En el vasto lienzo del cosmos, donde las estrellas titilan como joyas celestiales, la humanidad emerge como un dios terrenal, un creador y destructor de mundos.
Sus manos, no de mármol ni de fuego, sino de ingenio y voluntad, tejen hilos de civilizaciones, entrelazando sueños y realidades.
Con la mirada alzada hacia el cielo, la humanidad desafía los límites, como un titán que se alza sobre las olas, domando tormentas y mareas.
No hay bestias mitológicas que rivalicen, ni dioses celosos que observen desde el Olimpo, solo nosotros, los mortales, forjando destinos en el crisol de la historia.
Podemos erigir rascacielos que toquen las nubes, o sumergirnos en las profundidades abisales, explorar galaxias distantes, o curar heridas con un simple gesto.
Nuestros enemigos no son dragones escamosos, sino nuestras propias sombras internas, la codicia, la indiferencia, la intolerancia, que amenazan con oscurecer nuestra luz.
Y así, con la fe en nuestra capacidad, nos alzamos como dioses imperfectos, creando, destruyendo, aprendiendo, en un baile eterno de esperanza y desafío.
La humanidad, nuestro dios colectivo, no necesita altares ni oraciones, sino acciones audaces y compasión, para escribir un poema cósmico de amor y progreso.
Jhon Alex Riascos Borja
·2024·