Ellas cuidaron siempre en nuestra ausencia de la casa. Encendían las luces, conversaban en voz alta, reían, cantaban, bailaban y posiblemente participaron en otras cosas. Justo antes de regresar a nuestro hogar, apagaban las luces y guardaban silencio. En un rincón de la sala esperaban ansiosas el premio a su labor: una taza pequeña con un poco de agua, otra con un delicioso café y una hermosa vela encendida.