Rey de los muertos

DOS DEPREDADORES DIFERENTES

 

Han pasado dos horas desde que Yasikov se fue. Dos horas en completo aburrimiento. Por mucho que me saque de quicio, la presencia del ruso es una distracción constante; necesito sus chistes malos e insinuaciones odiosas más de lo que me gustaría admitir.

Antes de que empezaran mis problemas con la orden me gustaba pasar el día sola, mientras visitaba mi cafetería favorita y llenaba mi estómago con tanto chocolate que solo cuando el efecto de felicidad desaparecía, era plenamente consciente de que podría haber entrado en un coma diabético.

Parece que fue hace años cuando podía hacerlo.

Quiero salir de nuestro escondite, pero los cazadores no tardarían en aparecer. Y cuando voy a la cocina y lo único que encuentro es pan y mermelada, me deprimo todavía más.

—¿Qué te pasa? —pregunta Lio al escuchar mis suspiros por décima vez.

—Estoy muy aburrida y no hay nada que quiera comer. —Cuando estoy a punto de echarme a llorar, Lio abre la nevera para revisar el interior.

—Hay pan y mermelada.

—Quiero decir, nada que me provoque comer. —Me mira unos segundos antes de dirigirse a la puerta.

—Vamos.

—¿A dónde?

—Yo también tengo hambre. Te mantendré cerca.

Corro detrás de él emocionada.

Lio conduce uno de los autos de Yasikov y escucho en la radio la noticia de nuevas protestas en Hong Kong.

Me pregunto cómo estará Habaek.

La razón por la que me gusta tanto la comida tiene que ver con esta vida en particular. En mi adolescencia nunca pude comer todo lo que deseaba. Fantaseaba con las hamburguesas y una simple trufa de chocolate podía alegrarme el día entero.

Cuando llegué a Seattle, lo primero que hice fue visitar un restaurante pequeño y acogedor, el lugar perfecto para una familia. Me sentía muy sola lejos de mis seres queridos, pero al mismo tiempo sentí algo de paz. La imagen de las calles y el ambiente de Seattle me recordaban que tenía una oportunidad, y quería aprovecharla. Ese día ordené un pastel de chocolate y cuando la camarera lo puso frente a mí, sonreí de pura felicidad.

—Se me antoja un pastel de chocolate y no estaré satisfecha a menos de que sea de este tamaño. —Coloqué mi mano derecha por arriba de mi cabeza y la izquierda a la altura de mi estómago, para dejar muy claro mi punto.

—No creo que puedas comerte todo eso —objeta Lio.

Al pasar por una tienda de frutas, viene a mi mente la imagen de Lio comiendo manzanas en la orilla de un rio. En la imagen está sonriéndome; él no tiene forma de saberlo, pero si puede sonreír.

—¿Qué se te antoja comer? —pregunto con curiosidad.

Me observa en silencio mientras camino hacia un carrito de perros calientes. Le sonrío al vendedor y él me devuelve el gesto.

—Estos son los lugares menos recomendados para comer, te dará parásitos o algo peor —dice Lio, caminando detrás de mí.

—Siempre como en la calle y nunca me ha dado nada.

—Morirás si sigues haciéndolo, los humanos son susceptibles a enfermedades por alimentarse.

—No es suficiente razón para mí. —Avanzo tercamente hacia el carrito.

—Coronavirus.

Y con esa única palabra logra que cambie de opinión. Me doy la vuelta para mirarlo.

—¿Si los niños de granja tienen un sistema inmunológico fuerte por exponerse a todo tipo de cosas, no pasa lo mismo conmigo?

—No vives en una granja.

—Pues no, pero mi cuerpo ya está acostumbrado a cierta cantidad gérmenes.

—Creo que ya tienes una solicitaría en el estómago —dice tan fresco—. Desde que te conozco te he visto comer en grandes cantidades sin aumentar de peso.

—¿Una solitaria?

Envuelve con sus dedos una de mis muñecas y levanta mi brazo para luego sacudirlo con suavidad, como si se tratase de una cuerda. Su expresión se vuelve ceñuda y parece muy concentrado en la forma de mi brazo.

—Eres como una muñeca que se llevará el viento si no te vigilo bien.

—No eres gracioso, pero te perdono porque sé que no es tu intención serlo. —Retiro el brazo con brusquedad.

En el pasado, cuando me enfermaba se esforzaba muchísimo en bajar mi temperatura porque decía que la fiebre alta era perjudicial para las funciones cerebrales y esa parecía ser su única preocupación. Para Lio lo más importante es el cerebro, las deformaciones o discapacidades físicas le resultan irrelevantes. Incluso en este momento puedo escuchar lo que solía decirme en el pasado: «Lo más importante es salvar tus neuronas para que no seas más lenta de lo que ya eres».

Me río con el recuerdo y Lio arquea una ceja por el cambio en mi expresión.

—¿Qué tal unas manzanas? ¿Eso te parece aceptable?

Cuando salgo de la tienda, choco con la espalda del rey, quien observa a todos lados como si buscara algo.



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En el texto hay: rey, romance, accion drama

Editado: 24.06.2024

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