Rivales, no enamorados

Capítulo 22

«Lo admití en mi mente»
 

Los colores dorado y blanco predominaban en la casa de los Villarreal. Es la primera vez que entro a esta casa, nunca había ido más allá de la puerta.

Los sillones grises llenos de gente y la mesa de vidrio en el centro de la sala llena de copas de champán rosado. Todo el mundo aquí parecía muy adinerado.

Bernardo estaba conversando con otro señor cuando volteó a vernos. Le dijo algo al señor y se dirigió hacia nosotros.

—¡Qué bueno que vinieran! —exclamó—. Me hace feliz que nos hayamos reencontrado después de tantos años, hermano del alma, te has perdido tantas fiestas —le dijo a mi padre.

—Feliz cumpleaños —dijo mi papá. Extendió la pequeña caja de cartón plateada que contenía un reloj barato, nada comparado con el Rolex que Bernardo usa a diario, pero fue un buen gesto.

Josefina de Villarreal, la esposa de Bernardo y madre de Franco, se acercó a nosotros con su elegante vestido negro pegado al cuerpo. A su izquierda le seguía Franco, con un esmoquin azul y su cabello bien peinado, no como siempre.

Los Villarreal parecían una familia perfecta, eso es lo que muestran al mundo, pero solo los miembros de la familia saben como es su vida en realidad.

—Buenas noches Humberto—dijo Josefina—, quién diría que tú eras el mejor amigo de mi esposo.

Mi padre y Josefina se conocían anteriormente, se habían encontrado en reuniones de padres del colegio, pero no tenían idea de que Bernardo era un conocido en común, ya que él se fue de casa cuando Franco tenía cuatro años y volvió hace cuatro meses, recuerdo que me lo contó el día que fuimos por el helado.

—Josefina, jamás me hubiera imaginado que eres la esposa de Bernardo. Que casualidades de la vida, ¿no?

—Bastante casualidad, ahora solo falta que Franco me diga que tu hija es su mejor amiga —mencionó.

Sí, claro, mejor amiga.

Franco sonrió a su madre, pero no dijo nada.

No podía dejar de ver a Franco, con ese traje se veía muy apuesto y su peinado tan perfecto llamaba la atención porque era muy simétrico.

Me sentí bastante confundida, y entonces llegó la pregunta que jamás creí hacerme a mí misma.

¿Será cierto lo que dicen?  ¿Realmente me gusta Franco? Pero, ¿por qué?

No quería ni pensar en eso, mi rival ya no era mi rival, simplemente era un compañero de clases más. No había forma de superar a Dorian, hacía días que había aceptado el hecho de dejar de ser la mejor... Bueno, tal vez no lo he aceptado, pero Dorian es un genio.

Así que... ¿cuál era la razón para odiarle ahora si ya no es mi competencia?

Es que solo el hecho de pensarlo me hacía sudar. Cualquier otro chico me puede gustar sin ningún problema, pero ¿por qué Franco?

Convivo con 1400 estudiantes, aproximadamente, todos los días, de los cuales unos 750 son hombres. Suponiendo que solo me atraen los de mi edad o un año más serían unos 300 chicos, cada uno tiene 0,3% de probabilidad de parecerme atractivo y entre todos esos me sentí atraída por Franco.

¡No! No puede ser. 
Lo admití en mi mente.

Sentí como se me revolvió el estómago, y me mareé.

—Papá, voy al baño —dije.

—¿Estás bien, Jul? —mencionó mi padre.

—Estás pálida —señaló Toby.

—Estoy bien, ¿dónde está el baño?

—Es por allá —dijo Franco señalando.

Apenas llegué al baño para vomitar. No lo entendía, muchos chicos me han gustado durante mi vida y he tenido dos novios, pero ninguno de ellos me había hecho vomitar de nervios.

Dejé de vomitar, tomé un respiro y me lavé la cara, tratando de olvidar todo lo que pasó, la gravedad de la situación. Había admitido en mi mente que me siento atraída por Franco y eso me volvía loca.

Me calmé un poco, pero justo cuando iba a abrir la puerta escuché esa voz.

—¿Todo bien, Montenegro? —dijo Franco.

Y esa voz me revolvió el estómago de nuevo, vinieron las arcadas y el vómito otra vez.

¡Qué patética, Julia!

—Estoy bien, Franco.

Conocía a Franco desde el kínder, cuando lo más entretenido era comerse los mocos. Siempre había sido un niño muy inteligente, pero fue hasta sétimo grado que comenzó nuestra rivalidad. Fue hasta sétimo grado que comencé a odiarlo, pero ya no estaba segura de que fuera odio. ¿Qué es?

Claro que sí es odio, es normal odiar a una persona que solo quiere ser mejor que tú y que cada vez que lo logra lo repite y lo repite.

Abrí la puerta y me encontré a Franco afuera del baño. Otra vez los nervios, pero ya no quedaba nada para vomitar.

—Espero que no hayas ensuciado la alfombra del baño —comentó.

Actúa normal Julia, actúa normal por el resto de tu vida.

—La alfombra está bien.

—¿Segura que estás bien?

—Sí, Franco. Una de tus elegantes comidas no le sentó muy bien a mi estómago.

La verdad es que se me revolvió el estómago porque me siento atraída por tí.

—¿Mis elegantes comidas?

—De esas comidas con un nombre en francés que no puedo pronunciar y que nunca en mi vida había probado.

Soltó una carcajada, que ahora que había admitido sentirme atraída por él, su risa era música para mis oídos.

Ew, Julia. ¿Qué acabas de decir?

—Claro que lo sabes pronunciar, Montenegro. Te la pasas respondiendo todo al profesor en clase de francés.

Era cierto.

De pronto, mi teléfono comenzó a vibrar, lo incómodo fue que no tenía bolsillos en mi vestido y no quería traer bolso, así que antes de venir aquí mi inteligencia falló y decidí traer mi teléfono prensado con mis bragas. No había forma de sacarlo en público y no dejaba de vibrar, imaginé que era una llamada importante. Por suerte me encontraba cerca del baño.

—Voy otra vez al baño —le dije a Franco.

Apenas cerré la puerta del baño levanté mi vestido y saqué el teléfono, contesté la llamada y al mismo tiempo giré hacia atrás, solo para darme cuenta de que, en realidad, nunca cerré la puerta del baño y mucha gente me vio levantándome el vestido.



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En el texto hay: confusion, amor-odio, rivalidad

Editado: 25.04.2021

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