«Ley de Murphy»
¿Por qué es que cuando estamos en situaciones que nos frustran o nos parecen complicadas sentimos que el universo se pone de acuerdo para que todo lo que hagamos nos salga mal? Tal vez la Ley de Murphy es la respuesta. Dice que si existe la posibilidad de que algo malo pase, va a pasar.
Empezando porque un neumático del auto se estalló a medio camino al hospital y que al parecer el estómago de Toby no recibió muy bien la comida de la fiesta y vomitó.
Camila se dio cuenta casi llegando al hospital que su jacket estaba rota y que por eso sentía que el frío entraba por su lado izquierdo. Se quejó el resto del camino.
Mi dolor de cabeza era cada vez más fuerte, igual que mis deseos de vivir en una burbuja donde nada me moleste. Me daban ganas de responderle groseramente a todo el mundo, por eso preferí quedarme más callada que siempre.
Cuando llegamos al hospital casi tuvimos una pelea con la recepcionista, que no nos quería dejar subir. Incluyendo a Emiliano y Tori, quienes llegaron antes que nosotros.
—Por favor, somos sus amigos y queremos estar ahí cuando el despierte.
—¿Me pueden repetir el nombre del paciente? —dijo la recepcionista mientras masticaba un trozo de papaya.
Quería tirarle un trozo de esa papaya en la cara, para que reaccionara e hiciera bien su trabajo. La recepcionista nos miraba con desprecio por arriba de sus lentes, que estaban posados casi sobre la punta de su nariz. Inconscientemente acomodé los míos.
—Lucas Mendoza —afirmó Camila.
—Llegaron tarde.
Todo se puso negro.
«Llegaron tarde»
¿Qué quiso decir?
—¡¿Qué?! —gritó Tori.
—Sí, llegaron tarde, él ya despertó.
Solté una respiración que no sabía que estaba conteniendo. Imaginé lo peor; me temblaban las piernas apesar de que sabía que Lucas estaba bien, fue un susto bastante grande.
Subimos casi corriendo a la habitación 287, ya que el ascensor no estaba en funcionamiento. Llegamos a la habitación y Lucas sí estaba despierto, pero era como si estuviera en otro planeta. Solo nos sonrió en forma de saludo.
La madre de Lucas y el doctor salieron de la habitación y nos llevaron a nosotros afuera también.
—Su amigo no está muy bien —dijo el doctor—, está demasiado débil. Tiene una anemia que puede tener consecuencias muy graves si no se logra frenar o contrarrestar. Y tratar de frenar una anemia con la enfermedad de Lucas es algo sumamente complicado. Casi imposible.
—¿De qué tipo de consecuencias graves estamos hablando? —preguntó Tori.
—Muerte —dijo la madre de Lucas en un tono muy bajo.
La Sra. Mendoza se veía cansada, tenía los ojos hinchados y ojeras, como si hubiera llorado toda una noche y no hubiera podido dormir. Sin embargo ya no lloraba, era como si estuviera tratando de asimilar todo y solo estaba presente en cuerpo, pero ausente en mente.
Claro, ¿qué madre no se sentiría destruida teniendo a su hijo en el hospital con una probabilidad de que muera?
Esa probabilidad me destruía a mi también. Mi amigo de toda la vida, el que nos alegra el día con sus bromas, el pelirrojo gracioso de la clase, el enamorado de mi prima. Eso y mucho más era Lucas Mendoza, la persona que estaba en la camilla dos de la habitación 287 con probabilidades de muerte.
Pensar en eso me partía el corazón, un mundo sin Lucas. Sin mi hermano del alma.
Hice la pregunta que nadie quería hacer, pero todos querían saber la respuesta. —En caso de que... sea muy difícil frenar la anemia, ¿cuánto tiempo queda?
—Dos meses y medio.
Sí, definitivamente este día de mi vida estaba basado en la Ley de Murphy. Dos meses y medio. Ese era el tiempo que le quedaba a mi amigo, según el doctor. Ya se sabe que es casi (por no decir completamente) imposible controlar la anemia de Lucas, ya que su sangre no produce los nutrientes necesarios.
Nadie en este mundo te prepara para una cosa así. Las personas imaginan la muerte de sus abuelos, hasta sus padres, pero ¿la de un amigo? No. Y menos si este tiene 17 años apenas, el compañero de colegio que alegra los días, el niño del kínder que participaba en todas las presentaciones artísticas porque le encanta que la gente sepa que existe.
Apesar de la tristeza que sentía, no solte una sola lágrima, solo me limité a ver a mi alrededor. Por lo contrario, Camila y Tori estallaron, Emiliano las consolaba y Toby se sentó en el sofá más alejado a nosotros.
Recordé que mi padre seguía en el auto, esperando que le dijéramos si queríamos quedarnos con Lucas o íbamos a volver a casa.
—Ya vuelvo —dije.
Bajé a buscar a mi padre, no quería decirle nada de esto por teléfono. Mientras bajaba las escaleras pensaba y pensaba y pensaba...
Encontré a papá hablando por teléfono fuera del auto recostado en el capó. Cuando me vio levantó las cejas y sonrió. No pude sonreír como respuesta.
Corrí a abrazarlo, me sentí como una niña pequeña, y es que seguía siendo la niña pequeña de papá. Su colonia de señor me recordó a todas las veces que me dormí sobre su pecho y desperté en mi cama, fingía que estaba dormida para que me cargara hasta mi habitación. Lloré.
—Hablamos después, Patricia —dijo papá al teléfono—. No, no puede esperar, Julia me necesita.
Papá cortó la llamada y me abrazó.
—Papi —dije entre sollozos.
—Mi niña, ¿qué sucede?
Una de mis características es ser una persona fuerte y de vez en cuando fría, pero recibir la noticia de que Lucas puede morir me derrumbó y la voz de mi padre me calmaba, porque sabía que pasara lo que pasara mi padre estaría ahí protegiéndome a pesar de que últimamente hemos tenido discuciones.
—Lucas, él... —Respiré profundamente, sequé mis lágrimas y continué—: El doctor dijo que tiene anemia y con su enfermedad es muy difícil que la supere, según el doctor le quedan dos meses y medio de vida.