotar lo que la anciana le había dicho en su diario. Recortar todo lo que salía de Alana en los periódicos y esperar encontrar una respuesta; después de un mes el retrato de Alana colgaba de los postes y paredes con la palabra Desaparecida, debajo. Sin embargo, nadie daba razones de ella, a los tres meses se abandonó toda búsqueda y se la dio como oficialmente muerta, a los seis meses la familia oficializó una ceremonia luctuosa en honor a la joven y se le hizo una tumba, con su foto. Ahora oficialmente Alana Lorenzo era parte de las historias urbanas de Grendich.

   Una tumba, eso era lo que era su amiga, un recuerdo, una leyenda, pero nada de eso podía consolarla, pues ella tenía entre sus manos la única prueba de que eso había pasado antes, de que tal vez pasaría de nuevo por mucho tiempo y que esa lista de 276 personas iba a seguir aumentando. Cada vez que visitaba la “tumba” vacía de su amiga, lo cual era a su entender porque no había nada en ella, solo una caja vacía y los gusanos, acostumbrados a acudir a los festines diarios de cadáveres, ahora se habían topado con una mala broma y simple por eso Alana era la más sórdida de todas las criaturas. Todos los días acudía a ver la imagen de Alana sonriente detrás del vidrio, como si esperase que en un momento la foto le hablase y le dijese lo que realmente pasó. Esa mañana no fue sola, James estaba con ella, se acercó y la vio que contemplaba detenidamente la tumba vacía y le dijo:




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